Los amigos de mi hermano mayor presumían diciendo que su disco era el Made in Japan de Deep Purple o el último éxito de los Creedence Clearwater Revival, que en música representaban los nuevos tiempos y eran la antítesis de lo que sonaba en nuestras emisoras locales a la hora de la siesta.
Yo me jactaba de escuchar el disco de Machado de Serrat y el With Te Beatles que guardaba mi primo Rafael en la mesita de noche. A unos y a otros, a los adolescentes del instituto y a los que veníamos detrás abrazados a los nuevos vientos, nos unía la fe por todo lo que significara romper el orden establecido y con esa filosofía no dudábamos en renegar de cantantes como Manolo Escobar y de canciones como ‘La Minifalda’ o ‘El Porompompero’, que nos parecían vacías. “Quita eso, cambia de emisora”, decíamos algunos cuando sonaba la voz del coplista de El Ejido, aunque en lo más profundo de nuestra conciencia también nos gustaba y cuando nadie nos veía no dudábamos en subir un punto más el volumen del transistor cuando escuchábamos los primeros acordes de ‘Mi carro’. Todos, los cultos y los ignorantes, los del libro y los del palustre, nos sabíamos de memoria la letra de ‘Arremángate’ como si fuera el Padre Nuestro.
Es verdad que lo que cantaba nuestro paisano no se parecía en nada a la poesía a la que muchos aspirábamos y que la música no era un alarde de genialidad ni de originalidad, pero los de mi generación, por mucho que lo negáramos en público, éramos de Manolo Escobar y su voz nos llegaba directamente al corazón y pasó a formar parte de nuestra banda sonora sentimental, aunque también nos gustaran los cantautores y los grupos extranjeros. Las canciones de Manolo Escobar no perdieron nunca esa fuerza evocadora y todavía hoy, cuando por casualidad suena alguna de sus coplas en la radio, me llega hasta el alma el aroma de aquellas tardes de infancia cuando después del almuerzo mi madre fregaba, planchaba, cosía y lavaba la ropa sin más compañía que las canciones de Manolo Escobar de los discos dedicados. Todavía permanece en mi memoria la voz cercana del locutor diciendo: “Para Carmencita Martínez, la madre más buena de Almería, de sus hijas que la quieren para que pase un feliz día de su santo”, y a continuación se escuchaba a Manolo Escobar con su “Madrecita María del Carmen”. Y a mi madre, y a todas las madres de mi barrio, se les caía una lágrima que trataban de disimular cuando las mirábamos a los ojos.
En los primeros años setenta en barrios como el Reducto, San Antón, La Plaza de Pavía, la Almedina, era posible aprenderse las canciones de Manolo Escobar sólo con pararse a escuchar a las mujeres cuando las entonaban mientras tendían la ropa, o con colocarse debajo de una obra y oir a los albañiles, que parecía que no se sabían otra canción que el ‘Porompompero’.
Recuerdo con cariño a Rosalía Lax, la esposa de Juanico ‘el tigre’, el blanqueador más célebre de la calle del Chantre, que se sabía de memoria todo el repertorio. Muchas noches de verano, cuando se iba a la tertulia que se formaba en la calle Demóstenes, la buena de Rosalía sorprendía a su distinguido público cantando la última copla que acababa de aparecer en el mercado.
Cuando en 1973 el artista almeriense vino para participar en el rodaje de la película ‘Me has hecho perder el juicio’, los guardias municipales tuvieron que cerrar el camino de acceso a La Alcazaba porque no podían pasar los co ches de la película de tanta gente que se aglomeró. Luis Batlles Rodríguez, el propietario del Mesón Gitano, contaba que en una de las cuevas del recinto él tenía varias camas de hierro viejas que había adquirido para adorno en una chatarrería, y que cuando Manolo Escobar las vio se dirigió a los que estaban allí presentes y les dijo: “En una cama igual nacimos todos los hermanos”.
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