Cuando en septiembre de 1951 dio comienzo en Almería la expedición del documento nacional de identidad, todavía llevábamos en el bolsillo el carnet de la supervivencia, el salvoconducto que nos había permitido comer en la posguerra, las desgastadas cartillas de racionamiento en las que se resumía el hambre y el desamparo de una época.
El DNI representaba el futuro y la cartilla de racionamiento un pasado que no terminábamos de dejar atrás. Había cartillas para las familias, para los lactantes y para las madres que llevaban el hijo en su vientre. El racionamiento estaba todavía tan presente en nuestras vidas que hasta los comercios más importantes del centro de la ciudad te llevaban el racionamiento cupo a tu casa mediante un servicio a domicilio que evitaba las colas y el mal rato que se pasaba cuando se iba a comprar con los bolsillos vacíos. La tienda ‘La Oriental’, de Gervasio Losana, en la esquina de la calle Castelar con el Paseo, disponía de dos carros para llevar el racionamiento a las casas y de dos bicicletas con remolque para las peticiones que llegaban de Ciudad Jardín, donde el negocio contaba con una nutrida clientela.
Llevábamos en el bolsillo el carnet de identidad oliendo a nuevo y la cartilla de racionamiento impregnada con el perfume amargo de todas las restricciones de aquel tiempo. El azúcar con cartilla, el aceite con cartilla, el arroz con cartilla, el pan con cartilla y hasta la gasolina se adquiría con aquella libreta que acabó convirtiéndose en la enciclopedia de todas nuestras necesidades.
En aquella Almería de septiembre de 1951 que empezaba a cambiar con el carnet de identidad en las carteras, era noticia Ana Cazorla, una vecina del Cerrillo del Hambre que acababa de dar a luz al hijo número once. El periódico contaba la noticia con grandes titulares para que sirviera de ejemplo y para que todo el mundo supiera que en Almería podíamos pasar hambre, pero seguíamos procreando para olvidar las penas y para cumplir con nuestra patria.
El carnet de identidad nos identificaba a todas horas ante los agentes de la ley y nos hacía más vulnerables ante las sanciones. En febrero de 1952, cuando estábamos en plena campaña del carnet de identidad, las autoridades decidieron endurecer las multas de tráfico y además publicar el nombre de los infractores en el periódico, desde un camionero que hubiera cometido una falta hasta un humilde carrero de los que traían la verdura de la vega.
Aquella era la Almería que suspiraba por tener un aparato de radio en los comedores de las casas para poder escuchar a primera hora de la tarde el ‘Dedique usted su disco’, que fue la primera versión del famoso programa de ‘Discos dedicados’ que hasta los años setenta nos alegró las horas de la siesta.
Era la Almería de la radio familiar sobre la mesa de camilla y de los ecos de sociedad que nos contaban en el diario Yugo las ilusiones y las penas de la gente. La sección de los ecos de sociedad le daba al periódico un aire cercano y amable que le quitaba dramatismo a la realidad. Allí nos enterábamos de las bodas principales, de los niños que nacían, de los que entraban y salían de la ciudad cuando viajar era un acontecimiento que merecía ser publicado y hasta de las peticiones de mano: “Por doña María Pérez, viuda de Valverde, para su hijo don Justo, ha sido pedida a don Juan García Fernández, la mano de su hermana Asunción”, contaba la prensa de entonces.
Los ecos de sociedad era la sección más leída junto a las esquelas y a los sucesos, donde el diario rozaba el nivel de hoja vecinal. En los sucesos podías encontrar desde un asesinato o un robo, hasta una riña entre vecinas o una sanción por tirar el agua a la calle. En los sucesos aparecían los heridos que pasaban por la Casa de Socorro y el Hospital, por insignificante que fuera el percance. Si un niño resultaba descalabrado en una guerrilla a pedradas, posiblemente tendría el honor de salir en el periódico dos días después.
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