Cuando la luz llegó a las tiendas

Los anuncios luminosos llegaron como una moda a Almería en 1955

Cuando los comercios empezaron a modernizarse con los letreros luminosos las calles del centro se llenaron de una nueva vida cuando llegaba la noche.
Cuando los comercios empezaron a modernizarse con los letreros luminosos las calles del centro se llenaron de una nueva vida cuando llegaba la noche.
Eduardo de Vicente
21:36 • 19 abr. 2023

De niño, cuando llegaba Navidad, me quedaba atrapado en el escaparate que montaba la papelería Roma, en la calle Arráez



Todas las tardes, con el bocadillo en la mano, me colocaba delante del cristal y me fugaba de la realidad contemplando la figuras del Belén y aquellas cajas de lapices de colores de la marca Alpino que cada temporada aparecían con nuevos matices. Veníamos de la cultura del escaparate que habíamos heredado de nuestros mayores, cuando ir a ver escaparates era mucho más que un entretenimiento. Mirábamos los escaparates sin necesidad de comprar, solo por el placer de ver las novedades y a veces por alimentar nuestras fantasías contemplando aquello que no podíamos tener. Lo que más nos gustaba en un escaparate era lo que no estaba a nuestro alcance: un tren eléctrico de lujo de los Almacenes El Águila, la bicicleta reluciente de carreras que se exhibía detrás del cristal de la Casa Mateos, aquel balón de reglamento que detrás de la vidriera te invitaba a tocarlo aunque solo fuera con la mirada, los indios de plástico de la tienda de Alfonso.



Nos gustaba ir a ver los escaparates y ese placer se multiplicaba por dos cuando al llegar la noche en las tiendas principales se encendían los letreros luminosos. En una Almería de calles oscuras, los anuncios de luz le daban otra dimensión a la ciudad. Recuerdo el gran letrero que pusieron en el terrao del edificio de la ferretería Vulcano, tan atractivo como los que veíamos en los reportajes del Nodo en las calles de Madrid cuando se acercaba la Navidad.



La fachada de Vulcano era un referente porque se podía ver desde todos los puntos: desde la Plaza Circular, desde la Plaza de Emilio Pérez, desde la Rambla de Alfareros, desde Obispo Orberá, desde la Plaza de San Sebastián. Era uno de los edificios con más presencia, de los que no pasaban desapercibidos. Fue precisamente su situación, abierta a todos los puntos cardinales, la que impulsó a la empresa Philips a contratar su terraza para colocar el anuncio luminoso más importante, por razón de su tamaño, que se ha instalado jamás en Almería. 



La fiebre por este tipo de anuncios había comenzado en 1955, con lo que entonces se llamó la revolución de los escaparates y las fachadas de los comercios. La casa ‘Febus’, que tenía una de las sedes principales en Granada, realizó una intensa campaña publicitaria para llenar el centro de Almería de anuncios luminosos. Su agente en nuestra ciudad, Francisco Ávila Ortiz, se encargó de promocionar la campaña logrando un éxito inesperado. 



El primer rótulo moderno lo pusieron en el célebre kiosco Bonillo del entonces Paseo del Generalísimo, y le siguieron el de Óptica León, Calzados Plaza, Almacenes Segura, Pensión Andalucía, Óptica Troyano, Joyería Díaz... “Almería va adquiriendo de noche un empaque de gran capital con los nuevos anuncios luminosos que van colocándose en los establecimientos más importantes de nuestro comercio”, aseguraba un artículo del Yugo



El boom de la luz y la moda de los llamativos letreros de colores que se encendían y se apagaban en las fachadas de las tiendas, propició que en 1956 se creara en Almería la primera fábrica de rótulos luminosos autóctona. Nació con el nombre de Sur Neón y se estableció en un local de la calle de Trajano.



En los años sesenta se fueron generalizando los letreros y los carteles de reclamo de las fachadas. La empresa Instalux, de Eduardo Cueto Espinosa, sacó a la calle el eslogan: “La luz atrae, la luz vende” para llevar sus rótulos por los comercios del centro y por los pequeños negocios de barrio que fueron los últimos en engancharse  al tren de la modernidad. La vida de la ciudad dependía de aquellos comercios y cuando en invierno cerraban las persianas y apagaban las luces, después de las ocho de la tarde, Almería se transformaba de pronto en una ciudad fantasma. Todo sucedía en un instante: cerraban las tiendas y se echaba encima la noche con todas sus soledades. Los domingos, que no abrían los negocios, esa sensación de soledad dejaba las calles apagadas en el mismo instante en que empezaba a retirarse el sol.


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