Si la felicidad se pudiera pesar, se sacarían espuertas enteras, una tras otra, generación tras generación, de ese santuario de dicha que es el Casino de Dalías. Una ilusión colectiva que se transmitía -y que se transmite- de padres a hijos, de madres a hijas, como la apreciada prenda de un ajuar.
Más de un siglo de bailes hasta el amanecer contemplan a esa institución tan metida en la piel de los dalienses, de días y veladas felices al son una orquesta. Declaraciones de amor, primeros besos con un bolero, primera corbata, primer vestido. Todo un mundo de emociones nuevas que se descorchaban en aquellas fiestas de puesta de largo y de ingreso como socio de número a los 18 años. O esas tardes interminables de partidas de Monte, cuando los parraleros dejaban el trabajo a un lado, se aseaban y se cambiaban de camisa y acudían al casino, a su casino, a fumar tabaco, a beber legítimo moka, a leer los periódicos del día en las sólidas butacas británicas de la sala del té.
La historia de Dalías es la historia de su casino, que ha fluido como un río a través de la distintas épocas, desde que fue fundado en un lejano día de 1905. Como el mejor pegamento que ha ido uniendo a sus habitantes a través de este tiempo, como su propio Cristo de la Luz, como el gusto por la cultura y por mantener la compostura siempre en esa institución en la que no se puede cenar ni bailar las noches de gala si no es con traje de etiqueta. El Casino, el viejo casino daliense, ha visto pasar la historia: desde los tiempos felices de la uva del barco cuando se bailaba charlestón en las nocheviejas y se brindaba con champán francés, hasta la depresión de los 30, la Guerra Civil, la hambrienta Postguerra. Pero siempre a flote ese casino, a pesar de que ha visto naufragar a otros de tanto postín como el de la capital de la provincia en el palacete que fue de Emilio Pérez Ibáñez.
Nada ni nadie le hizo cerrar sus puertas en más de cien años, hasta que ha llegado este virus traicionero que lo ha suspendido todo. Muy pocas instituciones sociales en la provincia son tan longevas como el Casino de Dalías -116 años- y ninguna puede presumir de tener como socios a un tercio de la población: más de 1.000 vecinos afiliados pagan una cuota de 150 euros de un total de 4.000 habitantes. Un verso suelto en unos tiempos en los que han ido naufragando distintas asociaciones culturales y sociales en la provincia urcitana.
El germen del Casino de Dalías fue un grupo de señores de la uva y de profesionales liberales que quisieron disfrutar de un espacio de ocio para hacer negocio y tertulia, entre partidas de cartas, habanos y tragos de licor. Así fue como los Ventura, los Alférez, los Callejón, los Lirola, los Rubí, los Rubio, los Villegas, los Fornieles, los Peralta, se conjuraron para crear este galeón que aún flota en manos de sus nietos y sus bisnietos. Llegó a la par de otra sociedad, La Eléctrica, creada para suministrar alumbrado y fuerza motriz, dirigida por Lázaro Gil.
El primer presidente del Casino y redactor de los estatutos fue Enrique Marín Ruiz y su primera sede estuvo en la Casa del Olmo, propiedad de Guillermo Maldonado Villegas y unos años después, en 1909, los socios, en esos tiempos tan pujantes de exportaciones de barriles, decidieron comprar unos terrenos de la familia Ventura en los que había una fábrica de toneles y emporronadoras, donde se construyó el edificio que aún perdura y que costó 6.000 pesetas.
Adentrarse en el casino de Dalías es empaparse de su íntima leyenda: allí está el ambigú, que en sus mejores tiempos fue atendido por el Rincón de Juan Pedro, allí está la sala de juegos, donde tantos reales corrieron, allí está la biblioteca con abigarrados volúmenes de esos que ahora se ven en las casas de empeño, allí sigue la sala de baile, el patio interior y la terraza con su ficus tan antiguo como el propio casino y sus dos palmeras africanas, allí está la fuente consagrada a los Serenade, una de las orquestas más queridas en el pueblo, allí la cerámica antigua de vivos colores, la espectacular escalera central por las que han subido y bajado damas y caballeros con vestidos de seda y chaquetas de alpaca, por la que han ascendido y descendido artistas legendarios como Antonio Machín, como Lola Flores, comos los Gemelos del Sur, como Luis Eduardo Aute, allí están las molduras centenarias de las puertas, las filigranas de los vanos, obra de aquel hábil tallista de la madera, Francisco Segado.
Y también el raso de las cortinas y de los butacones, los mismos desde un principio, allí está el viejo piano de cola que ha sido restaurado para que los nietos de los fundadores lo sigan tocando. Allí está Gracián, cómo no, Gracián García, el alma del Casino, el que sabe todas las historias y secretos que albergan esas acrisoladas estancias. Lleva 30 años patroneando ese emporio de cultura y sociedad, desde que sustituyera como conserje a Antonio Clavero.
Pero Gracián es mucho más que un conserje, ha sido el presentador de los artistas, de los festivales de música, el relaciones públicas, el ama de llaves que abre y cierra puertas de ese Casino que está declarado Bien de Interés Cultural, pero que en realidad es patrimonio popular del pueblo de Dalías desde generaciones.En los 60, con los nuevos vientos, se cambiaron los estatutos, y el Casino se abrió más a la sociedad de la comarca, abandonando la pátina burguesa que había portado hasta entonces, cuando desde los años 20 se organizaba, con motivo de las fiestas del Santo Cristo, el reparto del pan a los pobres.
Fue también una sociedad masculinizada, en la que la primera mujer que se convirtió en socia con un empeño digno de contar con más detalle, fue Avelina Cabezas, en 1994.
Hoy el Casino sigue navegando, con sus bailes hasta el amanecer, con su Paquito el Chocolatero, con nuevas orquestas herederas de aquellas Radio Topolino, Saratoga y los Titanes del Jazz, donde el amor se mezcla con el desamor, donde se alcanzan las cinco de la mañana sin importar que se corra el rimel de las pestañas o que se afloje el nudo de la corbata, mientras vive el recuerdo de cuando Rudy Ventura hizo sonar su balada de trompeta.
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