La tarde de su entierro cientos de almerienses lo acompañaron hasta su última morada, formando largas colas para poder entrar en el cementerio y darle el último adiós. Hoy, su lecho es una lápida con su nombre y una tumba abandonada en un rincón del cementerio viejo por el que ya no pasan los familiares cada mes de noviembre y en el que el único rastro de vida cercana es el manojo de flores que una mano anónima deposita de vez en cuando a sus pies.
“Manuel Pérez García. 5 de abril de 1867-18 de julio de 1927. Licenciado en ciencias. Catedrático. Su esposa e hijo”, dice en la lápida de piedra que se mantiene erguida a pesar del paso del tiempo. Debajo, otra inscripción cuenta que en esa misma tumba yace su esposa, Josefa Almansa Espada, fallecida cuatro años después.
En otro escenario de la ciudad, junto a la Puerta de Purchena, una plaza lleva todavía su nombre. Allí, frente al kiosco de Amalia y los refugios, destaca la plaza de Manuel Pérez García, sin ninguna nota que le diga los almerienses, quién fue aquél personaje que le da nombre a una de las calles más céntricas y concurridas de Almería.
Sí, Manuel Pérez García fue un gran personaje en su época, una de esas figuras que dejan huella por donde pasan. De niño ya destacaba en el cuadro de honor del Instituto de Almería. Su nombre aparecía en los prolegómenos del curso 1878 como uno de los alumnos más destacados del centro. No solo sobresalía en el aula, sino que dejaba boquiabiertos a los profesores por su capacidad para descifrar los misterios de la naturaleza: lo mismo aparecía por la clase con una caja llena de minerales que había ido almacenando en sus excursiones por las sierras cercanas, que sorprendía a sus compañeros con una rana disecada o una colección de insectos.
Cuando terminó la carrera de Ciencias inició una frenética actividad intelectual y política. En 1889, con 21 años de edad, Manuel Pérez ya formaba parte de la directiva de la juventud democrática de Almería, siendo uno de sus miembros más destacados por haber sido discípulo predilecto de otro ilustre almeriense, el alhameño don Nicolás Salmerón. De él heredó la esencial liberal más pura y las ideas republicanas que lo acompañaron a lo largo de su vida.
En los años de juventud voló alto y para estar más cerca de su maestro se trasladó a Madrid, donde destacó también como periodista, llegando a alcanzar el puesto de director del periódico ‘La Justicia’.
En la capital de España ejerció como primer ayudante de la sección micrográfica del laboratorio químico municipal y ganó por oposición la cátedra de Agricultura. Fue entonces cuando se planteó volver. En septiembre de 1897 decidió regresar a su tierra y abrir una academia preparatoria con clases de matemáticas y ciencias en el número 23 de la calle de Regocijos, donde tenía su domicilio particular.
Un año después ocupó la cátedra de fisiología e higiene y gimnástica del Instituto Nacional de Segunda Enseñanza y comenzó una nueva etapa donde fue alternando su labor docente con el periodismo y con la actividad política. Fue director del diario republicano ‘El Popular’, concejal del Ayuntamiento de Almería y uno de los grandes oradores de su tiempo, destacando como conferenciante.
Era un hombre austero, sabio y bondadoso y nunca entendió la política como una forma de progresar social y económicamente, sino como una manera de entregarse a los demás. El 18 de julio de 1927, en plena madurez intelectual, don Manuel Pérez fallecía en su casa de la calle de Regocijos. La tarde de su entierro, el catedrático Antonio Tuñón pronunció un emocionado discurso ante su tumba.
Para que su figura no cayera en el olvido, en los años de la Segunda República las autoridades locales decidieron que la entonces Plaza de Nicolás Salmerón llevara el nombre de su ilustre discípulo.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/221150/el-discipulo-predilecto-de-salmeron