En el Paseo, en el portal del edificio de la joyería Miras, sobrevivió durante décadas un pequeño comercio de turrón en el que se llegaban a formar grandes colas en las vísperas de Navidad.
Entrabas al portal y pegado a la pared te encontrabas el viejo mostrador de madera sobre el que se gestaban grandes negocios. Estaba allí, medio oculto, sin hacer ruido, resistiendo el paso de los años con aquel turrón de calidad suprema que todos los años la familia Sirvent traía directamente de Jijona. Era el puesto de la señora Mercedes, donde además del turrón auténtico de Alicante vendía peladillas, almendras rellenas, mazapanes y los famosos anises que tanto gustaban a los niños, aquellos que venían dentro de biberones de plástico.
Los portales, en aquel tiempo, eran patrimonio de los ciudadanos porque siempre estaban abiertos y uno podía entrar en cualquier portal libremente, salvo en aquellos edificios de mayor rango donde existía la figura del portero profesional, que hacía de centinela.
Como los célebres turroneros del portal de Miras, fueron muchos los pequeños empresarios almerienses que comenzaron su camino desde la humildad de un portal, partiendo prácticamente de cero. Algunos tuvieron tanto éxito con el invento que acabaron echando raíces en el habitáculo. Adolfo, el que fue durante décadas el magnate de los helados locales, empezó su aventura comercial vendiendo tostones en un portal de la calle de las Tiendas. En verano se ganaba la vida con los helados y cuando llegaba el invierno se reconvertía bajo el trozo de techo de un portal y allí instalaba el fuego en el que calentaba las palomitas.
En el Rinconcillo, en el portal que hacía esquina con la casa de la Tienda de los Cuadros, resistió durante años el zapatero Benavente. Pasabas por la plaza, mirabas al rincón, y te encontrabas con la estampa del remendón debajo del umbral de la puerta, aprovechando cada centímetro del portal para ganarse la vida.
Otro portal con negocio era el del edificio de la academia Cervantes, en la Puerta de Purchena. Los niños, cuando íbamos a recuperar alguna asignatura a las clases particulares, nos encontrábamos, nada más entrar en el portal, con una relojería que se había hecho fuerte en el hueco de la escalera.
En un portal de la Plaza de San Sebastián hizo carrera el relojero Antonio Viciana Robles, que en 1964 montó allí su quiosco y allí estuvo hasta que le llegó la jubilación. Él y su negocio formaban parte del paisaje. Junto a la iglesia que estaba enfrente, llegaron a ser los más antiguos de la plaza, los únicos que consiguieron sobrevivir al acoso urbanístico que azotó y derribó toda la manzana.
En un portal de la calle del Regimiento de la Corona existió un puesto de alquiler de novelas donde por una peseta podías cambiar un tebeo de segunda mano. En un portal de la calle de la Almedina se ganaba el pan ‘Juanico el caca’, que vendía juguetes de plástico baratos y toda clase de golosinas, a pocos metros donde otro empresario, Pepe París, tenía un taller de bicicletas en el vientre de un portal húmedo y sombrío.
En el portal de la casa del Granero, en la antigua plaza del general Castaños, una anciana sobrellevaba la vejez vendiendo caramelos en el hueco de la escalera. El escenario era tan pobre que en invierno, cuando a las seis de la tarde se hacía de noche, tenía que alumbrarse con un quinqué y a veces con una vela si las ganancias no le daban para comprar aceite.
También en el hueco de una escalera empezó a dar sus pasos en solitario un célebre peluquero del barrio de Pescadería, el maestro Antonio Uclés, que con lo puesto logró instalarse en un portal de la Carretera de Málaga, frente al puerto pesquero, y desde allí fue creciendo hasta levantar un gran negocio. Corría el año 1962 y después de terminar el servicio militar tenía ganas de trabajar y de llegar alto.
Como los ahorros no le daban para alquilar una habitación completa y mucho menos un local en el lugar más visible del barrio, se embarcó en la aventura del portal. Era tan pequeño que los clientes tenían que esperar su turno en la puerta, pero llegó a ser tan rentable que allí permaneció durante ocho años, hasta que se quedó libre el local de la antigua bodega de Juan ‘el Atravesao’, donde echó el ancla definitivamente.
Los negocios en portales fueron una reliquia de la posguerra, el contrapunto de los supermercados que a partir de los años setenta empezaron a marcar el ritmo comercial de la ciudad.
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