Uno de mis hermanos reside desde hace años en Praga. Se ha hecho especialista en tortilla de patatas. Los demás hermanos estamos repartidos, incluso uno de ellos está en otro mundo, le suponemos en el cielo, ¿dónde si no podría estar? Hoy se cumplen seis meses justos que se fue. ¡Salvita, qué solos nos has dejado! No hay palabras, o sí. Hay palabras que saben a frío. Hay palabras que suenan crueles. Hay palabras que trituran las emociones. Hay palabras que entristecen la cordura. Hay palabras que, a veces, incluso, ni se pronuncian, se dicen con la mirada y quien las recibe deja de ser; sustancialmente pasa al limbo de la nada, al vértigo de la angustia. Hay palabras que suenan a dulce. Hay palabras que saben a consuelo. Hay palabras tendedero donde colgar la vida. Una de ellas es esperanza, también lo es cariño. No hay palabras para veinticinco mil muertos ni para cincuenta mil profesionales sanitarios contagiados, o sí: las escritas y publicadas ayer por Pedro Manuel de la Cruz, director de este periódico. En cualquier caso, cada cuál busque la que más se le ajuste.
Me he dejado llevar, el abejorro zumbón me sube al comienzo. Me dice el hermano de Praga que en Chequia ya ha arrancado la cuarentena inteligente. “El plan consiste en rastrear contactos de personas que dieron positivo por coronavirus cinco días atrás mediante la creación de mapas que sirvan para localizar los movimientos de la persona. Esto es posible mediante los datos que se obtendrán del empleo de tarjetas bancarias y de la información de los operadores de telefonía móvil de la persona en cuestión”. No será el único país que ponga en práctica esta medida. Salvando todo lo salvable que es mucho, me parece bien el sistema si eso ayuda a controlar/erradicar el virus. A mí me da la impresión de que en algún lugar de este planeta hay un inmenso panel de corcho en el que, según nos movamos o hagamos, van clavándonos con alfileres como colecciones de mariposas o nos ponen con un imán en la puerta de un gigantesco frigorífico.
De lo que no cabe duda, a la vista de las fotos que me envía, es de que allí no se ha montado caos alguno con las salidas a la calle. El Puente de Carlos casi vacío, la plaza de la Ciudad Vieja escasa de viandantes alejados unos de otros. Se nota el carácter centroeuropeo. Aquí es que somos más bullangueros y, total, para sesenta minutos que nos dan de fiesta… Ayer mismamente, los ánimos se apaciguaron. Más prudencia, menos aglomeraciones. Bien. En mi calle he podido ver corredores con mascarilla y sin ella, incluso a una corredora con mascarilla, pinganillo en la oreja y hablando por teléfono mientras corría. Un espectáculo de coordinación. Creo que mientras escribo esto es la hora de salir, ¿a qué grupo le toca? He extraviado el cuadernillo de instrucciones. Oigo voces de balcón a balcón, pero no distingo las palabras. Voy a asomarme y pegar la hebra, porque yo, sin dudarlo, me quedo en casa.
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