En las antiguas guias turísticas de la ciudad y en los archivos de la prensa de otra época está grabada la huella de un personaje polifacético que dedicó su vida a escribir y a viajar por todo el mundo como en una continua huida de su tierra y quizá también de sí mismo.
Sixto Espinosa Orozco (1897-1970) mantuvo a lo largo de toda su vida una apasionada relación con su Almería y con sus paisanos, una relación con dos caras totalmente opuestas: Almería lo mataba cuando tenía que pasar una larga temporada sin salir de sus fronteras, pero moría por Almería cuando tras varios meses de viajes por todos los rincones del mundo, la echaba de menos como a una novia. “Me avergüenza este ambiente irrespirable que me rodea. Solo la esperanza, la dulce ilusión del viaje y la libertad hace soportable este profundo dolor de vivir aquí entre tantos odios ocultos y tantas emboscadas en la sombra”, llegó a escribir refiriéndose a Almería en un artículo del año 1919.
Almería le hería el alma. Acusaba a su tierra de ser miedosa, de encerrarse en sus miserias y en su espíritu conformista. Sin embargo, cuando estaba en Madrid, donde tenía una residencia familiar, sentía añoranza por su tierra y era capaz de escribir párrafos donde le declaraba su amor: “Recuerdo los colores de Almería, de su mar y de su Parque. El Parque es algo divino, la sombra total. En sus soledades brota el conjuro de una pareja de enamorados que se ofrendan, huyendo del ajetreo de la población, la llama de sus besos”.
Sixto Espinosa no tuvo otro oficio en su vida que el de escribir, dar conferencias y viajar. Las letras fueron su cuna. Su abuelo, Cristóbal José Espinosa Díaz, natural de Berja, era un ilustre escritor en la sociedad de mediados del siglo diecinueve. Estudió en Granada y Madrid y entre sus muchas publicaciones dejó un brillante ensayo sobre la figura del célebre caballero andante, titulado ‘La locura de don Quijote de la Mancha’.
Sixto Espinosa bebió en las fuentes de su abuelo y creció bajo la influencia académica de su padre, Sixto Espinosa y Peralta, otro hombre ilustrado, que fue doctor en Derecho, juez municipal, archivero, bibliotecario y anticuario, además de un fecundo escritor que dejó algunos ensayos muy comentados en su tiempo como ‘La emancipación de la mujer’, ‘Los colonos españoles en Argelia’ o el estudio sobre la agricultura almeriense que tituló ‘Los propietarios y la vega de Almería’.
El ambiente literario y cultural en el que fue creciendo fueron claves para que Sixto Espinosa Orozco siguiera el camino trazado por su abuelo y continuado después por su padre. En 1916, con dieciocho años de edad, colaboraba ya con el periódico ‘El Defensor de Almería’.
Pronto se ganó el sobrenombre de ‘juglar de la belleza femenina’. En 1919 escribió un artículo en el periódico ‘El Día’, en el que destacaba la paradoja de una ciudad con un ambiente subversivo, casi tropical, que contrastaba con las estrecheces morales de su gente. “Las mujeres van dejado aquellas prendas que escondían sus encantos y hoy se ofrecen a nuestros ojos en un vislumbre mágico y de esplendores. Es complicada, curiosa y divertida la psicología del verano, sobre todo en esta ciudad escondida y cobarde donde el comadreo es lengua oficial”, escribió don Sixto.
Su vocación literaria y su afán de ser un hombre libre y caminar solo, lo llevó a ser siempre su propio jefe. No quiso atarse a un sueldo ni a ningún oficio para poder volar lo más alto posible y huir cuando la vida le apretaba. Pasaba temporadas en Madrid y en Barcelona y se iba a América a renovarse.
En 1926 publicó la novela ‘El pecado de sor Esperanza’, editada en Barcelona y un año después regresó a Almería con la idea de poner en marcha un Ateneo científico y literario. Fueron años de gran fertilidad creativa en los que fundó dos publicaciones con escaso recorrido: el diario político independiente ‘El País’, en 1933, y el periódico ‘La Razón’, en la primavera de 1936.
En los años de la posguerra fue colaborador del diario ‘Yugo’ y editó una hermosa guía turística sobre la ciudad en los años sesenta. Sus conferencias siguieron llenando salones y llegaron hasta el Instituto, pero su influencia en la sociedad almeriense fue perdiendo fuerza. En aquellos años vivía en una suite del Hotel Simón y cuando la familia Lussnigg cerró el establecimiento encontró refugio en una modesta habitación del Hotel Victoria, su última morada.
Hombre curtido por los vientos de siete mares, bohemio, devoto de la mujer y mal negociante, soltero oficial y aventurero, siendo eterno viajero vino a morir a Almería en un último gesto de ausencia y permanencia.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/210636/don-sixto-y-su-pasion-por-almeria