No pudieron con él las cuestas de Enix ni las del Ricaveral, ni lo doblegó el sudor en la recta de Tabernas, ni los mosquitos como tigres a su paso por la albufera de Adra, cuando apretaba los dientes y tiraba de costilla encima de su Orbea, como si fuera Babieca y él un Campeador. No pudo con Elías Coderque -el coloso almeriense de los pedales de principios del siglo XX- ni el polvo del camino, ni la fatiga infinita de no ver la meta, ni las caídas sangrientas en las cunetas.
Lo que hizo que se quebrara su cuerpo fibroso, de fino ciclista, fue el paludismo, que lo llevó a la tumba en un hospital de Larache, cuando se fue de soldado al Batallón de Cazadores en la Guerra de África, en el otoño de 1918.
Con la inesperada muerte de Coderque en tierra extraña, feneció también una popular rivalidad deportiva con el barbudo José Hernández que tuvo en vilo a los aficionados locales en este incipiente deporte.
No hubo una carrera ciclista en las primeras décadas del siglo cambalache en la que Coderque y Hernández, Hernández y Coderque, tanto monta, no se repartieran los entorchados en la línea de meta, aún con el maillot empapado y el tubular cayendo por los hombros, en el Campo de Regocijos, donde se levantaba la meta y después se celebraba la verbena.
Eran esos tiempos iniciáticos en los que las carreras se celebraban en el Paseo del Malecón, organizadas por el Ayuntamiento a instancias del conocido representante Guillermo Herrera. Eran habituales en las competiciones de ese novedoso sport jóvenes patricios como Emilio Lengo, Rafael Giménez, José Santisteban, Blas Martínez Sicilia, Jacobo Cruz o Emiliano Cantón. Corrían en pruebas de velocidad, dando la vuelta al Parque Viejo, y de resistencia, en las fiestas de verano de la capital y de pueblos vecinos como Pechina, Gádor o Benahadux.
Hernández era más potente en e llano, Coderque más escalador, aquel con gorrito frigio, este con gorra calada. Cada uno tenía su público, como Joselito y Belmonte en el ruedo, su particular parroquia de señoritas y caballeros, que los apoyaban y los seguían o los aplaudían a rabiar cuando llaneaban por las calles de la ciudad con los brazos tensos en el manillar.
Hernández y Coderque contribuyeron a popularizar esta primitiva actividad física sobre las ruedas en Almería y sus retratos sobre el sillín, con sus maillots numerados, aparecieron en revistas de la época como Mundo Gráfico.
Toda esa rivalidad acabó cuando una maldita enfermedad tropical segó de cuajo la vida del ciclista Coderque en un camastro militar marroqui, y Hernández ya no tuvo nadie más a quien ganarle, nadie con quién porfiar las veinte pesetas que daban de premio, como cuando a Joselito lo mató un toro en Talavera y Belmonte ya no tuvo nunca más motivos para acercarse a los cuernos como se acercaba.
Los inicios del deporte
El ciclismo se popularizó en Almería a partir de las primeras carreras de finales del siglo XIX. Antes, ya se habían visto por la ciudad los célebres velocípedos, aquellos artefactos con rueda delantera enorme y más chica la trasera y antes aún en Cuevas del Almanzora, el pueblo de la plata, que desde 1884 está documentado que algunas familias, como la de los Soleres, disponían de alguno de estos ingenios para circular calle abajo. En 1899 se celebró una rudimentaria carrera de velocípedos de 2.500 metros en la que venció Mr Collet, de Orán, sobre los locales Salmerón, Romero, Morcillo, Jover y Burgos.
Una de las primeras sociedades en difundir este deporte en la ciudad fue la Sociedad de Sport La Montaña, que organizó carreras de burros y bicicletas en 1901 y 1903 y ya se anuncian en la prensa local afamadas marcas como Durkopp. En Almería no había matriculadas entonces con placa metálica numerada poco más de un centenar de bicicletas. Entre las que poseían este caballo de hierro, como se las conocía entonces, estaban burgueses como Pepe Spencer, Enrique López, Paco Martínez Limones o el médico Manuel Gómez Campana, que la utilizaba para asistir a los pacientes de la vega.
Se hicieron también populares las carreras de cintas en bicicleta en esos felices años 20 e incluso acudían a la Plaza de Toros como complemento de los caballistas en el albero de Vilches y de diestros locales como Relampaguito.
También se popularizó en esa época la peña del médico Verdejo, con sus hijos Alberto y Ricardo y los hermanos Arigo y Ezequiel Gómez que hacían salidas con mochila y cantimplora a Los Molinos o a Los Pinos de El Alquián. Les acompañaba Luisa Verdejo, que junto a Teresa Gorordo, hija el Conde de Torremarín, fueron de las primeras mujeres en montar en bicicleta en Almería, con falda pantalón.
En 1935, la II edición de la Vuelta a España, donde brillaba Berrendero, tuvo final de etapa en Almería y los hotelitos de entonces como el Simón y la Perla se llenaron de esforzados de la ruta.
Las gestiones las realizó el nuevo Grupo Deportivo Lanchafri que consiguió además que un almeriense, Andrés Jaén Vicente, participara en la vuelta.
Fue otro de los grandes ciclistas almerienses de antes de la Guerra, junto con esos pioneros Hernández y Coderque que tanto emocionaron a los primitivos aficionados al deporte del pedal.
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