Quinientos diecisiete millones de telespectadores vieron en 2018 la final de la Copa del Mundo de Fútbol, disputada en el estadio Spartak de Moscú, y que se llevó la Selección de Francia al vencer por 4-2 a la de Croacia. Hoy, cuatro años después, los franceses pueden hacer historia si repiten el triunfo en el encuentro que esta tarde les enfrentará a la Argentina. La expectación ante este encuentro es tal que aquella cifra récord de espectadores a través de la televisión puede quedar fulminada por la que registre esta final en el estadio de la ciudad-isla de Lusail del Estado de Qatar.
No hay ningún otro espectáculo ni acontecimiento conocido que congregue delante de las pantallas de televisión semejante número de espectadores, por lo que el partido de esta tarde puede ser considerado con toda propiedad el mayor espectáculo del mundo. Hagan memoria, repasen hechos deportivos o circunstancias de la historia reciente y comprobarán que no hay nada que se acerque a estas multitudes virtuales que simultáneamente asisten a un partido de fútbol de la Copa del Mundo.
Bien es verdad que por mucha perfección de la tecnología y el tamaño de las pantallas no es comparable verlo por la tele a la de asistir en directo, presencialmente, en el mismo campo donde se juega. Lo digo por la experiencia personal de haber tenido la ocasión de asistir en varias ocasiones a algunos de esos partidos del siglo. Y recuerdo especialmente la final España-Italia en el estadio olímpico de Kiev el 1 de julio de 2012 cuando la Selección Española, dirigida por Vicente del Bosque, venció por 4-0 a la de Italia con goles de David Silva, Jordi Alba, Fernando Torres y Juan Mata, en medio del disfrute y del jolgorio de los miles de compatriotas que nos dimos cita en la capital de Ucrania sin poder ni sospechar la guerra que diez años después desencadenaría Vladimir Putin, el mayor criminal desde los tiempos de Hitler y Mussolini.
La contemplación de aquel espectáculo deportivo me hizo recordar las primeras veces que de niño había asistido a un partido de fútbol y la memoria me llevó a nuestro viejo Estadio de la Falange, a pesar de que cualquier comparación era de todo punto imposible. Los niños de los años 40 y 50 solíamos ir cada dos domingos a ver jugar al Almería contra el equipo visitante, generalmente tan menesteroso como el local. Era un campo de tierra apenas cerrado por la tribuna principal y un montículo enfrente a donde gateaban los espectadores hasta que años después se hizo una grada semejante a la de preferencia.
Debió ser a mediados de los años cincuenta cuando en un viaje con mis padres a la capital de España quedé deslumbrado al asistir a un encuentro en Chamartín con Di Stefano como figura estelar y Puskas, Gento, Héctor Rial y Kopa en un equipo que ganaría cinco copas de Europa entre 1955 y 1959 sin solución de continuidad. Al pasar hoy día por el nuevo Santiago Bernabéu intento recordar aquel primitivo estadio de Chamartín que seguramente en nada se parece el impresionante coliseo deportivo que se está terminando de hacer en el paseo de la Castellana. Precisamente con el Real Madrid tuve ocasión de viajar para otros de sus memorables partidos en Europa, y destaco por su gran impacto mediático la novena Copa conseguida frente al Bayer Leverkusen en el estadio Hampden Park de Glasgow el 15 de mayo de 2002. Nunca olvidaré el gol de Zidane que desde una posición imposible batió al portero alemán anotándose un gol verdaderamente de ensueño. Como tampoco olvidaré que justo delante de nosotros estaban sentados Di Stefano, Luis del Sol, Gento y Manolo Sanchís, con quienes tuve
la oportunidad de comentar el partido junto a Joaquín Estefanía y Antonio García Ferreras, compañeros de profesión y de aquel viaje. Por cierto, de vuelta de madrugada a Madrid el comandante tuvo el detalle de poner por la megafonía del avión la Novena Sinfonía de Beethoven.
Y es que mi devoción por el real Madrid venía de lejos. Los niños almerienses nos repartíamos entre seguidores del Barça, del Athletic de Bilbao y del Real Madrid, seguramente debido a que nuestro equipo local no daba para muchas pasiones, al contrario de lo que sucede en la actualidad que tenemos un equipo potente al que es de desear un mejor papel en la Primera División que el que está haciendo esta temporada. En mi clase de La Salle había unos cuantos partidarios de cada uno de esos clubes, y siempre me ha llamado la atención que fuese tan numeroso el de los seguidores del Atletic.
No me cabe ni la menor duda de que el futbol es el gran espectáculo de masas en los tiempos que nos toca vivir. El ejemplo más próximo lo tenemos en el campeonato mundial que hoy toca a su fin en Qatar donde comprobaremos que las audiencias de televisión y otros medios han vuelto a batir récord inauditos. Lo dicho: el mayor espectáculo del mundo.
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