Allá por los primeros años setenta hubo una campaña por televisión que decía ‘Mantenga limpia España’. Recuerdo que tuvo una gran repercusión y que los niños, cuando íbamos por la calle y veíamos a alguien sacar la basura a deshoras o tirar papeles en la acera, le gritábamos la frase: “Mantenga limpia España”, y salíamos corriendo.
En Almería tenemos también alguna experiencia en eslóganes. Quién no tiene presente todavía el ‘Almería ponte guapa’ o el ‘Almería más limpia que nunca’, con los que nuestras autoridades nos han querido concienciar de la importancia de tener las calles inmaculadas y con los que tantas veces nos han querido convencer de que teníamos una ciudad indiscutiblemente limpia, cuando la realidad nos mostraba todo lo contrario.
Almería sigue sucia, como lo ha estado casi siempre. No hay que perderse por los arrabales más deprimidos para comprobarlo. Basta con darse una vuelta por cualquier calle del centro para descubrir que la limpieza en muchos lugares es insuficiente, que en las calles donde hay bares y sobre todo terrazas, no vale únicamente con la escoba del barrendero ni con el recurso de la manguera, porque la grasa se queda adherida al suelo como si formara parte de él y si no le pasan el rastrillo y lo friegan con un producto adecuado, la mancha seguirá latente. Que Almería está sucia es incontestable, por mucho que se empeñe el concejal de turno en contarnos el mismo cuento todos los años. Es un problema que se ha hecho endémico y que hay que valorarlo desde dos perspectivas: la municipal y la de los ciudadanos.
La suciedad de Almería no es solo un problema municipal que se pueda resolver en unas urnas o con un cambio de cromos. Es un problema que llega más hondo y que encuentra una parte de su explicación en el abandono de los propios almerienses, en ese maldito desinterés por el bien común, en esa falta de conciencia social que a muchos les invita a pensar que lo suyo es lo que aparece de la puerta de su casa hacia adentro.
Estamos cansados de ver, una y otra vez, en una estampa que se repite a diario por cualquier calle de cualquier barrio, al fumador que al apurar la última calada tira el cigarro al suelo como si se tratara de un cenicero comunitario. Por qué ponemos el grito en el cielo cuando tiran las colillas en la arena de la playa y vemos como algo natural cuando la echan al suelo.
Posiblemente sean necesarias nuevas medidas para reforzar y reformar el servicio actual de limpieza urbana, pero cualquier esfuerzo será baldío si no viene acompañado de una campaña de concienciación ciuadadana y de que de una vez por todas se cumplan las ordenanzas municipales aunque sea a base de sanciones.
Podemos tener un cuerpo de limpieza imperial, modernos vehículos y mangueras de última generación, que seguiremos teniendo una Almería sucia si el ciudadano no pone de su parte. Cómo se explica, por ejemplo, que todavía esté permitido que el dueño de un perro deje que el animal orine en las fachadas de las viviendas, que son propiedad privada. Así están las esquinas del casco histórico, convertidas en auténticos meaderos para regocijo de los dueños de las mascotas.
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