Un día en la vida de un cargador

Era uno de los oficios más duros, sobre todo si iba acompañado de mala vida

Los estibadores del puerto vivían de los barcos que entraban y salían con mercancías. Su  temporada alta era el final del verano.
Los estibadores del puerto vivían de los barcos que entraban y salían con mercancías. Su temporada alta era el final del verano.
Eduardo de Vicente
21:47 • 20 abr. 2023

Los primeros costaleros que hubo en Almería fueron los estibadores del puerto y de la alhóndiga que por unos duros cargaban con el paso del Nazareno por las calles de Almería. Los cargadores eran tipo duros que se dejaban la juventud y las espaldas debajo de aquellos sacos que les iban minando la salud. Recuerdo, cuando de niño acompañaba a mi padre a la alhóndiga, cómo me impresionaba la imagen de aquellos obreros que se doblaban hasta el alma por un mal sueldo. Eran hombres jóvenes la mayoría, pero la dureza del oficio, y a veces también la mala vida, los hacía mayores de lo que realmente eran. Los recuerdo fumando, con el cigarro colocado entre los labios, apurando hasta la última calada, mientras cargaban o apostados sobre la barra de aquellos bares madrugadores donde reponían las fuerzas entre cafés, copas de coñac y anís.



Los cargadores tenían su propio universo, una forma de vida que compartían y también unas características físicas similares y una forma parecida de ver el mundo. Por definición, el cargador era el paradigma de la fuerza, un tipo duro que se echaba sobre sus espaldas cualquier peso con tal de ganarse unos duros de más. 






El cargador no tenía pereza, ni horario, ni festivos, ni vacaciones; cuando terminaba de echar la faena de la mañana en la alhóndiga se iba a la Estación a acarrear los sacos de harina que llegaban para los almacenes, o al puerto a dejarse la salud cargando y descargando barcos hasta que se hacía de noche. Siempre estaban dispuestos a ganarse un jornal y en Semana Santa solían desdoblarse saliendo de costaleros, en unos tiempos en los que no había voluntarios para sacar los tronos y las cofradías tenían que recurrir a cargadores profesionales. No todos los cargadores tenían el mismo estatus. Los más reconocidos formaban sus propias cuadrillas, que en su lenguaje eran conocidas como collas, y tenían el trabajo asegurado con asentadores y exportadores a los que les trabajaban todos los días. Había cargadores que se pasaban toda la vida con un mismo asentador. Otros, en una situación más precaria, iban por su cuenta y se ganaban el jornal con las chapuzas que les iban saliendo. 



La jornada empezaba antes de  que amaneciera. A las cuatro de la mañana ya estaban en la alhóndiga vaciando los camiones que llegaban llenos de género. El primer descanso lo hacían sobre la barra de mármol del ‘Puerto Rico’, uno de los bares que durante décadas sobrevivieron gracias a la vida que generaba la Plaza del Mercado. Era el típico negocio mañanero, donde el olor a sudor y a esfuerzo se mezclaba con los primeros aromas del café y los ponches que se iban consumiendo a la carrera. Una atmósfera de tabaco, de coñac y de anís envolvía aquel local donde sonaban con fuerza las voces roncas de los hombres. Para la mayoría de estos infatigables cargadores, bares como el Puerto Rico, el Cielo, el Puga, el Tonda, el Observatorio, la Reguladora, Casa Ortega o el bar Estiércol, eran auténticos templos donde acudían para aliviar las penas y el cansancio, a la sombra de una botella.



Había cargadores que sólo paraban de trabajar de noche cuando agotados, el cuerpo los obligaba a buscar cuatro o cinco horas de sueño. Los hermanos Ciriaco, Paco y Bernardo, eran un claro ejemplo de obreros incansables y generosos que no conocieron días de fiesta. Se decía de ellos que eran auténticos torbellinos trabajando. Estaban a las órdenes de Joaquín Pardo, ‘el Cairo’, que dirigía una colla de dieciocho hombres que gozaban de gran prestigio. Los hermanos ‘Capucha’, el ‘Paisané’, el ‘Coleco’, Luis él León’, el Chacón, el ‘Serote’, Jeromo ‘el viejo’, Juan ‘el boquerón’ y la amplia familia de los ‘Cairo’, fueron algunos de los nombres importantes en la historia de los cargadores de la alhóndiga. Entre los más populares en la ciudad destacó también José Rodríguez López, más conocido como ‘Joselito’, que estuvo cincuenta años trabajando para el asentador José Caballero. Joselito fue célebre porque después de doce horas de trabajo en la Plaza, echándose sobre las espaldas sacos de cien kilos, tenía fuerzas para subirse a un cuadrilátero y ganarse unas pesetas boxeando.





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