San José y la primavera del Alzamiento

El 19 de marzo no necesitaba estar marcado en rojo para ser un día festivo en Almería

Mujeres de los años 30 ante el Corazón de Jesús del cerro de San Cristóbal. La tradición se cortó en la primera previa a la guerra.
Mujeres de los años 30 ante el Corazón de Jesús del cerro de San Cristóbal. La tradición se cortó en la primera previa a la guerra.
Eduardo de Vicente
21:43 • 19 mar. 2023

Nuestra primavera empezaba el día de San José, una fecha clave en el calendario religioso ya que iniciaba un periodo de fecunda exaltación cristiana que se prolongaba hasta el mes de mayo, cuando las mujeres subían al cerro del Corazón de Jesús.



El día de San José de 1936 marcó un antes y un después en este tipo de celebraciones. Ya no hubo cultos especiales en las iglesias ni tampoco recorrió las calles la imagen del santo que todos los años salía desde la iglesia del Barrio Alto. No estaba el ambiente para grandes alardes religiosos en una ciudad donde se habían multiplicado los conflictos sociales por culpa del paro obrero.



Aquel 19 de marzo de 1936 una de las preocupaciones de los almerienses es que pudieran continuar las obras que se habían iniciado para construir el nuevo barrio de Ciudad Jardín y así darle trabajo a tantas familias que lo necesitaban. La construcción de este barrio frente a la playa puso de actualidad un viejo problema que tenía la ciudad, el del polvo del mineral de hierro que la Compañía Andaluza de Minas acumulaba en montañas en aquellas explanadas expuestas al viento. La prensa insistía en que si no se solucionaba el asunto del mineral el proyecto de barrio turístico de Ciudad Jardín estaba abocado al más rotundo fracaso.



La primavera almeriense había empezado, como siempre, el día de San José, pero con negros nubarrones que se cernían sobre el horizonte, que hacían presagiar que ese año ni habría Semana Santa ni seguramente feria.



En abril de 1936, el Obispo, don Diego Ventaja Milán, envió al alcalde un donativo de 250 pesetas para paliar el paro obrero en la ciudad. Era un gesto de solidaridad y una forma de limar asperezas entre la iglesia y el poder político, en aquellos meses en los que la religiosidad estaba bajo sospecha.



En abril, la Semana Santa se celebró dentro de los templos. No hubo desfiles en la calle ni grandes actos de exaltación religiosa para evitar que pudiera producirse algún tipo de enfrentamiento. El Jueves Santo, los comercios y los bancos cerraron a partir del mediodía y se respetó la vieja costumbre de mantener cerrados los cines. El Hesperia y el Cervantes no volvieron a abrir hasta el Sábado de Gloria, uno estrenando la película ‘Currito de la Cruz’ y el otro ofreciendo la actuación en directo del popular  actor cómico Miguel Ligero. 



Las iglesias se llenaron para celebrar los Santos Oficios, pero las imágenes no salieron de los templos. Aquella primavera no hubo procesiones, pero se mantuvo la religiosidad popular más cercana, actos íntimos de fe como el de subir por el mes de mayo al cerro de San Cristóbal para rendir cuentas ante la imagen del Corazón de Jesús. 



Desde que en abril de 1929 fue bendecido e inaugurado el monumento, nació la costumbre de subir al cerro a rezar en señal de promesa. No se trataba de una tradición organizada, sino de una manifestación espontánea, alejada de  cualquier organización eclesiástica. Subir hasta el santo representaba un enorme sacrificio porque había que salirse de la ciudad, perderse por angostos caminos de tierra que se abrían paso entre las casas pobres y destartaladas del cerro, recorrer un sendero empinado y tortuoso para poder postrarse ante la venerada imagen.


Las promesas al Corazón de Jesús eran un asunto exclusivo de mujeres, por lo que el cerro se llenaba de devotas cuando llegaban los primeros calores de mayo. Allí subían las madres, muchas cargando a los hijos en brazos para hacer más dura la promesa. Hubo casos de mujeres que subieron los escalones de acceso al monumento de rodillas, lo que constituía un acto de máxima entrega ante Dios.


Por las tardes, se formaban largas  colas de creyentes que paseaban su penitencia entre decenas de mendigos que se apostaban a los lados del camino para sacar tajada de la promesa. Para los niños, aquella exaltación de fe de sus madres era un buen pretexto para jugar y disfrutar de las vistas más hermosas de Almería. 


La religiosidad popular siguió practicándose sin limitaciones en la primavera del 36, en esos pequeños actos de fe en los que no intervenía la Iglesia. Sin embargo, la confrontación entre las autoridades y los estamentos eclesiásticos era evidente, alcanzando niveles de enfrentamiento directo en el mes de mayo, cuando la Diputación Provincial de Almería ordenó la sustitución de las monjas que estaban a cargo de los centros benéficos. 


Cesaban así en los servicios de Beneficencia las Hijas de la Caridad que desempeñaban sus funciones en el Hospital, en el Hospicio y también en el Manicomio. La Diputación Provincial justificó su decisión con el argumento económico, diciendo que de esa forma se ahorrarían 30.960 pesetas anuales.


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