Cuentan, los que vivieron aquel triste suceso, que los ánimos estaban exaltados, que la fractura entre los partidos que formaban la izquierda y la derecha se había hecho más honda desde el triunfo del Frente Popular. Había un clima de excitación permanente que tuvo su punto cumbre el último domingo de carnaval de 1936 en el tranquilo pueblo almeriense de Pechina.
Sobre las cuatro de la tarde del 23 de febrero, un grupo de vecinos, formado por varones, organizó una comitiva carnavalera en la que vestidos de negro simulaban el entierro de un célebre personaje de Pechina que se dedicaba a reclutar hombres para ir a trabajar todos los veranos a la vendimia francesa. La parodia era un claro ajuste de cuentas, un acto de venganza de aquellos que se creían perjudicados por el intermediario que los había descartado y nos los había llevado a Francia. Alguien llegó a decir que el individuo en cuestión los coaccionaba para que votaran a las derechas, no proporcionándole trabajo en caso contrario.
El cortejo salió en procesión recorriendo las principales calles del pueblo, dejando a su paso una sensación que impresionaba. El luto riguroso de aquellos hombres que portaban sobre sus hombros el cadáver simulado del vecino provocaba miedo entre la gente que salía a las puertas de sus casas a ver la burla. Uno de los manifestantes iba vestido de sacerdote de manera esperpéntica y cuando llegaron a la plaza del Ayuntamiento entonó un responso que hizo estremecer a los asistentes.
A medida que aquella extraña comparsa iba avanzando eran más los vecinos que se unían, alentados por la juerga y la mofa. Al dejar atrás la plaza, la comitiva cogió el camino del barrio de la Jarica, el que conduce al cementerio, y a mitad del trayecto, cuando llegó a la altura de la casa cuartel de la Guardia Civil, decidió detenerse delante de la puerta principal, debajo del balcón donde ondeaba la bandera y continuar allí con las bromas.
Los números que estaban de guardia en esos momentos los invitaron a que continuaran su camino, haciéndoles ver que no podían pararse allí ya que podía ser considerada su actitud como una provocación. El cortejo siguió hacia arriba y a la vuelta, cuando pasó otra vez por la casa de la benemérita, se detuvo de nuevo haciendo caso omiso a las advertencias de los guardias civiles.
A continuación, el tranquilo pueblo de Pechina se estremeció cuando se escucharon las detonaciones de varios disparos. Una versión dijo que los manifestantes, bebidos y en actitud hostil, insultaron al cuerpo y que uno de los integrantes de la comparsa, el vecino Indalecio García, se adelantó hacia la puerta del cuartel con un revólver en la mano, recibiendo la contestación inmediata de los guardias que terminaron con su vida de dos tiros en la cabeza. Otra versión apuntó que no hubo ningún intento de asalto por parte de los que formaban el funeral y que el muerto no llevaba ninguna pistola encima.
Los incidentes no terminaron frente a la casa cuartel de la Guardia Civil, ya que unos minutos después, cuando varios individuos se reagruparon en las calles del pueblo, se encontraron de frente con el vecino José Díaz García, que en esos momentos iba acompañado de su padre, ambos considerados de ideas derechistas. Sin mediar provocación alguna, uno de los manifestantes le disparó al hijo y lo dejó herido de muerte en el suelo.
La noticia no tardó en recorrer todos los cafés de Almería. “La revolución se ha desatado en Pechina”. A la mañana siguiente, y ante el temor de que la violencia tomara las calles del pueblo, el Gobernador civil, el señor Enciso Amat, se trasladó personalmente a Pechina, arropado por un camión con veinte guardias de asalto al frente de un teniente.
Durante tres días con sus tres noches, el pueblo de Pechina estuvo tomado por las fuerzas del orden y el miedo se apoderó de los vecinos. Los guardias custodiaron los edificios principales e hicieron registros por las calles. Muchos hombres no se atrevían a salir por miedo a represalias o a ser detenidos, pero sí lo hicieron sus mujeres, que durante aquellos días de vigilancia fueron el motor del pueblo sin temor alguno a las fuerzas del orden. De aquel gesto atrevido salió una copla que decía: “Si en Pechina hay hombres flojos, las mujeres son valientes: saben enfrentarse a los guardias, cara a cara, frente a frente”.
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