Una de las grandes distracciones de los niños de antes era ir a la puerta de los cines a ver los carteles y los cuadros de las películas que se estrenaban. Con solo ver las carteleras que colgaban en la pared principal de la sala ya nos imaginábamos si la película era buena o era mala. A veces, nos encontrábamos con la ingrata sorpresa de que la película que nos gustaba llevaba impreso el maldito mensaje que anunciaba que no era apta para menores.
En aquella época nos alimentábamos con las películas que la censura consideraba ‘toleradas’, aunque en los cines de barrio, donde conocíamos a la taquillera, al portero y al acomodador, podíamos entrar sin ningún problema aunque el espectáculo fuera “solo para mayores de 18 años”.
La moda de la intolerancia en el cine se impuso en los años de la posguerra, cuando el aparato censor ató las tuercas con crudeza. Una película como ‘Lo que el viento se llevó’ no llegó a Almería hasta la primavera de 1953, tres años después de que se hubiera estrenado en Madrid y Barcelona, y lo hizo con el cartel de ‘mayores de 14 años’.
Bastaba que la proyección tuviera algún beso subido de tono para que los menores no pudiéramos verla. Ocurría algo parecido en la televisión, cuando nos preparábamos para ver una película de las que echaban por la noche y de pronto aparecían en la parte superior de la pantalla dos rombos blancos y censores que nos mandaban directamente a la cama. “Niño, a dormir que ésto no es para menores”, nos decían las madres.
Las normas que empezaron siendo estrictas, se fueron relajando poco a poco y ya en los primeros años de la Transición, cuando en las carteleras se intuían los primeros desnudos, los menores jugábamos a ser mayores y nos presentábamos delante del portero del cine con cara de adultos cuando todavía éramos niños. Poníamos la voz más ronca, andábamos de puntillas para parecer más altos y llevábamos a algún amigo con bigote prematuro para que acentuara nuestra mayoría de edad postiza. Qué emocionante era para los adolescentes de entonces que te dejaran pasar para ver una película de mayores, sobre todo cuando empezaron a llegar a Almería las primeras películas de destape, allá por 1976. El 5 de agosto, la empresa del cine Reyes Católicos anunciaba al público que “hoy nos transformamos en sala especial. Por fin ya podrá ver en Almería los títulos más extraordinarios de esta modalidad”. Ese mismo día estrenó ‘Belle de Jour’, de Luis Buñuel, donde se podía ver sutilmente el cuerpo desnudo de Catherine Deneuve. Pero el gran acontecimiento del verano del 76 fue la proyección de la mítica cinta de La Naranja Mecánica, que había sido calificada por la crítica como un auténtico escándalo. Se estrenó el 27 de agosto en el Reyes Católicos, con grandes titulares junto a las carteleras donde se hablaba de una película: “durísima, vomitiva, implacable, Merece ser vista dos veces mejor que una”, se anunciaba en la publicidad del filme.
A pesar de la propaganda que rodeó a la película, no llegó a tener el éxito de taquilla que en Almería alcanzó ‘La Trastienda’, que se estrenó el 14 de agosto de 1976 en el cine Moderno. Venía avalada por mostrar el primer desnudo integral de una actriz española, nada más y nada menos, que de María José Cantudo, una mujer que en Almería tenía doble atracción por haber pasado varios años en nuestra capital, donde su padre estuvo destinado como trabajador de Renfe.
El atractivo de asistir al primer desnudo en un cine y el morbo de que se tratara del cuerpo de María José Cantudo, provocó un éxito rotundo para la empresa de Juan Asensio. “No es la película de la apertura, es la película de la libertad”, decía el anuncio. Muchos adolescentes que no tenían aún los 18 años reglamentarios, se dejaban crecer el vello del bigote para parecer mayores y hubo hasta quien falsificó la edad en el carnet de identidad para poder burlar al portero, que si estaba de buen humor hacía la vista gorda y te dejaba entrar.
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