Hoy, por primera vez en más de 500 años, las monjas de las Puras -las vecinas más antiguas de Almería- dejarán de almorzar en el refectorio. Durante todo ese tiempo, que brinca de los cinco siglos, las hermanas han comido platos de repollo o de huevos con patatas o han terminado con una porción de tarta de manzana en una estancia solariega cuajada de frescos centenarios en las paredes y bajo un púlpito donde cada una de ellas se iban alternando en la lectura de los evangelios, mientras el resto de la congregación empezaba a hacer la digestión. A partir de ahora se alimentarán en un comedor más reducido para no entorpecer las visitas al monasterio que hoy principian por primera vez en su dilatada cronología.
Es hoy, por tanto, un día histórico para las seis monjitas que perduran tras esos muros de traza mudéjar -María del Mar, Sacramento, Pilar, Milagros, María Encarnación y María Luisa- después de tiempos más floridos en los que llegaron a habitar ese monasterio almeriense más de 40 sores y novicias. La crisis de las vocaciones hace cada vez más difícil el mantenimiento de los conventos de cláusula.
Por eso, la Comunidad ha autorizado por primera vez la organización de visitas con audioguía por algunas de acrisoladas estancias a un precio de 5 euros. La empresa ArtiSplendore, que también gestiona las visitas al Museo de la Catedral y a otros monumentos andaluces, es la encargada de diligenciar esta iniciativa que podría ir ampliándose a otras partes del espléndido monasterio que ocupa toda una manzana del centro histórico dando a cuatro calles.
La entrada de los visitante será por la puerta que da a la calle José Angel Valente, junto a la fachada de la Iglesia. Allí está la recepción y a partir de ahí el tour museístico se encaminará hacia la Iglesia construida en el siglo XVI, que es el edificio principal, corazón del convento.
Después, la visita recorrerá el claustro que se encuentra porticado en todo su conjunto y compuesto por columnas toscanas en sus dos alturas. En uno de los ángulos se sitúa un aljibe, frente a la columna de triunfo de Santa Beatriz de Silva, que aloja un busto de mármol blanco de la santa, fundadora de la Orden. También hay una esquela mortuoria del siglo XII, inscrita en árabe, que se encontró hace unas décadas en la sala de costura.
Tras ello, los visitantes pasarán al coro bajo que se adosa a uno de los laterales de la capilla mayor. Cerrado por una verja, permite a las religiosas seguir la ceremonia en la Iglesia. Destaca por su excepcionalidad el comulgatorio en madera policromada por la que se administra la eucaristía a las monjas de clausura.
La siguiente parada será en el refectorio, de planta rectangular cubierta por un alfarje y presidiendo el espacio la mesa de abadesa, que ahora solo servirá como una pieza más de este soberbio museo en el corazón de la ciudad antigua. La escalera da acceso a las celdas de las monjas, una de ellas también se podrá visitar.
Seguirá la visita por la Capilla de la Oración del Huerto, donde se encuentra el arca de las tres llaves, puesto que para abrirse se necesitaba juntar el llavín de la abadesa, la vicaria y la ecónoma, donde se encontraban los documentos más valiosos de la Congregación. También se visitarán la Sala Capitular, donde las monjas toman las decisiones, condensada de obras de arte, y por último el Coro Alto, donde destaca el retrato de Teresa Enríquez, el otro pilar de la fundación de las concepcionistas. Hubo una época en la que las propiedades del Convento llegaban hasta las faldas de La Alcazaba, incluida la antigua Escuela Diego Ventaja y el antiguo Seminario.
Las monjitas de las Puras no hacen apenas yemas por la Pascua, ya no encuadernan con esmero como hasta hace unos años, sus ojos se han ido gastando, se han ido haciendo mayores y las pieles de vaca se apilan sin uso en los anaqueles.
Hubo un tiempo que tuvieron portero, en la zona del Compás, José y Carmen, pero ya no los necesitan. Han ido pasando los años, los siglos, tras esos muros que las aíslan del mundo exterior, que las han hecho perennes en la ciudad, que les han ayudado a sobrevivir a las modas, a jerarquías y revoluciones. Nada, excepto La Alcazaba, hay más antiguo que el espíritu de estas monjas almerienses.
Tras la cena, las hermanas se reúnen en Comunidad a ver la tele o a contar los acontecimientos del día en la sala de Recreo, allí están expuestos todas las labores de bordado que han ido confeccionando con sus gráciles manos en los últimos años. Allí se dan las buenas noches, antes de retirarse a su cuarto respectivo, sobre las 10 de la noche, cuando la ciudad en el exterior aún bulle, cuando les llegan aún los ecos de los transeúntes por la calle Cervantes.
Cinco siglos de oración en el corazón de la ciudad antigua
La cocina huele a agua de limón recién hecha y a la sombra del sol que ilumina el claustro remoloneaba hasta hace poco Jaire II, un can con números romanos, como los papas, que hacía buenas migas con el gato Cascabel.
Decía Santa Teresa que Jesús está entre los pucheros. Y uno añade que la historia de la ciudad, la de la Almería que nació con el Pendón de Castilla, está tras estos muros cinco veces centenarios. Las Puras, las concepcionistas franciscanas, las herederas de aquellas monjitas toledanas que vinieron de Torrijos de la manos de la benefactora Teresa Enríquez, han celebrado ya sus primeros cinco siglos de existencia en el corazón de esta ciudad milenaria que ha sido morada, casi a partes iguales, de moros y cristianos.
Justo una tarde de junio de 1515, Teresa Enríquez, la Loca del Sacramento como la llamaba el papa Julio II, entregó la escritura de propiedad del Monasterio a la primera Madre Abadesa, Sor María de San Juan. Desde entonces, cientos de hermanas han habitado tras sus muros de mampostería, bajo clausura, entre vida contemplativa y oración. Pocas cosas han cambiado desde entonces, al menos en cuanto a sus reglas, en cuanto a la devoción a María Inmaculada.
Tras abrir sus puertas para este reportaje, uno tiene la sensación de que pisa una pequeña Ciudad Estado, dentro de la propia ciudad, un Vaticano gobernado por la paz, el silencio y las tareas repetitivas día a día, década a década, de sus moradoras.
Allí están las humildes celdas con la jofaina de agua, la campana que repica para avisar a las monjas de la visita de algún familiar; allí está el cementerio donde reposan los huesos de todas las antepasadas, cada tres losas un cuerpo, con un plano descriptivo.
La vida para esta comunidad principia a las 6 de la mañana con el aseo, el desayuno y la oración, hasta la 9. Después siguen con las tareas de lavado, tendido, planchado, la limpieza y las labores en la cocina, hasta la 1 del mediodía que almuerzan, mientras se oye el murmullo de los niños al salir del Colegio Giner de los Ríos.
No siempre fueron tiempos de buena intendencia en el convento: hubo otros en los que se pasó necesidad, en la que las novicias, tras el rezo nocturno, se iban a arrancar manzanas de los árboles para apaciguar el hambre viva.
Sobre tres antiguos huertos árabes
El Monasterio que resplandece en el centro de Almería se fue construyendo entre 1507 y 1514 sobre tres huertos árabes y las casas de los Solís. Sufrió diversos avatares como terremotos y epidemias de peste y tuvo que enfrentarse a graves problemas económicos como la desamortización de 1837. Atravesó por periodos de decadencia como el de 1877 cuando solo quedaron tres monjas y pudo resurgir por el apoyo del canónigo lectoral Eusebio Sánchez Sáez, que vivió donde está la Casa Valente y que reforzó la Comunidad con monjas procedentes de Guadalajara, la Granja y El Pardo, quienes abrieron el primer colegio en la actual sede de la UNED. Recorrer el monasterio es como abrir una cápsula del tiempo y reconstruir cinco siglos de historia.
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