A la calle de la Rambla de Alfareros le robaron el último tramo, el que tenía más fuerza comercial y se lo adjudicaron al antiguo Paseo de Versalles (hoy avenida de Pablo Iglesias).
La Rambla de Alfareros bajaba desde la Plaza de Jaruga (hoy Plaza de la Inmaculada) y venía a desembocar en la Puerta de Purchena, hasta que en los años sesenta se abordó la prolongación hacia el sur de lo que ahora es la avenida de Pablo Iglesias. Se derribó el edificio de Vulcano y todo un entramado de casas antiguas que taponaban la salida hacia el sur del Paseo de Versalles. De esta forma se consiguió una vieja aspiración de la ciudad, como era la de contar con una gran arteria que desde la falda del cerro de las Cruces llegara hasta los pies del mar, o lo que es lo mismo, que el Paseo tuviera continuidad hacia el norte.
Antes de que se abordara esta remodelación urbanística, la calle de la Rambla de Alfareros estaba dividida en dos tramos: el primero, que empezaba junto a los muros de la iglesia de los Franciscanos, y el segundo, que estaba ligado estrechamente a la vida de la Puerta de Purchena. Esta proximidad con el corazón comercial de la ciudad le permitió tener negocios importantes, algunos de ellos de gran solera como la tienda de tejidos del Río de la Plata y la ferretería de Vulcano, que custodiaban sus dos esquinas.
De los negocios antiguos solo ha quedado en pie la tienda de discos de Río Preto Radio, que de forma milagrosa ha sobrevivido a las crisis y a los cambios de la moda. Hace sesenta años, cuando este tramo de calle llevaba todavía el nombre de Rambla de Alfareros, todos sus locales estaban ocupados.
Allí estaba la confitería La Colmena, que desde marzo de 1961 ocupó el local que se había quedado libre tras el cierre de la peluquería del maestro de Haro.
José Gonzálvez Ruiz puso en marcha la confitería en el número cinco de la Rambla de Alfareros, con sus famosos ‘plátanos’, sus ‘chumbos’, sus ‘ana-marías’ y sobre todo, con sus gatitos de chocolate que él mismo creó aprovechándose de una casualidad: aquel pastel surgió cuando estaba limpiando una de las mangas que utilizaba para el relleno, de la que se desprendieron unas gotas de merengue que al caer en la mesa le inspiraron la figura de un gato que quedó inmortalizada en una filigrana de azúcar y chocolate. La familia Gonzálvez vivió la época dorada de los años sesenta y setenta, cuando las confiterías estaban de moda.
Unos metros más arriba de La Colmena estaban los discos de Río Preto y en la esquina con la plazuela de Calderón aparecía la bodega Morenito, de los hermanos Aguilera Ruiz, un templo para los amantes del vino y, sobre todo, una referencia para los aficionados a los toros. Allí se hablaba de toros, se palpaba la magia de la fiesta en el ambiente y hasta se organizaban viajes a los festejos taurinos que se celebraban en la provincia y en algunas capitales importantes.
En esa misma acera tenía su sede un bar histórico, el Negresco, que llenaba toda aquella manzana con el perfume de la jibia a la plancha. Coronaba la calle por arriba el viejo caserón de la farmacia de Ortega, que fue uno de los edificios que echaron abajo en los años setenta para hacer realidad la gran avenida desde el Paseo de la Caridad hasta la Puerta de Purchena.
En la acera de enfrente, empezando por abajo, la calle de la Rambla de Alfareros tenía como símbolo la ferretería de Vulcano, que pasó a la historia en enero de 1972. Las obras no estuvieron exentas de problemas debido a las dificultades para conseguir que los inquilinos del edificio abandonaran sus casas. Debido a la solidez de la construcción, hecha a base de piedra de cantería, los trabajos se prolongaron durante más de dos meses.
De todos aquellos negocios que se acumulaban en ese último tramo de la Rambla de Alfareros, recuerdo con especial nitidez la cuchillería de Álvarez, donde nos mandaban nuestros padres a afilar los cuchillos. Cuánto nos gustaba asistir a esa ceremonia en la que el afilador le iba sacando brillo al acero con el roce de la rueda de piedra.
Por aquel tiempo la calle de la Rambla de Alfareros ya había empezado su transformación con la construcción del edificio Tauro, que abrió la veda de los bloques de hormigón en la zona. Estaban de moda los pisos de gran altura, que acabaron imponiendo su ley. Después llegó el derribo de las casas que taponaban la Avenida de Pablo Iglesias y el nacimiento de una nueva ciudad. Todo el entramado de callejuelas y casas viejas que llegaban hasta los cerros del Quemadero y de las Cruces fueron cambiado de aspecto con edificios modernos que llenaron de familias jóvenes y de nuevos comercios todo aquel entorno.
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