-¡No, eso jamás, (aunque alguno mantiene que lo que realmente dijo fue ¡y una mierda!).
Dicen que su voz sonó como un trueno inesperado en medio del sosiego que impone la vida sacerdotal. El relámpago que lo precedió fue la propuesta de un sacerdote de vender la Casa Sacerdotal para pagar los más de 22 millones de deuda que han llevado a la diócesis a una situación económica insostenible con los recursos habituales.
Ha sido la única vez- y quizá la última- que Antonio Gómez Cantero, entonces obispo coadjutor y ya obispo sin apellidos subordinantes, perdió los nervios en los 326 días con sus noches que han transcurrido entre su nombramiento de urgencia y la aceptación exprés de la renuncia presentada por su antecesor, dos decisiones adoptadas por Roma con la precisión de quien ha comprendido que la situación había llegado a un punto en el que no cabía ni la dilación ni el retorno.
Lo que tal vez no sepa el Obispo Cantero es que su oposición a la posibilidad de poner en venta la casa donde viven los sacerdotes a los que la edad o la enfermedad les ha alejado de la vida cotidiana de las parroquias ya fue intuida hace más de dos décadas cuando las monjas de Las Puras se opusieron a que en la pared que separa la casa Sacerdotal del convento se abrieran ventanas que perturbaran su intimidad monacal. Nunca estuvo en su voluntad reducir la calidad de vida de los sacerdotes que iban a pasar su vejez al otro lado de la pared, pero tampoco tuvieron ausente la intuición de que lo que hoy es un imposible en el que nadie piensa, mañana podía ser una realidad impuesta por el color del dinero. El primorosamente cuidado patio interior y las inmaculadamente blancas celdas superiores de un convento de clausura componen una vista atractiva para los potenciales clientes de un futuro hotel. Las hermanas de Las Puras se adelantaron a los riesgos del tiempo y ganaron la batalla contra quienes pretendían romper una intimidad construida por más de quinientos años de vida de oración en el monasterio de la calle Cervantes.
El nuevo obispo, con su espontánea y humana respuesta (no le cabía en la cabeza: desahuciar a un grupo de sacerdotes ancianos de una casa que es suya es un acto de impiedad sólo al alcance de la mezquindad o, quizá y pensándolo mejor, de la torpeza), con esa reacción, digo, ya ha respondido a algunos de los interrogantes que siempre provoca la llegada de un desconocido a la cúpula de la diócesis.
La vida es una acumulación de azares y una decisión de urgencia del Papa fue la que obligó al obispo Cantero a cambiar unos días de vacaciones en Laujar por una estancia permanente en la provincia. Desde el anterior verano había planeado que ese año, el viaje que siempre hace en compañía de un matrimonio y sus hijos amigos tuviese la alpujarra almeriense como lugar elegido. Pero recibió la llamada del Nuncio comunicándole su nuevo destino episcopal. Nadie mejor que él para saber que los caminos del Señor son inescrutables y los de los obispos impredecibles.
Desde su llegada he tenido la oportunidad de hablar varias veces con él sobre Almería, los almerienses, la diócesis y sus entornos y, en todas ellas, me ha parecido un hombre cabal, un obispo más cercano a la austeridad sincera y sin exhibicionismo que al boato renacentista. Un tipo de fiar llegado con el compromiso de que los bancos vuelvan a fiarse de la Iglesia almeriense y los creyentes de un prelado cálido, abierto y cercano a la imagen de Francisco.
Pasarán los años y, un día, su tiempo en Almería se agotará. Lo que no se agotará será su paciencia si continua tan inquebrantable como ha permanecido desde que llegó a pesar de que hubo quien quiso quebrantarla tantas veces.
-Anoche me dieron ganas de llorar- me dijo una mañana de café y confidencias.
No le pregunté por qué. No hacía falta. Después de aquella confesión se refugió en la contrición de un pecado que no había cometido alegando que “a veces digo cosas de las que podría arrepentirme, pero yo soy así, aunque intento trabajar, pero sin levantar polvo”.
Una forma de ser que pudiera estar cincelada por la austeridad de su infancia en Carrión de los Condes, “mi pequeña ciudad” como él la llama de apenas 2000 vecinos y a la que llegó con casi dos años cuando su padre, guardia civil, se fue a buscar otro trabajo más rentable para alimentar una familia numerosa; mientras tanto (buscar trabajo y casa) dejaron a sus hijos al cuidado de abuelos y hermanos. El pequeño Antonio, al final, se quedó con sus tíos, que no tenían hijos, siendo educado y cuidado por ellos hasta que fallecieron. Su madre, Esperanza, aún vive y tiene 98 años.
No habrá toma de posesión; ya lo hizo aquel 13 de marzo pasado en una misa aguada y como de compromiso. Por eso ahora muchos piden una celebración en la catedral como Dios manda para celebrar que ahora es ya nuestro obispo. El se niega a hacer nada y, conociéndolo, si al final se empeñan, hará algo sencillo y su vida continuará con los mismos hábitos que le acompañan desde que llegó. Vive ya en una habitación de la casa sacerdotal, el hogar de los curas jubilados, tan cerca (y a veces tan lejos) del Palacio episcopal, donde tendrá su lugar de trabajo. Tomará café en algún bar cercano, le veremos en las librerías, se sentará en alguna de las terrazas de la Puerta de Purchena o el Paseo para ver pasar la vida y hablará y escuchará -y mucho- a la gente.
En los meses que lleva en Almería ya lo ha hecho y cuando le preguntas a quien le ha conocido, todos coinciden en la respuesta: un obispo normal.
Normal. Una definición tan alejada del aquí y del hasta ahora que revela el adiós respetuoso a un pretérito imperfecto.
El cambio ha llegado al Obispado de Almería. Será tranquilo, sosegado, pero imparable. Harían bien los que presionaron a Roma para retrasar la hora de su llegada que hicieran acto de contrición y se arrepintieran de los errores cometidos y los sufrimientos infligidos.
La tarea que tiene por delante para sacar a la diócesis del abrumador nivel de deuda y para reactivar el entusiasmo en la comunidad cristiana de la provincia será larga y difícil, pero no imposible.
Un nuevo viento recorre la plaza de la catedral. Dejemos pasar el tiempo y a ver qué nos trae. De momento ha traído un obispo que en su estado de wasap tiene escrito: “Si quieres hacer reír a Dios cuéntale tus planes”.
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