Se ha cumplido un año de la muerte del último peluquero de la vieja guardia que quedaba en Almería, el maestro Ginés, un auténtico apasionado del oficio que estuvo cortando el pelo y afeitando las barbas de sus clientes hasta que la fuerza lo acompañó, consciente de que la rutina del trabajo y el reencuentro diario con los amigos eran dos pilares fundamentales para mantenerse vivo.
Ginés Gutiérrez Guillén se resistía a jubilarse. Edad no le faltaba, pero le costaba trabajo entender la vida sin su oficio, sin acudir todos los días a ese ‘templo’ de la Plaza del Carmen donde se encontraba con la vida. Cuando no tenía ningún cliente le gustaba colocarse cerca de la ventana y apoyar la cara al cristal como si estuviera esperando una cita. A veces, la peluquería estaba llena, sin una silla libre en toda la sala, mientras los sillones estaban vacíos. Eran los amigos que pasaban a diario por allí aunque solo fuera a saludar al maestro Ginés, que siempre tenía un gesto amable en el bolsillo.
Ginés era un personaje muy conocido en la ciudad, no sólo en el centro, donde tenía el negocio, sino también en Pescadería, donde nació. Toda su familia venía de La Chanca. Su padre fue barrilero en los talleres que el empresario López Guillén tenía en la Avenida del Mar; estuvieron funcionando hasta los primeros años de la década de los cincuenta. Él podía haber aprendido también el oficio o echarse a la mar como muchos niños de su barrio, pero a los diez años entró como aprendiz en la peluquería de Víctor Martínez Aranda, en la calle Arquimedes, junto a la Plaza de Pavía, y le gustó aquella experiencia y en ella se quedó a vivir para siempre.
Aprendió a manejar las tijeras a la vez que don Sebastián, el maestro, le enseñaba a leer y a escribir.
De los recuerdos que conservaba intactos de su niñez destacaba en su memoria el del primer profesor. Don Sebastián Medina fue un maestro forjado en la ‘Libre Enseñanza’ de la República que tuvo que pagar muy caras sus ideas. Después de la guerra no pudo ejercer su magisterio libremente y se vio obligado a montar el colegio en su propia vivienda. Primero tuvo la escuela en la calle Pitágoras y después se instaló en un local de la calle Buzo, donde empezaban las empinadas cuestas del cerrillo del Hambre, frente al cañillo donde las mujeres iban a llenar los cántaros.
Cuando terminaba la semana, los niños llegaban con su moneda en la mano y le decían: “don Sebastián, aquí tiene usted la paga”, y así iba viviendo el maestro, tan ligado a su oficio como un artesano del conocimiento, tan vinculado a aquellos niños que después, cuando se hicieron hombres, siempre le estuvieron agradecidos. Era un personaje que poseía una gran sabiduría y entendía bien a los niños y las circunstancias de cada familia.
Como la mayoría de los niños de aquella época, el paso de Ginés por el colegio fue efímero y no tuvo la oportunidad de ir al Instituto. Siguió recorriendo peluquerías hasta que se hizo un experto. Trabajó en la barbería que José Sánchez del Águila tenía en La Almedina. En 1962, cuando tenía 26 años, le llegó la oportunidad de entrar en el prestigioso establecimiento que Francisco Beltrán Castillo regentaba en el Paseo, en la esquina frente al Parrilla Pasaje. Allí estuvo 36 años hasta que cerró. En 1998 se enteró de que los hermanos Ferrón traspasaban la peluquería ‘Aragonesa’, junto a la Puerta de Purchena, y decidió embarcarse en una nueva aventura. No quería oír hablar de jubilaciones. Se sentía con fuerza para seguir adelante, consciente de que su oficio formaba parte de su vida y quizá también de su salud.
El nuevo negocio llevó el nombre de ‘Peluquería Ginés’, pero todo el mundo la conocía por el nombre antigua ‘La Aragonesa’. Era una pequeña habitación que mantuvo intacto ese aroma antiguo de las peluquerías de antaño, sobreviviendo en un tiempo que no era el suyo. Arrastraba la esencia de otra época, que llevaba impregnada en los colores de la bandera francesa que adornaban la fachada, en la decoración del interior que no había cambiado en cincuenta años y sobre todo, en los profesionales que le daban vida al local.
El maestro Ginés era un profesional forjado en la tijera y en la navaja de afeitar, no un estilista como los que se llevan ahora, sino un barbero en toda sus extensión, de los que aprendieron de niños el oficio mientras recogían los pelos del suelo con la escoba y preparaban el jabón para la suerte suprema del afeitado. Un día, después de quince años instalado en la Plaza del Carmen, el viejo peluquero decidió que había llegado la hora de colgar por fin las tijeras y marcharse. Corría el año 2012 y había resistido la presión de la jubilación, reenganchándose varios años más al oficio. Pero ya no podía más, había superado la frontera de los setenta y cinco años y aunque le hubiera gustado seguir diez años más, el tiempo ya no le ofrecía prórrogas.
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