Salvo en raras excepciones, un cirujano nunca tiene la posibilidad de ser testigo del incidente que hace imprescindible su intervención. Pero, el médico de la plaza de toros siempre es testigo del percance. En muchos casos sabe que se va a encontrar cuando llegue a la enfermería, segundos antes de que el torero herido ponga su vida y su suerte en sus manos. Los toros no se parecen a nada, aunque sean una metáfora de la vida de la muerte y, también, de casi todas las palabras que entrelazan ambos conceptos.
Diego Morata ha sobrepasado ya el medio siglo ejerciendo de médico en la Plaza de Toros de Almería y en los cosos de la provincia, incluyendo también las plazas portátiles. Conserva en la memoria y en el archivo inmaterial de la experiencia incontables tardes. Tantas cornadas graves y menos graves, tantos dolorosos varetazos, tantas volteretas sin consecuencias que una buena parte de su biografía es como una sucesión de descargas de adrenalina pendientes de restañar heridas y, en definitiva, de salvar. Siempre comenzando por los primero, que es inocular tranquilidad al torero herido.
Diego considera que una de las primeras heridas que hay que tratar es el miedo del paciente, su preocupación por la gravedad de una cornada que puede tener consecuencias extremadamente graves. Incluso, la inevitable inquietud que genera el hecho de no poder volver al ruedo. Después de tantos años Diego comprende a la perfección lo que significa el miedo en la Tauromaquia, una idea a la que casi nada nadie ha sabido ponerle las palabras justas. Mientras pone una vía o examina una cornada, Diego le quita importancia a la situación hablando con su paciente, que ha llegado a renglón seguido de saberse a merced de los pitones. Por eso, el primer pronóstico es siempre menos grave, menos preocupante para el torero, aunque no sea cierto. Aunque Diego haya visto que la cogida ha sido estremecedora y llegue a la enfermería afectado por lo que acaba de suceder en el ruedo. Para eso, es necesario llevar hasta el extremo el fundamento del acto médico perfecto, concebido para curar el cuerpo y la psique. La medicina taurina no está descrita ni considerada como una especialidad médica porque necesita del sentimiento y la afición, que son conceptos que no encajan en los presupuestos científicos. La medicina taurina es, más bien, una especialidad de lo humano.
Solo unos pocos toreros pasan a la enfermería a saludarle antes de la corrida. La mayoría prefiere el refugio de la capilla o el patio de cuadrillas. Es mejor dejar ese asunto al margen, sin perjuicio de que todos saben del prestigio de Diego Morata, que, en su sabia humildad, prefiere siempre pasar desapercibido. Y que no se necesite su cometido.
Pero, como es lógico, no todo es emoción taurina y pasión. Los fundamentos están siempre presentes. Diego, aprovecha un intervalo en el desayuno para explicar la importancia de la experiencia hospitalaria para enfrentarse como cirujano a una corrida de toros. Y luego, aparecen los recuerdos de su tío Domingo Artés, con quien se inicio como médico taurino. Y las cogidas de Curro Romero, de Manili, de Alcantud...
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