Los Benavente, una dinastía de zapateros remendones

Llevan en la sangre el arte del calzado, desde hace 170 años

Manuel León
07:00 • 17 ago. 2020

Llevan, los Benavente, 170 años a la vera de la Iglesia de Santiago. Allí, junto al pasillo de la calle Las Tienda y la Plaza de las Flores, se han forjado seis generaciones de zapateros remendones, artesanos, pacientes como bueyes en el noble arte del arreglo de suelas y costuras.



En tiempos del liberal Baldomero Espartero, cuando Almería era aún una ciudad aún amurallada, llegó del Pago de Berja Manuel Benavente, un menestral dispuesto a prosperar en esa ciudad que aún no conocía los adoquines. 



Allí estableció una barraca de madera donde lo mismo arreglaba botas de charol que cambiaba novelas y tebeos de la época, en un tiempo remoto en el que predominaba la cultura del arreglo, de la reparación, frente a la de la compra inmediata actual, cuando unos zapatos de material, como un traje de alpaca o un reloj de pulsera duraban toda una vida, como el bolero de Machín.



Le sucedió  al muñidor de la saga, su hijo, Manuel Benavente Díaz que estuvo arreglando zuecos y borceguíes hasta los 98 años. Engendró tres hijos, los Benavente Manzano, también remendones:  Juan, el segundo de sus hijos que tenía un taller llamado El Rinconcillo junto al actual Quiosco Oassis y los refugios de la guerra civil; Antonio, personaje popular, pintoresco, de la Almería callejera, conocido como el Fuegovivo. Ejerció en su juventud también el oficio, pero quedó ciego de un ojo al explotar un polvorín en Melilla mientras cumplía el Servicio Militar. Al volver se convirtió en un trotamundos, con un parche y con la mano perpetuamente en la nariz; y José, el mayor de los hijos, que se instaló al aire libre en la puerta de la Iglesia de las Claras.



Allí trabajaba con un carro ambulante, con las herramientas y materiales necesario para su oficio. Todos los días tenía que trasladar hasta su casa un carromato con los aperos del puestecillo. Después prosperó y consiguió poner un taller en la calle Mariana. A José le sucedieron sus cuatro hijos, también zapateros: José, Miguel, Joaquin y Francisco. El mayor, José Benavente López, regresó a los inicios, junto al templo de Santiago, en 1947, y allí impartió magisterio arreglando tacones, lustrando cueros, perpetuando los quehaceres de sus antepasados, incorporando como aprendiz a su hijo José Benavente Hernández,  que aún ejerce en un local junto a la calles Las Tiendas. 



Miguel, también se independizó y puso un taller en la calle Real, hasta que emigró a Holanda-como los Botijara de Alfredo Amestoy- donde trabajó en una empresa de grúas. Al volver se asoció con su hermano Joaquín en un taller de la calle Artés de Arcos y después se trasladó a la barriada de San Miguel hasta su jubilación. Joaquín deambuló desde el inicial rinconcillo familiar de la Iglesia de Santiago a la calle Braulio Moreno, Madrid, Barcelona, calle Acosta y Artés de Arcos.



Almería era entonces como un pequeño pueblo en el que casi todos los zapateros remendones -había una nómina de más de 200- tenían su aposento en el hueco de las escaleras de los edificios, sobreviviendo con dificultades.



Los Benavente siempre tuvieron fama de buenos artesanos, como recuerda hoy José Benavente Hernández,  y su hijo, José Benavente Duarte, la sexta generación de estos artesanos almerienses. 


Su taller sigue ahí, en el centro de la ciudad, con alguna maquinaria, pero conservando aún un sabor a negocio antiguo, a taller de aromas añejos, a cuero, a pegamento, a goma, a todo lo que tiene que ver con algo que sí es pura economía real; como faro vigía de esos viejos oficios perdidos, amoladores, lecheros, afiladores o vendedores de cañaduz, la banda sonora de los eternos barrios almerienses. 



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