Fue el primer chino, después de el de los flanes Mandarín, que conocimos en Almería. Llegó como un exotismo y rodeado de aventura. Era el pionero, el valiente que se atrevía a colocar la cocina china en el templo nacional de la tapa, de las migas y del pimentón. “Este se va a estrellar”, dijeron algunos, pero él resistió y fue dando pasos pequeños pero seguros y caminó tanto que en poco tiempo llegó a convertirse en una referencia en la ciudad. Quién no pasó alguna vez, allá por los años noventa, por su negocio de la Avenida de Pablo Iglesias cuando contarle a los amigos que habías comido en un chino te hacía sentirte diferente.
Después de cuarenta años dando guerra con su arroz tres delicias y con su pato, el bueno de Man Chuen ha dicho aquello de “que trabaje otro”. Le ha llegado la hora de la jubilación y no va a desaprovechar la oportunidad. Estos últimos años de pandemia le han tocado la moral y el bolsillo y tiene ganas de descansar, de dedicarse a lo que más le gusta, que es la enseñanza. Cuando deje el restaurante piensa dedicarse a dar clases de comida de su tierra, ahora que todos los jóvenes quieren ser cocineros como los que salen en la tele.
En su negocio de la calle Marín ha colgado el cartel de se traspasa, por lo que no tardará mucho en jubilarse ya que se trata de un buen local que ocupa un lugar estratégico en la conocida como la milla de oro del tapeo almeriense.
Los que llegan
Se va el chino y a su lado, en el local donde estaba el antiguo bar Plaza de Cañas, ha llegado un japonés. Es una conocida cadena internacional, Sibuya, especializada en comida japonesa, especialmente en sushi. La empresa está acondicionando el establecimiento, lo está dejando como si fuera nuevo por dentro, y tiene previsto abrir sus puertas en la próxima primavera. En el escaparate ha colocado un cartel donde se puede leer: “Forma parte del staff Sibuya. Trabaja con nosotros”, a modo de reclamo para que los aspirantes envíen su currículum.
Con la eminente jubilación de Man Chuen se retira el chino más famoso de Almería, el chino por antonomasia, el chino que desafío la ortodoxia gastronómica almeriense y a los puristas de la tapa. Cuando él llegó, a comienzos de los años ochenta, éramos muchos los que creíamos que los chinos eran expertos cocinando la carne de gato, que nadie había podido penetrar jamás en la trastienda de la cocina de un restaurante chino, un lugar prohibido, y que tampoco había nadie que hubiera visto jamás el entierro de un chino.
El uno de marzo de 1981, Man Chuen abrió su establecimiento. Tras buscar por toda la ciudad un lugar apropiado, encontró un pequeño local en una de las calles laterales del edificio del Hotel la Perla. El restaurante empezó a funcionar. No tenía competencia. Cuando alguien decía “vamos a comer a un chino” todo el mundo sabía de qué lugar se trataba. No había otro. Durante años reinó en solitario en la ciudad hasta ganarse la confianza del público. En 1986 decidió cambiar de escenario y buscar un local más amplio para hacer más negocio. Lo encontró en la avenida de Pablo Iglesias, que entonces conservaba todavía ese torrente de vida que le daba el cine Imperial. Allí fue donde se consagró como el gran chino de Almería.
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