Los años de la imprenta Ortiz

Estaba en la calle Eduardo Pérez, en el antiguo local del periódico La independencia

Fachada de la imprenta Ortiz en los años 70. Lindaba con la casa de Perceval.
Fachada de la imprenta Ortiz en los años 70. Lindaba con la casa de Perceval. La Voz
Eduardo de Vicente
20:28 • 24 jul. 2023

Hubo un tiempo en que las calles tenían sus propios olores y uno podía cerrar los ojos y adivinar en qué lugar estaba dejándose llevar por el perfume que salía de un obrador o del vientre de una imprenta de barrio. Si pasabas por la calle de Mariana a primera hora de la mañana el aroma de la confitería de ‘La Flor y Nata’ te seducía como una novia y los niños nos pegábamos al escaparate como si aquel olor fuera suficiente para dejarnos satisfechos.



Si cruzabas por la acera de Casa Puga o la bodega Montenegro, el perfume agrio del vino te contaba la historia de aquellos grupos de hombres que a diario se refugiaban sobre su mostrador para compartir sus penas y sus glorias alrededor de una botella.



Cuando allá por los años 70  bajábamos por la calle Eduardo Pérez, sentíamos la llamada de la tinta, ese olor intenso que tenían los libros recién comprados, ese perfume infantil que los años de escuela nos iba grabando en la conciencia para toda la vida. Tal vez, uno de los pocos recuerdos amables que nos dejó el colegio fue el olor de los libros, el de los estuches de los lápices y el de las gomas de borrar, el mismo que nos asaltaba cuando pasábamos por la calle Eduardo Pérez y sentíamos profundamente la presencia de la imprenta y de la papelería Ortiz.



Aquel taller tenía su propio corazón, el de las máquinas que no paraban de sonar con su movimiento de sístole y diástole que le contaba al barrio que allí dentro la vida nunca se detenía. Había días que pasabas de noche, cuando los comercios ya habían cerrado y la ciudad se había puesto el pijama de los días de diario, y en medio del silencio sentías el sonido monótono de la vieja impresora de hierro que no paraba hasta que estuviera terminado el último talonario que había que entregar a primera hora del día siguiente en la Caja de Ahorros o el encargo para la feria que con prisas le había hecho el ayuntamiento. 



Detrás de aquel negocio estaba la mano de un impresor vocacional, Carmelo Ortiz Góngora, que había aprendido el oficio de niño, cuando en los años de la posguerra entró como aprendiz en la imprenta que en la calle Arráez tenía el empresario Antonio Villegas. Él fue el que se quedó con el establecimiento cuando el señor Villegas se retiró y el que allá por los años sesenta decidió cambiar de escenario para montar la imprenta y la papelería Ortiz en la calle Eduardo Pérez.



Corrían buenos tiempos para las imprentas y las papelerías eran un negocio seguro porque en casi todos los barrios había un colegio. La imprenta Ortiz competía entonces con la ‘Guía’, que estaba en la calle Lope de Vega y con el taller de Pepe Bretones, que reinaba en la Plaza de Bendicho. Allí se imprimieron los primeros callejeros y guías turísticas de la ciudad y se editaban programas de feria y documentación oficial de los pueblos.



La imprenta de Carmelo Ortiz fue también una escuela para muchos jóvenes que entraron para aprender el oficio y acabaron montando su propio negocio. Este fue el caso de Juan Márquez Cruz, que después de pasar quince años en los talleres de la calle Eduardo Pérez fundó la imprenta Gutemberg, primero en un local de la calle Juez, detrás del ayuntamiento, y después en la Plaza Careaga. 



La imprenta Ortiz vivió su edad dorada a mediados de los años sesenta, cuando llegó a contar con un equipo de doce empleados. Entonces sobraba el trabajo porque todo, desde los talonarios de los bancos, hasta las cartas, los sobres y los folletos de publicidad, tenían que hacerse a mano en las imprentas. 


La presencia de la imprenta y de la palería de Carmelo Ortiz le aportaba una corriente de vida constante a la vieja calle Eduardo Pérez, donde además convivían una tienda de comestibles, una churrería y desde 1971, la funeraria Virgen del Mar, que se instaló en el primer edificio moderno que se levantó en la calle. Como le ocurrió a otros negocios de este ramo, la imprenta Ortiz no pudo soportar el cambio de época ni la llegada de nuevas formas de entender la impresión y acabó desapareciendo en los años ochenta.


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