Los médicos almerienses de la República y el héroe de Padules

Andrés López Prior fue un genio de la sanidad que combatió epidemias mortíferas por el Andarax

Andrés López, con pajarita, junto a su esposa Mercedes, con flores. Al lado el alcalde José Alemán y médicos y matronas en un homenaje en 1934.
Andrés López, con pajarita, junto a su esposa Mercedes, con flores. Al lado el alcalde José Alemán y médicos y matronas en un homenaje en 1934.
Manuel León
21:45 • 25 feb. 2023

Uno de los gremios más dinámicos cuando en Almería amaneció la II República era el de los médicos. La vida social de la ciudad y de la provincia estaba impregnada de su aliento, en una época aún cauterizada por las heridas de unas epidemias que no se extinguían del todo: desde el tifus, a la viruela, desde el cólera a la gripe.  Los doctores eran como una casta especial dentro de esa Almería cada vez más polarizada por la política y los cambios sociales. Tenían un activo colegio profesional, mantenían unas estrechas relaciones con otros sanitarios como practicantes, matronas y farmacéuticos y confraternizaban en una tertulia en el Colón denominada los ‘Jueves médicos’, complementada con banquetes asiduos en la Venta Eritaña. Constituían una corporación libre de pensamiento y obra, a derecha e izquierda del arco parlamentario, cuya intersección era el deseo de querer sanar. Sus nombres sonajeros y sus actividades bienhechoras, casi siempre, eran cantadas y contadas a diario en ese río de la vida que eran y son los periódicos locales. 



Fue la época de ilustres galenos grabados en la memoria colectiva de la ciudad, cuyos apellidos, a través de sus descendientes, aún se leen en los buzones de los edificios o se recitan al pasar lista en los colegios; fue el tiempo de facultativos como Eduardo Pérez Cano, Juan Antonio Martínez Limones,  Asensio Lacal, Guillermo Verdejo Acuña, Manuel Gómez Campana, Miguel García Algarra, José Godoy, Francisco Soriano, Juan José Giménez Canga-Argüelles, Antonio Oliveros,  José Sobaco Monroy, Juan Martínez Sicilia, Carlos Palanca, Gonzalo Ferry, José Arigo, Antonio Langle, Carlos Escobar o Juan Company, entre muchos otros colegas de bisturí y endoscopio.



La Guerra Civil, como en tantos otros órdenes de la vida, entró como cuchillo en manteca y desbarató para siempre toda esa cofradía de médicos almerienses, perdiendo la vida unos, desterrados otros y manteniendo su estatus el resto.



Pero hubo uno de esos añejos doctores urcitanos, ignorado en nuestro tiempo -menos en un pequeño pueblo de viñas-que destacó entre todos, que  fermentó una gran notoriedad y que se sentó, como primer almeriense, en un sillón de la Real Academia de Medicina de Andalucía: Andrés López Prior se llamaba y vivió deprisa, murió joven- con 52 años- y dejó un bonito cadáver, como recomendaba Humphrey Bogart en Llamad a cualquier puerta, cuando aún era un espectáculo oírlo en los estrados como uno de grandes divulgadores de la ciencia médica de su tiempo. 



López Prior, nacido en 1899 en el centro de Almería, era hijo de Juan López García, un vigilante de primera clase del Cuerpo de Vigilancia de la Provincia, una especie de policía secreta que duró hasta que empezó la Guerra. Su madre, Trinidad Prior, era comadrona de la Beneficencia Municipal. Estudió bachillerato en el Instituto obteniendo matrícula de honor en todas las asignaturas, siendo apadrinado por el director Gabriel Callejón. Por la brillantez de su expediente, ganó la beca del Conde de Güell y en Barcelona estudió la carrera de Medicina obteniendo Premio Extraordinario de Licenciatura. Eran los felices años 20 y Andrés se comía el mundo, todo le salía bien: ingresó el joven doctor almeriense por oposición en el Cuerpo de Inspectores de Sanidad desempeñando el cargo en Pontevedra, Avila, Almería, Huelva, Guipúzcoa y Granada y fue designado por el Gobierno de Primo de Rivera para representar a España en el Congreso Sanitario de la Sociedad de Naciones. Años después fue pensionado, dado su conocimiento de idiomas, para ampliar estudios en Dinamarca y en Inglaterra y analizar las medidas de higiene infantil allí aplicadas. Se casó con la canjilona Mercedes Esteban, pintora y alumna del célebre Carlos López Redondo, director de la Escuela de Artes y Oficios.



En 1926 fue nombrado López Prior Inspector Jefe de Sanidad de Almería, relevando a Juan Durich. El almeriense, ya en su tierra, iba a revolucionar con pequeños gestos las medidas de higiene que, de continuo, provocaban focos de epidemia: prohibió la venta de leche de los cabreros por la calle, que ordeñaban  desde la Puerta Purchena a la Plaza Circular sin medidas de higiene y con un pitillo en la boca provocando las fiebres de malta. Prior iba de colegio en colegio revisando liendres en las cabezas, recomendando que la leche del desayuno se hirviera tres veces; de mercado en mercado inspeccionando género y maneras de exponer los tomates y los repollos. Tuvo que enfrentarse a un brote de lepra en la zona de Santa Rita e intentó instalar una pequeña leprosería junto al Hospital para evitar el traslado de enfermos a Granada. Prohibió la venta ambulante entre infectados de tracoma y puso ahínco en la lucha antituberculosa y en el diagnóstico precoz y fue uno de los creadores de la Gota de Leche, una institución nacida en la República para que todos los niños de Almería pudieran beber, al menos, un vaso de leche dos días a la semana.



Fomentó la vacunación antirábica en las comarcas de Almería, vigilaba las comidas que se daban en Asistencia Social y viajaba de continuo a los cotos mineros  para cuidar la higiene de los peones. Su acción más laureada fue la de extinguir, tras una semana en vela, las fiebres tifoideas en el pueblo de Padules, donde clausuró el lavadero público foco de la enfermedad. Tras más de 200 vacunaciones consiguió vencer la epidemia y salvar muchas vidas. Los padulenses, en gratitud, le dedicaron una calle  y le nombraron Hijo Adoptivo. Por esta actuación recibió Prior la Cruz de  Beneficencia en 1934, que dedicó a su madre, “la primera que me guio por los pasos de la medicina, porque yo lo único que he querido hacer en esta vida es ser médico para curar”. La contienda le sorprendió en San Sebastián y el Gobierno de Burgos lo destinó a la Dirección de Sanidad en la Guinea Española. Al volver, obtuvo destino en Granada de donde ya no se movió como inspector jefe y como profesor universitario, excepto cuando viajaba a Almería para visitar a parientes y dar alguna conferencia  en la Villaespesa de Hipólito Escolar. En Granada murió de un ictus en 1952 y fue enterrado en Canjáyar, el pueblo de su esposa, donde reposan los restos de este genio almeriense  ya casi difuminado. 




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