En la entrada de la casa, impresa sobre los muros, aparecía una fecha: 1860, el año en que se levantó la vivienda que coronaba el cortijo de Quesada, en las afueras de Viator, lindando ya con el término municipal de Pechina.
Fue la finca de retiro de don José Quesada Gómez, el célebre farmacéutico de Almería, que en 1862 ya había fundado su botica; primero la abrió en la calle de las Tiendas, donde después se estableció el comercio de ‘La Tijera de oro’, hasta que en el año 1880 la farmacia se trasladó a la Puerta de Purchena, esquina con calle Regocijos, y allí ha permanecido desde entonces, ocupando dos edificios distintos, hasta su cierre hace ahora dos años.
Don José Quesada fue en aquel tiempo uno de los hombres más influyentes de la ciudad, muy conocido por su condición de boticario, y por haber sido el albacea que en Almería nombró la acaudalada señora doña Francisca Jiménez de Acilú para el establecimiento en esta capital del Monte de Piedad y Caja de Ahorros. El señor Quesada regentaba la farmacia más céntrica de la ciudad y además era propietario de la mina ‘Neptuno’, en el término de Níjar y de la citada finca de Viator donde contaba con una extensa explotación de uva que cada año se exportaba al extranjero.
En enero de 1903, tras la muerte de su fundador, la botica se quedó en manos de doña Carmen Algarra Muñoz, su esposa, y pasó a llamarse ‘Farmacia de la Viuda de Quesada’.
Al morir el señor Quesada la gran finca pasó también a ser propiedad de su viuda y de sus hijos. Los últimos días de vida los pasó allí, refugiado en la soledad del cortijo, desde donde fue trasladado en un coche fúnebre al cementerio de San José. En la fotografía que ilustra esta página, de 1910, se puede ver a una de las hijas del farmacéutico, la joven Carmen Quesada Algarra, vestida con un pulcro traje blanco; sostiene entre sus manos a su hijo Pepe, mientras que su otro hijo, Manuel, disfruta subido en un carro de juguete, arropado por dos cuidadoras. Es una estampa familiar donde también aparece el marido de la joven, que detrás de ella destaca por su espléndido bigote; se trata de Manuel Juarez López, un personaje muy conocido por haber sido concejal y por su oficio de abogado. El señor de negro del retrato es Luis Juarez, padre del abogado y consuegro del farmacéutico Quesada. Fue una de las últimas fotos de la mujer, Carmen Quesada, que en junio de 1912, dos años después de este retrato, fallecía a los 32 años de edad. A su entierro asistió hasta el Obispo.
El cortijo de la familia Quesada era uno de los más hermosos de la comarca y su uva era de la más preciada. Por septiembre, la finca se iba llenando de vida. Era el tiempo de la recolección de la uva, cuando las mujeres tomaban la plazoleta central de la finca y la convertían en un improvisado gineceo donde se limpiaba el fruto en un ambiente de fiesta. Mientras trabajaban cantaban canciones antiguas y se iban contando sus pequeñas historias de amor. Había madres que acudían a faenar con sus hijos en los brazos y muchachas que en los ratos de descanso aprovechaban para dejarse cautivar por las manos fuertes de un joven jornalero. La uva de la finca de Quesada llegó a gozar de gran prestigio a comienzos del siglo pasado, cuando viajaba hasta los mercados más exigentes de Inglaterra.
Era en aquellas últimas semanas del verano cuando el lugar se convertía en una explosión de sensaciones: la belleza de los colores del paisaje, desgastado ya por el calor del verano; el perfume que repartían los jazmineros mezclándose con el suave olor que destilaban los higos al madurar; la presencia de las mujeres, acicaladas como para una fiesta, con las mejillas doradas por el sol y las manos dulces de mosto.
El cortijo se transformaba en septiembre y aquel derroche de juventud y trabajo le daban un aire distinto a cada rincón: el jardín, tan solitario en invierno, se llenaba de alegría cuando las muchachas buscaban sus sombras, y en las balsas, el agua brillaba como un espejo aguardando que llegaran algún cuerpo fatigado.
El gran jardín comunicaba con otro jardín menor donde siempre se escuchaba el rumor del agua de una vieja fuente de piedra, centinela de una pequeña ermita donde nunca faltaba un ramo de flores ni una oración para darle gracias a Dios por las buenas cosechas. Las flores, presentes a lo largo de toda la finca, convertían el lugar en un paraíso cuando llegaba la primavera.
El cortijo de Viator fue el lugar donde su propietario, el farmacéutico de la Puerta de Purchena, se refugió cuando la vida se le escapaba entre las manos. En el otoño de 1902, don José Quesada Gómez se retiró a la finca para pasar sus últimos días. Allí falleció el 14 de enero de 1903. La hacienda pasó a sus herederos, que mantuvieron su esplendor hasta que estalló la guerra civil y la casa y las huertas fueron confiscadas por las autoridades militares republicanas.
En las dependencias del cortijo de Quesada se instaló el mando superior del Campamento de Viator junto a su mujer, que trataron el lugar como si fuera su casa, evitando que sufriera los temidos saqueos, tan habituales entonces.
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