Los franceses de la primera óptica

Joseph Estrade y sus hermanos llegaron a Almería con un carromato cargado de nuevas maravillas

José  Estrade-Berdot en  la puerta de su local de la calle Las Tiendas con sus hijas y el hijo de un tendero vecino. Foto A. Ivorra.
José Estrade-Berdot en la puerta de su local de la calle Las Tiendas con sus hijas y el hijo de un tendero vecino. Foto A. Ivorra. La Voz
Manuel León
07:00 • 20 sept. 2020

Cuando Joseph Estrade-Berdot y sus hermanos llegaron en un carromato a Almería en 1875 debió ser como cuando apareció por primera vez por Macondo el Gitano Melquiades. Habían alquilado un cuarto en el número 2 de la calle Las Tiendas -la antigua calle de Las Lencerías- para poner un negocio de algo tan inquietante como debía ser hace 145 años una óptica, la primera que se abría en aquella decimonónica villa que apenas sumaba 40.000 habitantes que vivían de recoger: uva, esparto, barrilla, mineral, garrofines de algarroba. Recoger, siempre recoger en Almería, recoger lo que fuera. Aún hoy, los almerienses viven de seguir recogiendo.



Empezaron entonces, aquellos franceses recién llegados, a desembalar el género, a vaciar baúles, a desliar cartapacios llenos de un magnífico surtido de cartabones y brújulas y fue como cuando el buhonero de la ciénaga principiaba a desplegar sus afeites y experimentos ante los Buendía en la imaginación de García Márquez.



En esa mañana iniciática ya habían colocado monsieur Joseph y sus hermanos Pierre y Marguerite todas sus baratijas sobre las estanterías del establecimiento y en la repisa de la vitrina exterior. Allí lucían, por primera vez en esa calle, anteojos y agrimensores en cajas de nogal, termómetros y quevedos, estereoscopios, microscopios, linternas mágicas, armazones para gafas y un brillante surtido de plumas de acero. El concepto de óptica, en esos tiempos tan remotos, era mucho más amplio y ambiguo del que ahora podemos tener de Óptica Orberá.



Los frères Estrade, sin embargo, se habían dejado a un hermano por el camino, quizá el más díscolo, el más genial, Luis, que estuvo un tiempo merodeando por Madrid y se hizo célebre proyectando imágenes en una especie de antecedente del cinematógrafo en el ‘Gran Museo Universal’ de la calle Carretas. Después abrió establecimiento de óptica en diferentes ciudades -Alicante, Granada, Jaén, Córdoba y Cartagena- adquiriendo notoriedad en la graduación de la vista y en la confección de composturas para gafas (antes cada gafa era un prototipo y se hacían de forma artesanal por el óptico).



Los Estrade almerienses, sin embargo, se mantuvieron fieles a esta ciudad por espacio de 45 años. 



Tras colocar toda la mercancía empaquetada esa primera mañana urcitana, José salió a la calle con su bombín de gabacho, con su bigote marcial, con sus dos niñas vestidas de organdí, estiró los brazos y contempló con orgullo proletario cómo había quedado de vistoso el escaparate. 



A su izquierda tenía como vecino a Isidro García Sempere, el de la papelería El Ferrocarril, que había llegado como él unos años antes procedente de Alcoy y enfrente el bazar de Mariano Fernández, que luego fue de El Valenciano de Vicente Ivorra y que aún hoy se mantiene abierto como el comercio más antiguo de la ciudad.



Los Estrade coronaron el establecimiento con un rótulo de madera: ‘Ópticos de París’. Y no tardaron en que el local se llenara de parroquianos curiosos y traviesos como niños, queriendo comprobar cómo crecía la imagen tras los anteojos, cómo se utilizaba un microscopio, mientras José no sabía como apaciguar tanto entusiasmo por lo desconocido. Desde ese día, los palcos y plateas del Teatro Principal se llenaron de monóculos y prismáticos como solíamos ver en las películas de Sisí Emperatriz.


El negocio de los ópticos franceses fue creciendo con los años y ampliaron su oferta abriendo un departamento de papelería donde despachaban estuches para el colegio, tiralíneas, pastillas de pintura, portalápices, tinta china y papel para cartas. Y en 1902, ya entrados en un nuevo siglo, con el negocio marchando viento en popa, dejaron la calle Las Tiendas para trasladarse a la parte alta del Paseo del Príncipe, justo enfrente del kiosco del Café Suizo. 


Cambiaron también el nombre al comercio para bautizarlo desde entonces como Óptica Francesa y allí siguió José Estrade graduando la miopía y la vista cansada de los almerienses y preparando con paciencia monacal cada compostura y los encargos para operados de cataratas en su trastienda llena de artilugios, mientras por un ventanuco que daba a la calle le llegaba el rumor de los vendedores de castañas pilongas de la Puerta Purchena. 


Había establecido su domicilio en una casa solariega situada en el número 7 de la calle La Reina -por donde hoy está la peluquería de Bisbal- y allí se relajaba por las tardes con su principal afición que era regar las plantas de su jardín.


Estrade, el mayor de la dinastía, no fue, sin embargo, un simple tendero, un específico comerciante de lentes y aparatos de precisión alejado del mundanal ruido de la ciudad. Fue también un vecino implicado en el desarrollo de Almería. Así lo demuestra la suscripción que obligaciones que hizo en 1889, junto a otros muchos bienhechores locales, para la financiación del ferrocarril Linares-Almería. Un ferrocarril que luego le iba a ocasionar esporádicos berrinches cuando el vagón de mercaderías era rapiñado por rateros en las paradas de los empalmes y volaban entonces sus plumas estilográficas o sus cristales de roca de pedernal que venían de Europa.


Estrade también invirtió en unos terrenos en la vega que arrendó para cultivar patatas y legumbres y formó parte del Sindicato de Riegos de Almería y Siete Pueblos de su Río que presidía Juan Cassinello Cassinello. En 1917, se casó su hija María Estrade-Berdot Lopery con un minero vizcaíno llamado José Ereño Goiri, aunque ella falleció un año después de gripe. Su padre nunca volvió a ser el mismo y en 1919 pidió al Ayuntamiento la baja en el Padrón de Vecinos. 


La muerte de su hija y también la mayor competencia con otros comercios parecidos al suyo en la ciudad -la Relojería Suiza del óptico Daniel Santos después de Agustín Apoita o la relojería de Deogracias Pérez- hicieron que los Estrade-Berdot migraran ya mayores de Almería hacia no se sabe qué nuevas latitudes.


Lo último que ha quedado documentado de ellos en un Boletín Oficial es que en 2012 se extinguió el derecho funerario en el cementerio de su hija María, la que aquella terrible enfermedad se llevó,  conminando a algún familiar a desocupar el enterramiento y arrojar los restos al osario común. 

El viento del tiempo terminó por borrar todo el rastro de aquellos ópticos galos que una mañana maravillaron a los almerienses, como cuando Colón enseñó un espejo a los indios de América. 



Temas relacionados

para ti

en destaque