José Guirao será recordado por ser ministro de Cultura en el primer gobierno de Pedro Sánchez. También por ser un excelente gestor cultural, que comenzó en 1983 con tan solo 24 años y, sobre todo, en sus largas etapas al frente del Museo Reina Sofía, entre 1994 y 2001, y de la Casa Encendida, de la Fundación Montemadrid, a la que convirtió en la institución cultural con más prestigio y renombre durante los años en los que estuvo al frente, antes de ser designado ministro de Cultura en el año 2018, cartera que ocupó durante dos años, hasta 2020.
Después volvió a vincularse a la Fundación Montemadrid, y al último encargo que le habían asignado, presidir de forma altruista la comisión ejecutiva de los actos por el 50 aniversario de la muerte de Pablo Ruíz Picasso, que tendrán lugar en el año 2023, y que José Guirao no podrá desarrollar y visualizar, porque un cáncer que le diagnosticaron en marzo del año pasado le ha arrebatado la vida.
Lo conocí, recién llegado a Almería, en ese año 1983. Yo había llegado desde Madrid a hacer prácticas periodísticas en el diario Ideal, y él había venido un poco antes desde su pueblo natal: Pulpí, a ponerse al frente de la Cultura del Palacio Povincial.
Licenciado en Filología Hispánica, era el menor de cuatro hermanos y, quien le conoce, sabe que era un lector insaciable, que disfrutaba desde muy pequeño teniendo un libro entre las manos.
Durante los años que actuó como diputado provincial renovó y encaminó la gestión cultural de esta provincia, dándole un carácter más innovador y vanguardista. Apoyo muchas iniciativas y a muchos artistas que en los años 80 y principios de los 90 empezaban a despuntar en Almería. Se preocupó por traer hasta aquí muchos rayos de luz cultural para saciar la sed de los almerienses que deseaban conocer las nuevas tendencias. Pero su deseo de ampliar su bagaje cultural y sus cualidades como gestor lo llevaron a emigrar a la capital de España.
A pesar de la lejanía, Pepe Guirao siempre estuvo unido a su Almería, a la que llevaba muy dentro de su corazón. Era un enamorado de muchos rincones de Almería y, especialmente, del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar.
Siempre demostró una actitud humilde y discreta, que en ningún momento ocultó su capacidad de trabajo y su enorme conocimiento de la cultura española.
Soñaba con retirarse en su casa de campo de la vera de Extremadura, y aumentar sus estancias con su madre de 93 años, Mercedes Cabrera, en su Pulpí del alma. Ahora nos deja, pero su recuerdo perdurará en el tiempo. Descanse en paz.
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