Era don Eduardo Navarro uno de aquellos curas antiguos que estaban convencidos de la existencia de Dios. Sus creencias eran tan firmes que el todopoderoso se le aparecía varias veces a lo largo del día: cuando estaba dando una conferencia de lo divino y lo humano y se quedaba extasiado mirando al techo en busca de inspiración; cuando recibía a un alumno en el despacho y le cambiaba el castigo por una oración y un gesto amable en la mejilla; cuando en el comedor, a la hora del almuerzo, se le enfriaba la sopa mientras daba gracias al cielo por los dones concedidos, y cuando llegaba al claustro de profesores y se llenaba de paciencia para frenar el ímpetu indomable del jefe de estudios, que todo lo arreglaba a fuerza de tortazos.
Don Eduardo Navarro López (1929-2015) contaba que fue un sacerdote de vocación temprana. Que siendo niño ya sentía una inclinación especial hacia las sotanas y hacia los libros. En junio de 1951 recibió las órdenes de la mano del obispo don Alfonso Ródenas y a lo largo de esa década fue ganando prestigio por sus dotes como orador. Fue coadjutor de la parroquia de San Pedro, director de los ejercicios espirituales y consiliario de la Junta Diocesana de Acción Católica.
Sus charlas eran todo un acontecimiento que llenaba el patio de butacas del Instituto y el salón de la Biblioteca Villaespesa. En los años sesenta recorrió Almería hablando de la espiritualidad matrimonial, un tema espinoso y difícil de entender para muchas de aquellas parejas jóvenes que a punto de casarse guiaban más por los instintos y sus bajos fondos que por las emociones místicas que te hacían rozar el cielo.
Su vocación lo llevó a entregarse a los demás. En sus años de juventud, con los hábitos recién estrenados, disfrutaba visitando a los enfermos de la sala de infecciosos del Hospital. Quizá, en una de aquellas escaramuzas, fue donde contrajo la enfermedad de la lepra, que lo tuvo tres meses en el lecho de muerte, bajo los cuidados de su hermana María. En aquellas semanas de convalecencia soñó que el Señor, que desde un crucifijo presidía la pared principal del dormitorio, bajaba todas las tardes a la misma hora y se sentaba junto a él en el borde de la cama para enseñarle el camino. Cuando a los tres meses de contraer la enfermedad volvió a pisar la calle, hubo quien aseguró que aquello había sido un milagro.
Don Eduardo Navarro destacó también por sus dotes como profesor. A finales de los años sesenta fue nombrado director del colegio Diocesano de la Plaza de la Catedral, sustituyendo en el cargo a don Enrique Vázquez. En aquellos años el Diocesano seguía conservando su fama de colegio duro donde muchos padres enviaban a sus hijos con la esperanza de que allí “los pusieran rectos como una vela”, una ilusión que casi nunca se cumplía. Recuerdo que entre los mismos alumnos se hablaba con frecuencia de “los resabiaos”, para referirse a aquellos alumnos que se las sabían todas y que no se doblegaban fácilmente ni temblaban ante la posibilidad de un castigo.
Eran muy comentadas en el barrio las hostias del jefe de estudios, no las que repartía en las ceremonias de los domingos, sino las que de vez en cuando, en ocasiones puntuales, daba para imponer su autoridad. Aquel Diocesano llevaba impregnado ese aire crepuscular que anunciaba el fin de una época, pero todavía olía a las onzas de chocolate que repartían en la merienda, al perfume de los pucheros que a media mañana se colaba entre los pupitres anunciando el menú del día, al tufo a cuartel que salía de las ventanas de los dormitorios cuando se abrían las ventanas de par en par.
El nombramiento de don Eduardo como director fue un alivio para los alumnos porque sirvió para relajar la excesiva disciplina del centro. Para conseguirlo tuvo que batallar muy duro con otra figura clave en el Diocesano, la del Jesuita José Fajardo Medina, que desde su cargo de jefe de estudios hizo historia entre los alumnos, no por su sabiduría ni sus dotes como enseñante, sino por ser el más rápido del condado a la hora de repartir guantazos. ‘El Moro’, como era conocido en el colegio, le cruzaba la cara al más grande si se atrevía a romper el silencio obligatorio en las horas de estudio.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/258114/el-director-del-colegio-diocesano