El hundimiento del pesquero Bárbara y Jaime

El pasado 15 de febrero se cumplieron cincuenta años del hundimiento del pesquero

La historia que conmocionó al mundo del mar almeriense
La historia que conmocionó al mundo del mar almeriense La Voz
Antonio Carrillo Alonso
07:00 • 22 mar. 2021 / actualizado a las 20:31 • 22 mar. 2021

El pasado 15 de febrero se cumplieron cincuenta años del hundimiento del pesquero Bárbara y Jaime en aguas profundas de la mar de Alborán; una tragedia que conmocionó fuertemente a las familias marineras de nuestra ciudad y que quedó clavada para siempre en la memoria colectiva. 



Esta embarcación almeriense, dedicada a la pesca de arrastre, llevaba a bordo doce tripulantes y había partido con rumbo a la península desde las aguas del banco  en el que faenaba, a unas veinte millas de la costa argelina. Al mando del buque iban  dos marineros expertos: Rafael Martínez, uno de los miembros de la familia propietaria del  barco y patrón de pesca, y el curtido patrón de cabotaje Manuel Ferrón. 



 Aquel día gris de febrero, el Bárbara y Jaime se adentró en la mar con señas que anunciaban lluvia y viento de poniente. Fue pasadas varias horas de navegación cuando los tripulantes del barco empezaron a verse metidos en la zona de  un  temporal,  que no estaba contemplado en las previsiones meteorológicas anunciadas antes del comienzo de aquella singladura. Generalmente, en las travesías desde los caladeros norteafricanos, las embarcaciones de Almería que habían sido sorprendidas por  vientos de extraordinaria fuerza y por gran oleaje habían tomado siempre la misma decisión, cuando ya les era imposible volver hacia atrás capeando el temporal: dejarse ir de popa a la mar, recibiendo las olas por la aleta y procurando navegar – mientras fuese posible- con una mínima ayuda del timón y del motor; con esta maniobra, el barco podría llegar a recalar finalmente por algún lugar del Levante almeriense, o por aguas próximas a esa especie de muro de contención que  ha sido desde muy antiguo la franja costera que se extiende desde las proximidades de la bahía de Cartagena hasta el cabo Negrete.  



Cuando el patrón del Bárbara y Jaime quiso volver hacia el lugar más cercano de la costa africana, ya no era posible regresar. Entonces, se vio obligado a seguir navegando, dejándose ir a la mar, hasta que llegó a meterse en el área de fuertes ráfagas de viento que alcanzaban los cien kilómetros por hora y que  levantaban olas de gran altura. Después  de una lucha titánica, el buque quedó  finalmente a la deriva, sin que nada se pudiera hacer más allá de la espera dramática de un final. 



Ese mismo día las embarcaciones que habían salido a la pesca del arrastre y del trasmallo por toda la costa almeriense habían huido despavoridas hacia el puerto nada más encontrarse con las primeras señas del mal tiempo que se avecinaba, y un  arrastrero de  importante eslora, el Playa de Almería, que regresaba del caladero marroquí de Quilates por una zona donde el temporal llegaba con menos fuerza,  tuvo que desviar su rumbo para llegar al puerto de Málaga (más cercano que el de Almería en su  singladura), con grandes dificultades para navegar. 



Desde que se vio la gravedad de la situación, el Bárbara y Jaime no dejó de estar en permanente contacto con la Radio Costera y con otro hijo de la familia Martínez Agulló, Manuel, armador y reconocido patrón de la pesca, que, sorprendido también por el fuerte viento mientras faenaba por aguas de Almería, tuvo el tiempo justo de llegar al puerto para resguardarse y para seguir desde su embarcación las noticias sobre  la situación en que se iba encontrando en todo  momento el barco de su hermano.  



Fueron horas de tremenda angustia. Hacia la medianoche, ante la inminencia de la catástrofe, desde la radiotelefonía del Bárbara y Jaime se pidió auxilio a la Costera con gritos desesperados. Eran las 23.16 h: el barco se encontraba totalmente a merced de la mar enfurecida, en aguas situadas a unas treinta millas del faro almeriense de Mesa Roldán. Desde el instante en que dejó de oírse esa llamada, todos los medios de rescate fueron activados de inmediato: dos buques  de la Armada, Eolo y Poseidón, a los que se unirían al día siguiente los dragaminas Tinto, Nalón, Duero y Tajo; las embarcaciones de mayor tonelaje del puerto de Garrucha, que se echaron a la mar nada más recibir la noticia; un avión del Servicio de Rescate del Aire, llegado desde la base de Palma de Mallorca…Desgraciadamente, el fuerte viento  y la violencia  del oleaje  hicieron que todos los intentos fueran inútiles y que los barcos regresaran al puerto para esperar hasta que mejorase el estado del tiempo. En la  infructuosa búsqueda que se realizó durante el día siguiente participó también con su embarcación el hermano del patrón desaparecido, Manuel, que rastreó toda la franja costera que abarca desde Almería hasta las proximidades  de Cartagena.  



Mientras los barcos buscaban por todas las aguas próximas al lugar en que se suponía había tenido lugar el naufragio,  los familiares de los pescadores esperaban en tierra con gran tormento la llegada de alguna noticia: “Durante toda la mañana de ayer - señalaba el diario La Voz de Almería-, familiares de los desaparecidos se hallaban en una dependencia de la Comandancia Militar de Marina, con la angustia consiguiente a la espera de noticias. Aunque no se descarta la posibilidad de supervivientes del naufragio, la impresión predominante es bastante pesimista. La gran familia pescadora almeriense pasa en estos momentos por un amargo trance, dolor en la penosa incertidumbre al que Almería entera se suma  y que de todo corazón deseamos tenga rápidas noticias y esperanzadoras de que los desaparecidos se encuentran con vida”.  


Pasados ya dos días del naufragio, fueron localizados algunos efectos personales y enseres por una zona cercana al lugar señalado por el patrón del pesquero almeriense en  su último mensaje. Así transmitía el diario ABC esta noticia: “A última hora,  en las operaciones de búsqueda que se realizan en la zona comprendida entre cabo de Gata y Garrucha para rescatar el pesquero  Bárbara y Jaime y a sus doce tripulantes, a tres millas del lugar en que se supone ocurrió el naufragio, se han encontrado efectos personales, ropas y enseres que se cree proceden del pesquero almeriense. Con anterioridad, en el mismo lugar, se recogió un bidón y una caja de madera”. 


 En las familias marineras de Almería  quedaría para siempre el recuerdo de los doce nombres de los pescadores que habían perecido en aquel naufragio y que fueron grabados en el monumento en su honor, situado en un principio en el  cementerio municipal de San José y trasladado finalmente a un rincón especial del barrio de Pescadería por deseo de los familiares. Estos son los nombres de aquellos pescadores desaparecidos: Rafael Martínez Agulló, Manuel Ferrón Leyva, Antonio Belmonte Haro, Manuel Paúl Grancha, Juan José Fernández Matarín, Francisco Gómez Alcaraz, José Reyes Ruiz, Salvador López López, José Francisco Fernández Fernández, Salvador Roldán Martínez, Luis Ors Requena y Francisco Martínez Fernández. 


El hundimiento del Bárbara y Jaime fue una tragedia que conmocionó al mundo de la mar; un episodio más de la historia épica de los pescadores en su lucha por la subsistencia. Fue también un hecho que despertó entre los ciudadanos  un sentimiento de solidaridad con los  sufrimientos padecidos por los marineros almerienses en sus largas y penosas travesías por la mar de Alborán, desde finales de la década de los cuarenta del pasado siglo, años en que barquitos de siete u ocho metros con motores de apenas veinte caballos, sin más ayuda para la navegación que la sabiduría para interpretar los indicios naturales y una pequeña brújula, cruzaban día y noche  la aguas del Charco (como también llamaban los pescadores a la mar de Alborán), buscando caminos para la esperanza; una llamada de atención también sobre lo sufrido por las esposas e hijos de los marineros, que tantas noches de mal tiempo pasaron entre velas y mariposas encendidas, rezando a la Virgen del Carmen por los familiares que navegaban con mal tiempo desde los caladeros norteafricanos.


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