La farmacia de Durbán estaba tan ligada a la memoria de la ciudad como la misma Puerta de Purchena. Por allí hemos pasado todos alguna vez en nuestra vida. Recuerdo de niño, cuando mi madre me llevaba a la consulta particular del médico don Manuel de Oña, que estaba al volver la esquina de la calle Regocijos, que al salir pasábamos por la botica a por las medicinas y a cambio, como regalo, el mancebo me regalaba un caramelo para compensar el mal trago.
La farmacia de Durbán fue, para muchas muchachas de la posguerra, el lugar donde encontraron su primer empleo, cuando las manos femeninas envolvían con delicadeza los papelillos donde se envasaba el bismuto, aquel remedio infalible para los males del estómago.
La farmacia de la Puerta de Purchena dejó de ser un negocio más para convertirse en un símbolo. Forma parte de la vida de los almerienses desde que en 1862 su fundador, José Quesada Gómez, la abrió en la calle de las Tiendas. En 1880 la farmacia se trasladó a la Puerta de Purchena, esquina con calle Regocijos, y allí ha permanecido hasta su cierre.
A comienzos del siglo veinte, tras la muerte de su fundador, el negocio se quedó en manos de doña Carmen Algarra, su esposa, y pasó a llamarse ‘Farmacia de la Viuda de Quesada’. Para cumplir la ley, tuvo que contratar a un farmacéutico de carrera, don José Gallego Santaella, que puso su título durante años. Fueron tiempos difíciles en los que la farmacia tuvo que superar contratiempos tan importantes como la epidemia de gripe de 1918, en la que el local fue utilizado como consulta médica del distrito quinto, bajo la dirección del doctor don Miguel Fernández Idáñez. La gente, desesperada, acudía allí en busca de un remedio milagroso que curara la enfermedad, pero no existía ninguna medicina efectiva contra la gripe y sólo se recetaban hojas de eucalipto para tomar baños de vapor.
En 1925 la farmacia de la Viuda de Quesada estrenó un nuevo local. El viejo caserón fue derribado y sobre su solar el arquitecto Enrique López Rull levantó el actual edificio, de similares características al que había construido en 1916, justo al lado, dando a la esquina contraria. Las dos casas forman hoy una de las fachadas más bellas de la Puerta de Purchena. Para su construcción se emplearon los mejores materiales de la época, entre otros, vigas de hierro traídas en barco desde Bilbao.
El fundador de la farmacia, y su esposa tuvieron dos hijos que murieron prematuramente de tuberculosis, y tres hijas. Una de ellas, Rosa Quesada Algarra, contrajo matrimonio con Ramón Durbán Orozco, de cuya unión nació el que se iba a convertir en su propietario desde 1926 a 1983, José Durbán Quesada.
Cuando llegó al cargo, el establecimiento era conocido en la ciudad como ‘Botica de Felipe’, en reconocimiento espontáneo y popular al viejo mancebo que desde los primeros años del siglo despachaba detrás del mostrador. En el letrero de la puerta seguía escrito el nombre de Viuda de Quesada, pero los parroquianos se lo habían cambiado y parecía que el dueño era Felipe, un empleado de la casa, un hombre de confianza, un viejo mancebo de bata blanca y gorra negra al que todo el mundo le pedía consejos como si fuera un doctor. Mientras Felipe hacía amigos en el mostrador, José Durbán Quesada se pasaba el día metido en su laboratorio. Fue el primero que introdujo en Almería el concepto del Rh en los análisis de sangre. Pero su gran aportación a la medicina fue sintetizar el tanato de gelatina, principio activo del Tanagel, el anti diarreico más utilizado en España. Si a su abuela le tocó superar la crisis de la gripe de 1918, él tuvo que sacar adelante el negocio en los tres años de Guerra Civil.
Fueron tiempos de escasa productividad, de salir adelante con las rentas porque apenas había existencias para poder vender. No quedaron en las estanterías nada más que cajas de bicarbonato con las que aliviar las malas digestiones de la época.
Durante aquellos años, José Durbán trabajó en el departamento de Sanidad Militar estabilizando zumo de naranja para suministrarlo a los soldados del ejército republicano en el Frente. Para conservarlo, le echaba sulfito sódico, con lo que el zumo duraba meses embotellado. Tras su muerte, en abril de 1982, fue su hijo Juan José Durbán Pérez el que se hizo cargo de la farmacia después de estar desde 1954 dirigiendo un laboratorio de análisis en la calle Alcalde Muñoz.
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