Sucederá o no sucederá, Marruecos podrá subir este miércoles otro peldaño en el podio de la historia del fútbol mundial o no hacerlo, pero lo que la selección del país vecino ha logrado ya a estas alturas es un golazo por toda la escuadra a los prejuicios, a la xenofobia y a las indeseables actitudes que intentan dinamitar la convivencia.
No es solo mérito de los jugadores de la selección alauita o de la afición de Marruecos, con su comportamiento -salvo excepciones- acorde a las circunstancias, es un logro del que participan en la misma medida los muchos miles de personas de bien, de cualquier nacionalidad, que se alegran de un éxito deportivo merecido, sin dejarse llevar por otras malsanas razones.
En Almería residen en torno a 80.000 personas de origen marroquí y aquí se han celebrado las victorias de Marruecos, incluso la que costó la eliminación de la selección española, con la normalidad festiva que un acontecimiento así merece. Las felicitaciones, dolientes pero sinceras, a los conocidos/amigos de Marruecos al día siguiente del partido contra España se dejaban oir en las calles, bares y espacios de trabajo. Todo parece indicar que, afortunadamente, al menos en nuestro entorno, hemos aprendido de aquellos lamentables hechos del año 2000 y que los discursos del odio, que por desgracia siguen propagándose vía redes sociales, no prenden como a algunos parece que les gustaría.
Pero, ojo. No todo es tan sencillo ni tan apacible. Los disturbios que se han vivido estos días tras las sucesivas clasificaciones de Marruecos en grandes ciudades europeas como París o Bruselas, donde las segundas y terceras generaciones de migrantes procedentes del Magreb (antiguas colonias, tampoco hay que olvidarlo) engrosan las banlieues, suponen una llamada de atención muy seria sobre los riesgos de los modelos sociourbanísticos que favorecen los guetos y abonan la marginación sobre un sustrato identitario. Este miércoles se enfrentan Francia y Marruecos por una plaza en la final del Mundial y las autoridades francesas lo consideran un partido de alto riesgo. Quizá ahora el ejemplo hacia el que mirar seamos nosotros y los errores de los que tomar buena nota sean los ajenos.
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