Fueron pocos los almerienses que pudieron ver a Gilda, aquella mujer de amplio escote que fumaba y miraba a los hombres con descaro. Quizá, lo que más gustaba de ella era su manera de fumar, como si estuviera inventando el vicio.
Ahora que se cumplen 75 años de su rodaje se ha publicado un libro sobre lo que significó su estreno en España, en aquella España de la posguerra donde los hombres soñaban con mujeres imposibles en la oscuridad de las salas de cine.
En Almería no tuvimos tanta suerte como en otras ciudades importantes donde el estreno llegó en 1947. Aquí, haciendo honor a nuestro destino de ser siempre los últimos, los almerienses no pudieron ver a Gilda hasta dos años después. Si habíamos sido los últimos en tener el ferrocarril, no podíamos ser los primeros en ver una película tan revolucionaria que traía el cartel de ‘escandalosa’.
Sí, fuimos los últimos en verla en un estreno tardío y efímero como una tormenta. Así pasó ‘Gilda’ por Almería, como una tormenta de verano que fue un problema para las autoridades civiles y religiosas y una aventura para los pocos que pudieron verla en las cuatro noches en las que se mantuvo en la cartelera.
Llegó sin avisar, sin grandes titulares en la prensa y en uno de aquellos lunes anónimos en los que la gente no solía ir al cine. La trajeron a empujones, en contra de la voluntad del Gobierno civil, y la proyectaron como si fuera una cinta más de medio pelo de las que traían todos los veranos a la terraza del Tiro Nacional.
Sin anuncios, sin carteles, sin publicidad, la película pasó desapercibida para todos salvo para el crítico cinematográfico del periódico local ‘Yugo’, que con el seudónimo de ZETA dejó al día siguiente del estreno algunas pinceladas para la historia. “Por fin se proyectó en nuestra capital la tan esperada película ‘Gilda’, producción fascinante y seductora”, escribía el cronista. Solo con esos dos adjetivos ya había conseguido levantar pasiones en el público masculino que esa mañana desayunó leyendo su reseña sentado en un café del Paseo. El periodista iba más allá cuando hablaba de la película: “Rita se revela como una excelente actriz y está maravillosa cantando y bailando, además de su aspecto deslumbrante y bella como ninguna”. No se podía decir más con menos palabras. Con ese: “aspecto deslumbrante” el crítico invitaba a soñar despiertos a todos los hombres que se imaginaban aquel escote prohibido en el que se concentraban todas las pasiones de una época. Y para rematar la faena, aquel señor que escribía bajo la capa de ZETA, culminaba su columna diciendo: “Al público le agradó esta película, principalmente a los espectadores masculinos que continuamente sueñan con la inolvidable Gilda”.
Y así fue, un sueño para los pocos que la pudieron ver, y un sueño para los que sin verla la vivieron imaginando aquel escote, aquel cigarrillo entre los labios y aquella mirada llena de pasión que tanto revuelo trajo en su estreno.
Gilda hizo historia en nuestra ciudad a pesar de los pocos que pudieron disfrutarla. La llegada de la cinta a Almería estuvo rodeada de dificultades y hasta un día antes de su proyección no se contó con la autorización del entonces Gobernador Civil, Manuel Urbina Carrera.
El lunes 15 de agosto de 1949 fue el día elegido para el estreno, pero al coincidir la fecha con la celebración en la iglesia de San Sebastián de los funerales por los primeros caídos en Almería durante la guerra, se retrasó al martes. Fue una de las condiciones de las autoridades locales, que la película debutara en un día de escaso tirón y en unas fechas, cinco días antes del comienzo de la Feria, en la que los almerienses solían reservarse y gastar lo mínimo para derrochar lo poco que tenían en su semana grande.
Otra condición fue que ‘Gilda’ no se podía estrenar en una sala de invierno, lugar de mayor solemnidad y también más oscuro y propicio al pecado, por lo que el lugar escogido fue la Terraza del Tiro Nacional, en aquellos tiempos un recinto alejado del centro.
Urbina Carrera se reunió la tarde anterior con su agente de investigación y vigilancia, el censor afectó al gabinete de prensa del Gobierno Civil, y le dio las órdenes pertinentes para que la película tuviera la mínima publicidad. Se prohibió la exhibición del cartel donde la exuberante Rita Hayworth aparecía postrada a los pies de Glenn Ford. El anuncio de la película se limitaba a una humilde pizarra junto a la taquilla de la terraza, donde escrito con tiza aparecía el nombre de Gilda.
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