Las plazas del centro se fueron quedando sin vida vecinal a medida que la televisión y los grandes edificios se fueron imponiendo. Los pisos, que sustituyeron a las casas de planta baja, se convirtieron en colmenas donde las familias se fueron aislando y los vecinos se fueron transformando en gente sospechosa. Antes, vivíamos con las puertas abiertas y convivíamos de forma natural, de tal manera que la vecina de al lado era como de tu familia y si un día te quedabas sin butano o te faltaba la sal, sabías que podías acudir a la puerta de enfrente. Cuántas veces fuimos a la casa del vecino a ver la televisión sin tener que pedir permiso ni llamar a la puerta.
Este declive de la vida vecinal se nota especialmente en las plazas, que antiguamente eran el ágora de los barrios, donde la gente se citaba por las tardes para contarse sus vidas. Mientras los niños jugaban las mujeres repasaban sus historias, compartiendo sus alegrías y sus desengaños. Si ahora hacemos un repaso y le tomamos el pulso a las principales plazas del centro, descubrimos que la soledad reina a sus anchas en muchas, mientras que en otras, las que están ocupadas por bares, la fiesta se alarga hasta la madrugada.
Hay plazas que están marcadas a fuego por el hierro de los bares. La de Manuel Pérez, junto a la Puerta de Purchena, late con la vida que le llegada del kiosco Amalia y los bares que se han instalado allí en los últimos tiempos. El día que no abren los negocios este escenario se convertiría en un cementerio si no fuera por el alivio que supone la presencia del edificio de entrada a los refugios. Muy cerca, junto a la calle de las Tiendas, aparece la Plaza de Vivas Pérez, la que todos conocíamos como la del Baúl de la Abuelita y que hoy es célebre por el bar de la esquina que con su terraza ocupa casi media superficie. La Plaza de la Administración Vieja es hoy la del Bahía de Palma y la del bar Rotterdam, que imponen su ley con sus sillas y veladores.
La Plaza del Granero es la del bar Montenegro, la de Santo Domingo muere y resucita de la mano del kiosco de tapas que la preside y la Plaza del Conde Ofalia se nutre de ese río constante de vida que discurre en sus cafeterías desde las primeras horas de la mañana.
Hay plazas, como la del Pino, a la que ya se no le puede llamar plaza porque hace muchos años que perdió esta condición. La masiva construcción de edificios se cargó aquel escenario que hoy es un aparcamiento de coches, sin apenas dos metros libres para que un vecino despistado pueda salir a tomar el fresco con su silla. La noble Plaza de los Olmos, detrás de la Catedral, conserva su aspecto de plaza tradicional gracias a sus árboles centenarios, pero no verá usted por allí más vecino que los que sacan a pasear a los perros.
La única excepción de plaza con vida sin necesidad de tener un bar que la alimente es la de San Pedro, que fue destrozada estéticamente, después de que le arrebataran el alma que le quedaba, pero que con su nueva imagen y su conversión en lugar de ocio infantil, se ha transformado en un gigantesco patio de colegio donde por las tardes se juntan los niños de toda la manzana. Esta eclosión de vida joven le ha sentado tan bien a la plaza que ha atraído nuevos negocios, entre ellos una heladería que ha venido al mundo con un pan debajo del brazo.
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