Cuando ellas solo pedían un refresco

Todavía, en los primeros 80, la mayoría de las jóvenes solían ser reacias a beber alcohol

Típico guateque de los años 60. Al fondo, las muchachas con sus vasos de Coca Cola, que era la bebida preferida de la mayoría de las jóvenes.
Típico guateque de los años 60. Al fondo, las muchachas con sus vasos de Coca Cola, que era la bebida preferida de la mayoría de las jóvenes. La Voz
Eduardo de Vicente
20:50 • 10 jul. 2023

A lo que hace treinta años llamábamos cubata hoy le llaman copa, que suena más aristocrático, más sociable y menos agresivo, como si no estuviéramos hablando de alcohol. Tomarse varias copas en una noche de marcha se ha convertido en un ritual  que goza de tan buena prensa que a nadie se le ocurre criticarlo. Mientras que en los paquetes de cigarrillos nos alertan del peligro que supone para la salud su consumo, a nadie se le ocurriría hacer lo mismo con la bebida y ponerle un cartel al vaso del cuba libre donde dijera que “beber puede producir cáncer”.



El alcohol no se ve como un enemigo, al contrario, sino como un aliado para que la fiesta sea completa. El raro, hoy día, es el que va a un bar y pide una bebida sin alcohol.






Los que fuimos adolescentes a finales de los años setenta también utilizábamos el cubata y la cerveza para divertirnos, pero salvo raras excepciones, no empleábamos el alcohol como fundamento de la fiesta y de cada uno de los actos de nuestra vida social. La mayoría salíamos a ligar y un cuba libre o un par de botellines de cerveza nos ayudaban a la hora de inhibirnos y ‘echarle valor’. 



En aquellos tiempos no se había inventado aún el botellón como fenómeno de masas y no se había establecido la madrugada como territorio natural de todas las juergas. Teníamos menos tiempo para beber y sobre todo, teníamos los bolsillos medio vacíos, con lo justo para un par de cañas, ir al cine y comprarnos un bocadillo de salchichas en la cervecería 2000 o un paquete de pipas calientes en el kiosco del Paseo.



Las fiestas de los años setenta, para los que no teníamos posibilidades de ir a una discoteca, se organizaban en la casa de algún amigo que se había quedado vacía, en una cochera o en los patios de los institutos con la excusa de recaudar dinero para el viaje de estudios. El que llevaba dinero para tomarse un par de cubatas o tres cervezas era capitán general, por lo que salíamos limitados a la hora de la bebida. 



Cuando el baile se organizaba en una casa particular lo habitual era recaudar fondos durante la semana para ir después a comprar las bebidas y algo de comida como acompañamiento: unas bolsas de frutos secos, patatas fritas, gominolas... Lo normal, en aquella época, es que fueran los muchachos los que se rascaran los bolsillos. A las niñas las invitábamos directamente, porque lo importante es que acudieran a la cita aunque no pusieran ni un céntimo. 



En la Almería de finales de los setenta eran mayoría las jóvenes que cuando asistían a un baile se pasaban la tarde a base de refrescos. Las niñas de mi generación, en aquel tiempo, bebían muy poco, aunque siempre había excepciones. Se refugiaban en la Coca Cola y de vez en cuando se permitían la licencia de añadirle unas gotas de ginebra para darle gusto. 


Solía ocurrir que éramos nosotros los que muchas veces las animábamos a que quebrantaran las normas que traían de sus casas y se embarcaran en la aventura de un cubata. No lo hacíamos por generosidad, sino porque una copa podía ser nuestro mejor aliado a la hora de la conquista. Aunque en teoría íbamos a bailar, en el fondo casi todos buscábamos lo mismo: unos brazos cómplices y unos labios generosos donde sentir algo parecido al amor. En esa faena del ligue, el primer paso casi siempre teníamos que darlo nosotros, salvo que fueras el guapo de la pandilla y tuvieras donde elegir. Lo más frecuente es que la conquista siempre fuera en una misma dirección y que los muchachos llevaran la iniciativa.


Como el poder adquisitivo de los adolescentes de entonces no daba para mucho, en vez de comprar la ginebra Larios, que era la de Primera División, apostábamos por la Lirios, que era una burda imitación que te daba dolor de cabeza con solo olerla. Aquellas fiestas, que se solían organizar los sábados, no daban para mucho, ya que a las once de la noche todo el mundo tenía que estar en su casa. Al final de la batalla, siempre se daba algún caso de borrachera, siempre había alguien que no había medido bien y se había pasado de la raya a la hora de empinar el codo y terminaba dando tumbos o tirado en una acera. 


Mientras que unos iban a acompañar a las niñas, otros se quedaban con el amigo ebrio dándole palmaditas en la cara, echándole agua por la cabeza y poniéndolo al fresco para que se le pasara la tormenta y así poder llevarlo casi sano y salvo a su casa.


Temas relacionados

para ti

en destaque