Cuando veíamos salir a la Virgen del Mar los niños teníamos la sensación de que la feria había terminado. Es verdad que faltaba una noche de fiesta por delante y la traca final con el toro de fuego que se soltaba en el Paseo, pero la imagen de la Patrona recorriendo las calles iluminadas, custodiada por un ejército de mujeres enlutadas y de fieles con velas, nos llenaba de esa tristeza irremediable que anuncia el final de unas vacaciones.
La procesión de la Virgen del Mar siempre me dejó un poso amargo porque era el epílogo de un verano que se nos había esfumado sin darnos cuenta y era, también, el contrapunto a los diez días de fiesta que habíamos pasado. La estampa seria de la Patrona rodeada de promesas, de devotos y de solemnidad, contrastaba con el espíritu que había reinado en aquella larga semana de feria en la que la fe había quedado completamente eclipsada.
Los niños de hace cincuenta años conocíamos la historia de la Virgen del Mar porque se contaba en las casas, como también se contaba lo que ocurrió en los días de guerra, cuando dejó de salir a la calle. La imagen volvió a desfilar por las calles de la ciudad en 1939 tras la ausencia obligada por los tres años de guerra. Antes del alzamiento militar del 18 de julio que provocó el inicio de la contienda, la Patrona ya había pasado por momentos de dificultad y su desfile se había suspendido durante la República para evitar alteraciones de orden público en medio de un clima antirreligioso.
En agosto de 1931, cuatro meses después del triunfo republicano en las urnas, el Ayuntamiento de Almería acordó no costear ni incluir en su programa de fiestas los que anualmente se verificaban, desde que lo acordó en 1807, para celebrar el patronato de la Virgen del Mar. Se suspendía así la tradicional procesión por las principales calles de la ciudad, aunque se pudieron celebrar los cultos gracias a una suscripción popular que se abrió en la sacristía de la iglesia de Santo Domingo y en el despacho del conocido comerciante don Rafael J. Romero, dueño del establecimiento de ultramarinos ‘La Constancia’, en el número dos de la Glorieta de San Pedro. Al terminar la Misa, un grupo de fieles se decidió a sacar a la Virgen a la puerta, dándole una vuelta a la plaza sin que se produjera ningún incidente.
Tras los obligados paréntesis de los años 1932 y 1933, debido al agitado clima político y al anticlericalismo reinante entre las principales autoridades políticas locales, la Virgen del Mar regresaba a su cita con el pueblo almeriense en agosto de 1934. La procesión fue costeada y organizada por el comercio de la ciudad, que contrató a la banda de música de Úbeda para que acompañara a la imagen.
En 1935 la Virgen volvía a ser protagonista por las calles en Feria arropada por la corporación municipal y por la banda de música. Fue su última aparición durante la República. Ya no volvió a recorrer las calles de Almería hasta el mes de abril de 1939, con motivo de la celebración de los actos para “exteriorizar el regocijo popular al ser conocida y divulgada la noticia de que la Patrona había sido salvada”.
La comitiva se dirigió desde la Plaza de la Catedral a la de Santo Domingo, recorriendo las calles de Eduardo Pérez y Real, deteniéndose frente al domicilio de don José Pérez Gallardo, en el que la Virgen del Mar estaba expuesta y en cuya casa había permanecido depositada.
Ese año, por Feria, la Virgen volvió a ser la figura central de las fiestas. El domingo 27 de agosto de 1939 la ciudad se engalanó para recibir la imagen. Por la mañana, la Banda Municipal de Música hizo un pasacalles por el centro y por la noche se quemó un castillo de fuegos artificiales.
La procesión fue multitudinaria: las organizaciones juveniles y las centurias y banderas de Falange abrieron la comitiva, siendo impresionante el gran número de devotos que salieron descalzos en señal de promesa.
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