Mi bautismo de fuego en el periodismo de sucesos fue con agua. La posibilidad de que uno de los pozos situados en la cubeta de Overa fuese comprado por una empresa desató la protesta de los vecinos de esa pedanía de Huércal Overa. En una de las manifestaciones de protesta, María Morales Asensio, una vecina que participaba en aquellas concentraciones pacíficas, fue herida mortalmente por un golpe en la cabeza y murió días después en el Virgen de La Arrixaca. La versión oficial, facilitada a Antonio Torres, corresponsal de Diario 16 y a mí, entonces corresponsal de El País, por Carlos Castillo Quero, jefe de la comandancia de la Guardia Civil en Almería y asesino, años después, de los tres jóvenes acribillados en el Caso Almería, fue que la víctima podría haberse tropezado con el hierro de un arado. Los médicos del hospital murciano con los que contacté veían la causa en artefactos menos agrícolas y más cercanas al culatazo de un arma mientras se disolvía por las bravas aquella concentración.
Años más tarde, y ya como redactor jefe La Voz, me tocó cubrir el conflicto desatado entre Beires, Almócita y Padules por el uso del caudal de otro pozo. De aquel enfrentamiento entre vecinos, uno de ellos perdió un ojo a consecuencia del impacto de una pelota de goma. El agua, que trae la vida, a veces lleva también en su mochila la muerte o la desgracia. La España medieval no acaba nunca. La irracionalidad, tampoco.
El pasado martes Manuel León y Antonio Fernández firmaban dos informaciones sobre la imposibilidad de que 50 hectómetros cúbicos del Júcar llegaran, previo pago, hasta el levante almeriense para regar sus tierras. También ese mismo día, pero desde el poniente, recuperábamos la memoria para recordar que casi 60 años después de la primera petición, el agua del Guadalfeo continúa sin llegar a Almería y se pierde sin beneficio alguno en el Mediterráneo que compartimos.
El próximo jueves el presidente de la Junta se entrevistará en La Moncloa con el presidente del Gobierno y en su agenda de querencias llevará la exigencia de que el trasvase Tajo-segura continúe aportando los diez hectómetros que Almería recibe anualmente de la cuenca manchega.
Por si el agua no estuviera presente en nuestras vidas y en esa agenda de carencias y querencias permanente, solo basta buscar en las hemerotecas para encontrar el caudal inagotable de titulares que ha dado, sigue dando y continuara dando, el frustrado trasvase del Ebro.
El sentido común induce defender con firmeza que la mejor solución para equilibrar los déficits hidrológicos entre la España seca y la España húmeda sería la elaboración de un plan nacional que conectara todas las cuencas a través de una autovía del agua y se complementara con la desalación del agua de mar y la reutilización de las aguas residuales. Tres vértices de un triángulo que eliminaría los desequilibrios estructurales que históricamente padecemos en toda la geografía española y que posibilitaría traer agua de donde sobre y llevarla donde haga falta. Una de las muchas realidades que está demostrando el cambio climático es que nadie, ninguna geografía, está segura de contar con agua permanentemente. La climatología y el régimen de lluvias se está modificando a una velocidad de vértigo y nadie está salvo de sus consecuencias.
El carácter, que hace que nos maltratemos con tanto egoísmo como poca inteligencia, convierte en inviable esa autovía del agua. Esa aspiración exige esfuerzo intelectual, generosidad colectiva y sentido de Estado, tres circunstancias que nunca nos han sido cercanas a los españoles. Es el precio de estupidez que hay que pagar cuando asumimos el error de creer que nuestra aldea es el mundo y que, más allá de nuestras fronteras locales, provinciales, regionales o nacionales, solo hay competidores, cuando no enemigos.
El gobierno andaluz comienza dentro de 48 horas un mandato en el que el agua será protagonista. Quiero ser optimista y creer que avanzaremos en ese camino. Habrá que esperar.
Pero que nadie se deje engañar por ningún partido ni por ningún gobierno. El agua es el líquido que más calienta los atavismos que tanto daño han hecho a este país. Pretender traer agua del Ebro estaba bien. Pero traerla desde el Guadalfeo es más fácil, más barato y más rápido. Y nadie ha sido capaz de hacerlo, ni siquiera, de plantearlo en serio.
Reivindicar agua del Ebro, del Tajo o del Júcar es una aspiración razonable. Pero es más, mucho más lógico y razonable llegar a acuerdos con los que la tienen y les sobra al otro lado de la calle. A ver si aprendemos de una puñetera vez y nos alejamos de la demagogia de guardarropía en un tema tan importante como el del agua.
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