Subiendo por la Plaza del Quemadero, por el lugar que llaman Camino de Marín, aparece un barrio humilde pero orgulloso en torno a una plaza central que lleva el nombre y los apellidos de su promotor: José Pozo Quesada. Es el barrio de la Esperanza, erguido sobre las cuestas que se derraman desde el cerro de las Cruces. El nombre se lo debe a la antigua finca que en aquel paraje poseía la familia Pozo, en cuyos terrenos se fue construyendo, paso a paso, una pequeña ciudad.
¿Quién fue aquel personaje que con su patrimonio y su esfuerzo tejió un barrio completo?
José Pozo Quesada nació en Almería en 1896. Era hijo Vicenta Quesada Cortezas y de Rafael Pozo Rodríguez, un activo maestro albañil que a comienzos del siglo veinte destacó por su actividad sindical, siendo uno de los fundadores de la Sociedad Primero de Mayo, un colectivo que nació para intentar dignificar las condiciones laborales de los albañiles, que en entonces estaban marcadas por una absoluta precariedad.
Quizá por la falta de expectativas o tal vez por la esperanza de hacer fortuna lejos, la familia Pozo, como tantas de esta provincia, cogió el camino de la emigración y acabó asentándose en Argentina. Partieron en un barco desde Cádiz, en 1912, para llegar al puerto de Buenos Aires, donde les esperaba un gigante que no paraba de crecer y que necesitaba mano de obra cualificada para poder seguir avanzando. José Pozo era entonces un adolescente que ya sabía lo que era trabajar y su padre un acreditado maestro de obras. Enseguida encontraron una colocación que les permitió asentarse en la gran urbe como si hubieran nacido junto al Río de la Plata.
De aquella experiencia en Argentina, José Pozo Quesada contaba que él llegó a integrarse plenamente en la vida de la ciudad, que mantuvo una relación con una joven italiana y que se hubiera quedado allí más años si su familia no hubiera echado tanto de menos su patria. Fueron casi cuatro años lejos, hasta que decidieron regresar.
De vuelta a España, su padre, su madre y su hermana se quedaron en Melilla, mientras que él prefirió probar suerte en el lugar donde había nacido y regresó a Almería sabiendo que todo lo que había aprendido en aquella aventura americana le tenía que servir para labrarse un futuro en su tierra. Desde entonces no paró de trabajar. Era difícil encontrar una obra en Almería donde no estuviera José Pozo Quesada, primero como peón y unos años después dirigiendo los trabajos.
Una de sus primeras experiencias fue la construcción del convento de las Adoratrices, cuya primera piedra se colocó en el mes de agosto de 1918, cuando la ciudad intentaba superar los primeros escarceos de la histórica epidemia de gripe. En aquellos días recibió la noticia de que su padre había fallecido en Melilla, al no poder superar la enfermedad.
Los años veinte fueron frenéticos para el joven albañil, que no tardó en convertirse en maestro de obras y en contratista. En aquella época se decía que un buen maestro de obras tenía tantos conocimientos o más que cualquier arquitecto titulado.
Sus primeros trabajos como empresario fueron en el antiguo Paseo de Versalles donde construyó una manzana de viviendas de puerta y ventana sobre unos terrenos que había ido comprando con los ahorros acumulados.
José Pozo Quesada tenía claro que el dinero había que rodarlo, que no se podía quedar estancado en la caja fuerte de un banco o en las entrañas del baúl del dormitorio. Lo que ganaba lo invertía en terrenos para construir y así fue levantando un gran patrimonio. Las primeras casas que se construyeron entre la Carretera de Granada y la Rambla de Amatisteros fueron obra de José Pozo.
Fueron años de éxito profesional y de estabilidad sentimental. En 1928 contrajo matrimonio con Guillermina Padilla Peña, y en abril de 1929 nacía su primer hijo. En aquel tiempo, la familia Pozo habitaba un espléndido cortijo en el Camino de Marín. La finca de Villa Esperanza, como así se llamaba, llegaba por el norte hasta el paraje del Morato y ocupaba una amplia extensión de terreno de cultivo y de cuevas. Eran célebres en la ciudad las patatas de Villa Esperanza, criadas con el agua que venía del canal de San Indalecio.El cortijo disponía de un lavadero donde iban las mujeres a hacer la colada y de un pozo milagroso que se abrió en 1932 y que dio pie a un negocio, un depósito de venta de agua que puso en marcha la familia en la calle de Santa Ana.
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