La televisión fue una revolución mucho más inocente que la que nos ha traído internet. Nuestra vieja tele en blanco y negro era un juego de niños comparada con la fuerza del mundo digital.
La tele era un aparato mágico que colocábamos en el mejor sitio del salón, al que adorábamos todas las tardes un rato después de hacer la tarea. Internet es una red que te atrapa de por vida y te va enganchando con tanta fuerza que te hace sentir que no puedes vivir sin ella. Nos han inyectado este virus letal en las venas y hasta las formas más simples de la conducta humana, desde el juego hasta el amor, transitan ahora por esos nuevos caminos que ha trazado internet para que nadie se quede a salvo de este gran negocio.
La tele cambió nuestras vidas, pero sin tanto poder de manipulación. La tele se apagaba y desaparecía, mientras que internet es un vigía que está siempre alerta, un centinela que no descansa ni de día de noche y que nos recuerda a cada instante que todo lo que somos, todo lo que queremos, todas nuestras ilusiones, todas nuestras miradas, pasan inevitablemente por la red. Ya no se va a un concierto a disfrutar de la música de tu cantante favorito, sino a grabarlo todo en el móvil de manera compulsiva. En un estadio de fútbol son mayoría los que graban que los que miran y en cualquier banco de cualquier parque donde haya un grupo de adolescentes las conversaciones pasan por los teléfonos móviles.
La tele, cuando a finales de los años sesenta empezó a llegar a todos los hogares, nos trajo un cambio importante en nuestras vidas. Se instaló en las casas como uno más de la familia y como si fuera una deidad, lo venerábamos colocándolo en la pared principal y poniéndole encima tapetes de ganchillo y hasta jarrones de flores.
La tele nos fue apartando poco a poco de las calles. Antes de que apareciera, los niños llegábamos del colegio cada tarde pensando en el bocadillo y en el rato de recreo que echábamos después con los amigos. Tirábamos la cartera en el sofá y con el último bocado entre los dientes, salíamos desesperados en busca del juego. La tele nos trastocó los planes y se convirtió en la gran aliada de las madres para alejarnos del fango. La programación infantil que empezaba a las seis de la tarde fue dejando vacíos los solares y solo los callejeros vocacionales, los que necesitaban el contacto directo con la libertad absoluta que representaba la calle, resistieron el empuje del televisor.
Con la llegada de la tele a las casas se fue apagando la vieja costumbre de contarse historias alrededor de la mesa de camilla en las noches de invierno. La tele nos fue dejando mudos, aunque unía mucho a las familias con sus concursos, sus series y sus partidos de fútbol de los domingos.
La televisión redujo las pandillas de niños en las calles y fue debilitando la vida vecinal. Antes de la tele, en las noches de verano, la gente salía a las puertas de las casas con las sillas y a veces hasta con la cena, buscando el fresquito y el contacto con la vecindad. La tele nos fue encerrando en los comedores de las casas y poco a poco, fuimos perdiendo la ilusión de los vecinos de al lado que pasaron de ser imprescindibles a hacerse insoportables.
La televisión nos trajo nuevos héroes a los niños de entonces, que queríamos ser como el Virginiano, que queríamos pedalear como Eddy Mercks, jugar al tenis como Orantes y cantar como Julio Iglesias. La tele nos fue atrapando, es cierto, pero su influencia no llegó a los límites a los que ha llegado ahora internet. La tele nos hacía soñar, internet te impone su propia identidad y te envuelve en una realidad virtual que atrapa a niños y a mayores.
La tele nos dejaba libres un rato al día, tenía su horario, sus normas. Internet te exige dedicación exclusiva y te hace sentir que todo lo importante pasa por la red. Cuando éramos jóvenes, lo primero que hacíamos cuando nos levantábamos de la cama era mirar por la ventana para ver qué tiempo hacía y elegir la ropa que había que ponerse. Hoy, el primer paso que se da cuando alguien se despierta es coger el teléfono móvil para descubrir los últimos cien mensajes de correo y los últimos doscientos Whatsapp recibidos.
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