Estando como estamos a la espera de que el Tribunal Supremo decida sobre la anulación de la licencia concedida en 2003 por el Ayuntamiento de Carboneras para la construcción de El Agarrobico, y por tanto su posible demolición, me golpea desde la portada de LA VOZ DE ALMERÍA (miércoles, 7 de diciembre de 2022) la noticia de un reciente libro de Andrés Rubio, “España fea”, que ha elegido para su cubierta la fotografía de ese hotel que desde los aledaños del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar es un clamor contra la corrupción urbanística y la destrucción del paisaje. Es decir, se concede al desdichado inmueble –primera línea de playa- el dudoso honor de aparecer en la portada de un libro que recopila los horrores constructivos de España o, lo que es lo mismo, se alza con el Óscar a los adefesios nacionales con el consiguiente desdoro de nuestra Costa de Almería promocionada en medio mundo por la Diputación provincial.
No exagero si digo que me ha estremecido la mencionada portada del libro porque dentro del oficio sabemos muy bien cuántas de cavilaciones supone la decisión para escoger la imagen que ha de figurar como escaparate del volumen, que a su vez representa un acicate para decidir al lector por su compra. Nadie duda de que, se lea o no el libro, el mensaje que queda es que El Algarrobico es el ejemplo más conspicuo de esa España fea a la que el autor le dedica más de quinientas páginas, repletas de los cientos de barbaridades que se han cometido desde los años del desarrollismo en toda la piel de toro, especialmente en el litoral mediterráneo y parte del atlántico.
El atentado urbanístico de esta playa de Carboneras trae causa de la destrucción a plazos de Almería, esta nuestra ciudad en la que hasta finales de los años cincuenta solo había un edificio de más de dos plantas, el llamado de La Peña con fachadas al Paseo y a la Plaza Circular. Fue a partir de entonces cuando se desencadenó la fiebre vertical y rincones urbanos de casitas bajas crecieron sin control a mayor gloria de la especulación. El casco antiguo de Almería es en buena parte un espanto dominado además por el mal gusto de los nuevos edificios, su ramplona construcción y su constatable deterioro. Quienes tenemos memoria de aquel callejero horizontal de casas enjalbegadas (puerta, dos ventadas y en todo caso un piso encima) no podemos sino llorar la ciudad que perdimos sin que hubiese ningún alcalde sensible al destrozo que se estaba infligiendo a nuestra historia sentimental urbana.
Cuando expongo estas reflexiones en Almería, siempre hay un interlocutor que trata de rebatirlas con el argumento de que en aquellos años la actividad económica estaba muerta y que la construcción vino a paliar una situación en extremo deprimida y al mismo tiempo facilitó viviendas a muchas parejas que se iban a casar. No puede ser más cierto, pero se debió pensar en anticipar los planes de expansión de la ciudad que hoy son un éxito, tanto por el desarrollo de los ensanches hacia levante como a poniente. No se pueden justificar las licencias concedidas tan arbitrariamente en base a una coyuntura socioeconómica que, sin duda, tenía otras posibilidades de solución.
Por eso digo que El Algarrobico trae causa de lo sucedido en la capital años atrás y nunca corregido entonces por las sucesivas administraciones municipales. Al conceder el permiso hace años, el Ayuntamiento de Carboneras debió argumentar que si Almería había permitido tantos mamotretos en lugares singulares, porqué ellos no iban a autorizar un edificio de más de veinte plantas en la misma orilla del mar sin respetar la ley de Costas ni, lo que es más importante, el escenario natural entre el cielo y la tierra en esa abrupta conjunción terminal donde la Penibética camina hacia el Cabo de Gata: paraíso de nuestros sueños juveniles, plató de películas memorables, rumor de las olas donde habitaba la paz en su acepción más armoniosa.
No servirá de nada llorar sobre la leche derramada, pero seguramente a muchos almerienses sensibles con el medio ambiente nos confortará que aquel paraje vuelva a su prístina virginidad si así lo acuerda la más alta instancia judicial de la nación, que por cierto debería aligerar los tiempos de sus procedimientos y comunicarlos con mayor diligencia a la opinión pública. Y por mucho que nos hiera a la vista la portada del libro de Andrés Rubio, pensamos que es un aldabonazo en la conciencia almeriense y un mensaje que va más allá de los anaqueles de las librerías, haciendo también nuestro aquel “Nunca más” que movilizó en Galicia protestas multitudinarias contra el chapapote y que siguen vivas cuando se han cumplido veinte años de la mayor catástrofe ambiental de nuestras costas.
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