El pasado jueves intervine en unas Jornadas Internacionales sobre vacunas organizadas por el Instituto Balmis. El texto que sigue a continuación resume mi intervención en el Foro sobre la visión de la pandemia desde la óptica de los medios de comunicación y las redes sociales.
Hace algunas semanas y en una mesa redonda sobre la pandemia del COVID en la que tuve la suerte de intervenir (en esos espacios de reflexión siempre se aprende porque escuchar al que más sabe es la clave cuando se tienen intenciones de saber), una vez que se abrió el coloquio, uno de los asistentes, un ciudadano peruano, preguntó qué consecuencias había podido provocar el hecho de que algunos grandes medios de comunicación difundieran en su país la noticia de que una de las vacunas que estaban aprobadas para ser utilizadas contra el Covid solo estaba compuesta de agua destilada.
El doctor Richard Berman, médico epidemiólogo en Washington tras haber trabajado en el sector de la salud e investigación durante más de 18 años en la Universidad de Tennessee, le respondió que, en medio de todas las incertezas por las que ha transcurrido -y todavía transcurre- el Covid, desde su origen hasta sus efectos, había una verdad indiscutida por indiscutible: la información difundida por aquellos medios había causado decenas, si no centenares o miles de muertos en quienes, tras leerla o escucharla, habían desistido de inyectarse la vacuna.
Su respuesta me impactó tanto que, unos días después, escribí una carta en la edición digital y de papel de La Voz de Almería titulada “la información también mata”.
La lamentable realidad es que, en no pocas ocasiones, los medios no nos detenemos a analizar las consecuencias de la información sin contrastar qué difundimos y del perjuicio de aquellas falsedades que circulan con maldad y estupidez por las redes sociales, que no solo intoxican, sino que, también, provocan consecuencias demoledoras.
Desde hace años se está instalando en la mentalidad de millones de ciudadanos una realidad paralela (y para lelos) en la que la mentira es más verosímil que la verdad. Cualquier cretino desenfunda su estupidez, escribe o graba una extravagancia en la primera red social que tiene a mano y, al segundo, miles de entusiastas de la ignorancia comienzan a repicar desde las campanas de sus móviles el disparate disparado por el primer imbécil que apretó el primer gatillo. El conocimiento ha dejado de tener prestigio y ahora lo que cotiza en el Ibex de millones de personas es la tontería construida sobre un puñado de caracteres.
El pasado martes el director regional de Organización Mundial de la Salud en Europa, Hans Kluge, visitó Barcelona y, además de alertar sobre la amenaza de que para febrero pueden morir otras 500.000 personas por Covid, sostuvo que una de las causas que están dificultando la lucha contra el virus y, a veces, propagando la expansión de pandemia, es la infodemia, la difusión de informaciones falsas sobre las vacunas.
Sostenía el director regional para Europa de la OMS que hay dos motivos principales para que se esté produciendo esta situación de aumento de casos en algunos países. Uno era el fomento de un clima de escepticismo sobre los efectos de la vacuna, cuando no la expansión de las teorías negacionistas. Ante esta realidad desalentadora Kluge anunciaba que iba a proponer de forma inmediata la creación de un grupo de trabajo europeo sobre concienciación a las personas que no quieren vacunarse: El segundo motivo era la difusión de fake News, un fenómeno sociológico y mediático frente al que hay que adoptar una actitud proactiva para reducir sus efectos demoledores. Dos fórmulas con constatados resultados eficaces para frenar la expansión del virus o, al menos, acorralarlo para reducir su impacto demoledor.
En su intervención Kluge señaló también que en la cara oculta de la lucha contra la pandemia se situaban países europeos como Rumanía, donde la cobertura vacunal solo ha alcanzado al 30 por ciento de la población o Bulgaria, donde esta cifra, tan desalentadora, baja hasta el 22 por ciento. La luminosa cara de esa luna se encuentra en España con mas del 80 por ciento de la población diana vacunada.
Esta distinta forma de enfrentarse al Covid mediante la inmunización de las vacunas ha convertido a Europa en un ejército en el que hay 53 generales -que son los países que la OMS considera que existen en la región europea, incluyendo Rusia y las repúblicas ex soviéticas- y que han decidido luchar cada una por su cuenta contra el virus. Esta actitud estratégica tan errónea es la que está permitiendo que el virus no solo no haya sido contenido o reducido, sino que, en algunos países, haya aumentado su incidencia.
Ante esta realidad hay que plantearse cuál es la actitud que han mantenido los medios de comunicación en esta guerra iniciada hace ya casi dos años.
Hay que señalar que, en principio, la llegada imprevista del virus y sus imprevisibles consecuencias situaron a los medios de comunicación en un espacio más cercano a la expectación que a cualquier otra circunstancia.
Wuhan era una provincia perdida en la lejanísima China en la que estaba sucediendo un fenómeno extraño situado más cerca de la sección de Sucesos que de la de Salud. Europa y Estados Unidos, los medios de Europa y Estados Unidos, miraron aquel incendio desde el interés periodístico que provoca una catástrofe lejana que nunca acabaría afectándonos.
Pero la velocidad del virus acabó consumiendo en semanas aquella expectación inicial. Pronto caímos en la cuenta que aquel virus imprevisto e imprevisible ya había llegado a nuestras costas y, con la fuerza y la determinación de un ejemplo imbatible tomó, siguiendo la estrategia napoleónica, las ciudades por los arrabales de la movilidad urbana. Ante esa situación que nadie previó, los medios de comunicación se parapetaron en las almenas de la alarma. El avance imparable de aquel enemigo invisible y la geométrica progresión de las víctimas de sus efectos convirtieron los telediarios, las emisoras de radio, las pantallas digitales y las páginas de papel de los periódicos en permanentes altavoces por los que cada hora se escuchaba el ruido de las sirenas anunciando la llegada de un nuevo bombardeo de casos.
El caos no propicia la ponderación de una realidad en todas sus circunstancias y esa realidad provocó que en aquellas primeras semanas algunos medios pusieran más el acento en acusar miserablemente y de forma partidista a las manifestaciones feministas de fomentar el virus que a la difusión de aquellas medidas que podían acorralar o al menos dificultar su expansión.
Como toda exageración interesada- y aquella lo fue, y tanto- la realidad acabó imponiéndose y la mesura, la ponderación y el equilibrio terminó siendo el ultimo ángulo de un cuadrado que antes había tenido en la expectación inconsciente, la utilización sectaria y la alarma sobrevenida sus tres primeros ángulos.
La concienciación a la ciudadanía se convirtió entonces en el principal objetivo de los grandes y pequeños medios. Informar a los ciudadanos de las medidas a adoptar para hacer frente al virus se convirtió en una exigencia ineludible a la hora de concienciar a la población para que adoptara medidas de autodefensa y se constituyera en parte decisiva a la hora de enfrentarse a un enemigo invisible y común, pero de efectos devastadores.
Estas cuatro fases en las que situó la evolución de los medios de comunicación ante la pandemia se tuvieron que acompasar en el tiempo en función de las diferentes etapas por las que transitó el virus.
La fase de expectación fue muy intensa pero muy reducida en el tiempo por la rapidísima propagación del virus. Lo que empezó en China llegó pronto a Italia y de forma casi simultánea a España y otros países europeos.
La campaña de utilización partidista tuvo la velocidad del rayo, el estruendo del trueno y la brevedad de lo inconsistente. Las manifestaciones del 8M no incendiaron Europa de casos y quienes defendieron tan estúpida teoría no solo ha quedado desacreditados por la realidad brutal de la peligrosidad y expansión de un enemigo tan formidable, sino que, a la par, desvelaron su podredumbre personal y su miseria profesional.
El sonido desconcertado y desconcertante de la alarma generalizada se acompasó a la explosión incontrolada de casos, al espanto de las UCIS llenas y a la desolación devastadora de las morgues improvisadas en los palacios de hielo. Los informativos se convirtieron en un relato de alarmas continuado en el que la acumulación atropellada de informaciones ocupaba la mayor parte de su espacio.
La tercera fase fue la de la concienciación. Los medios formaron parte activa, no solo para contar lo que estaba sucediendo, sino para colaborar con quienes estaban en la primera línea del frente de batalla. Ha sido y está siendo la fase más amplia, la más dilatada y deberá continuar siendo así.
Pero en toda esta guerra que aun perdura también se han cometido errores impropios de una profesión que debe autoimponerse la máxima exigencia a la hora de difundir informaciones.
La difusión de noticias falsas sobre remedios caseros, inventos estrafalarios, negacionistas de ópera bufa, teorías delirantes sobre microchips y otros derivados de la paranoia conspirativa o sobre la ineficacia inventada de las vacunas, todos ellos pecados mortales (y elijo la palabra en su sentido literal, no religioso), hay que señalar que la inmensa mayoría de los medios de comunicación ha sabido ocupar su posición en esta guerra sin balas pero con centenares de miles de víctimas y aún no terminada.
En España al contrario que en otros países, y esta vez afortunadamente, hemos sido diferentes.
Exceptuando el pecado en el que algunos medios han caído de utilización del virus como arma táctica para deteriorar la imagen de este Gobierno, de aquella comunidad autónoma o de aquel territorio, una utilización obscena y abyecta del dolor como metralla ideológica, la inmensa mayoría de los medios de comunicación se ha enfrentado al virus desde la responsabilidad ética y ciudadana de alentar, no solo las medidas sanitaria que imponía la lógica médica y el sentido común ciudadano, sino, además, difundiendo con argumentos empíricos la necesidad de que la población se vacunara y lo hiciera con responsabilidad, con diligencia y sin ampararse en criterios acientíficos que solo pretendían y pretenden convertir el negacionismo en una ideología cuyo final solo conduce a la cama de un hospital o, en muchísimos y devastadores casos, a la muerte
Creo sinceramente que los medios de comunicación han estado a la altura de las circunstancias
Una altura que desde la perspectiva personal del ejercicio del periodismo, quizá y lamentablemente también, no pueda situar a determinados estamentos de la estructura de poder cuando, para respaldar o rechazar algunas decisiones adoptada por los gobiernos, enfatizaba y priorizaba otros derechos por encima del derecho fundamental a la salud.
Si el director territorial para Europa de la Organización Mundial de la salud señala que en el continente ha habido o hay todavía 53 formas de enfrentarse a la pandemia, lo que es un disparate estratégico indefendible, también es cierto que la estructura política y judicial de España ha convertido esta lucha en un ejército en el que, más veces de las soportables, cada uno de los tribunales superiores de justicia o de los gobiernos autonómicos ha hecho la guerra por su cuenta.
El virus no entiende -y ustedes lo saben mejor que nadie- de ideología, de territorios, ni de leyes. Es un enemigo implacable y contra un enemigo de esas características lo que se impone es la adopción de medidas conjuntas.
Sostiene la teoría sobre la estrategia militar que la primera víctima de una guerra es la verdad. Esta realidad, constatada en todas las guerras convencionales, no ha sido así en esta guerra que estamos librando contra la pandemia.
Como sostiene con rigor el eslogan de este congreso internacional sobre vacunas y Covid en el que tengo el honor de participar, “la mejor vacuna es el conocimiento”. Y para alcanzar el conocimiento no ha habido nunca, ni lo habrá, mejor camino que la verdad.
Muchas gracias.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/225581/informacion-fake-news-y-cretinos-en-los-tiempos-del-covid