Perdido en otro mundo por el que el tiempo no pasaba ni llegaban los progresos sociales, los habitantes de las Cuevas de los Medinas vivían aislados de una ciudad que estaba a dieciocho kilómetros de distancia.
Esta barriada, a medio camino entre el Alquián y el Cabo de Gata, aparecía en el mapa, pero no en la conciencia de las autoridades. Sufría un olvido histórico, sin más signo de civilización que la existencia de un estanco y la presencia de un estanquero que era nombrado por el Ayuntamiento de Almería. La barriada de las Cuevas de los Medinas tenía su alcalde pedáneo, que no pintaba nada en el contexto municipal, y un peón caminero, que velaba sin mucho éxito por el buen estado de la carretera que unía la aldea con la que iba hasta Níjar.
En 1906, los vecinos de las Cuevas de los Medinas tenían como referencias de que vivían en comunidad el estanco, el cementerio y la iglesia, cuya sacristía se convertía en el centro electoral del barrio cuando llegaba la hora de votar. Tenía también escuela, que funcionaba de vez en cuando, y un exiguo botiquín municipal que los más pretenciosos la llamaban la farmacia.
Tampoco tenían la proximidad de un médico y cuando alguien enfermaba y necesitaba asistencia, tenían que esperar a que llegara desde Cabo de Gata o de Almería, lo que significaba una espera de varias horas debido a las escasas comunicaciones y al mal estado de la carretera. En el otoño de 1909, los propios vecinos le pidieron al alcalde de Almería que nombrara un practicante para que pudieran estar mínimamente atendidos.
En 1910 consiguieron que se nombrara un médico para atender a los vecinos, el mismo que atendía a otros barrios de la ciudad, por lo que el desarraigo seguía siendo importante. En octubre de ese año los vecinos solicitaron que el médico tuviera residencia en la misma barriada, una petición que fue atendida con la condición de que fueran los propios vecinos los que se encargaran de habilitar una vivienda para el galeno “que no puede limitarse a vivir como allí se vive”, decía la respuesta municipal. En noviembre se nombró médico de las Cuevas de los Medinas a don Miguel Fernández Idáñez. No era un destino soñado para ningún doctor, ya que suponía aislarse del mundo para afrontar un trabajo en malas condiciones y de una intensa actividad, ya que tenía que cubrir todos los parajes que componían aquella olvidaba población, desde el Barranco de la Puerca, hasta el Cerro del Pelao, desde la Viñica hasta las Yeseras, un universo de cortijos y cuevas donde sus gentes vivían con un siglo de retraso.
Las malas condiciones de vida sirvieron de caldo de cultivo para que la epidemia de gripe del año 18 causara estragos en la población de las Cuevas de los Medinas, donde familias enteras se vieron atacadas por la enfermedad, muriendo muchos vecinos por falta de medios, ya que al no poder trabajar en las faenas agrícolas, muchos no tenían ni para alimentarse con harina de maíz, que era la comida más económica.
En los años veinte la ciudad empezó a volver su mirada hacia aquella pequeña población que parecía invisible, gracias a los esfuerzos de su practicante titular, don Manuel García Galott, que se enfrentó a las autoridades de la capital para pedir mejoras en el barrio.
En 1925 las Cuevas de los Medinas carecía de escuela nacional, lo que explicaba que el noventa por ciento de la población fuera analfabeta. No tenía servicio de comunicación postal, pues el apartado correspondiente a sus habitantes estaba en el Alquián, lo que ocasionaba que el correo se quedara allí, a merced del primer viajero que tuviera la amabilidad de conducir la correspondencia a su destino.
Otra de las graves carencias de la barriada era la falta de agua, estando agotada hasta la fuente que abastecía el lavadero público. El agua para abastecimiento se hacía por medio de pozos, sucios y agotados.
En cuanto al servicio sanitario, se había segregado la plaza de médico que disfrutaba esta barriada para crear una sola región médica, con un solo doctor titular para tres barrios: el Alquián, Cuevas de los Medinas y Cabo de Gata.
Tampoco tenían comadrona, como ordenaba el reglamento de Sanidad municipal, lo que obligaba a las mujeres parturientas a ponerse en manos de otras vecinas sin ninguna cualificación para asistir en los partos. Del camino vecinal que conducía a la Carretera de Níjar solo existía un sendero y no estaban cubiertos ni el puesto de policía municipal, para velar por el orden público, ni el de policía urbana, para cuidar de la limpieza.
Las reivindicaciones llevadas a cabo por el practicante señor Galott dieron resultado y por fin, en el invierno de 1927, el Ayuntamiento de Almería mejoró el servicio de aguas, arregló el lavadero y adquirió un local para reabrir la escuela.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/211527/la-lejana-barriada-de-las-cuevas