Fue un verano glorioso y una Feria que quedó grabada para siempre como una de las más brillantes que se vivieron en Almería. La comisión de Festejos tiró la casa por la ventana para darle a los almerienses una dosis de grandes espectáculos que se prolongaron durante todo el mes de agosto.
Del Festival de la Canción de Almería pasamos a la revolución cultural, sociológica y estética que supuso la llegada, por primera vez a nuestra ciudad, de las majorettes de Mont de Marsan. Alguien puede llegar a pensar qué puede tener de revolucionario un grupo de muchachas moviendo unos palos al compás de la música y desfilando por las calles, pero los que vivimos aquel momento podemos asegurar, sin miedo a exagerar, que para muchos de nosotros, humildes niños y adolescentes de la Almería de los 70, que aquellas jóvenes francesas nos cambiaron la mirada para siempre y en una semana nos transformaron tanto que aún hoy las seguimos recordando como si se nos hubiera aparecido el mismísimo Jehová con todo el santoral.
Las majorettes debutaron ante nuestros ojos en aquel mes de agosto de 1972, con su sinfonía de minifaldas, tan cortas que en cada movimiento, por sutil que pareciera, nos dejaban ver la blancura de su ropa interior. Ellas nos miraron como nunca nos había mirado una mujer; ellas fumaban como si hubieran inventado el tabaco y después nos echaban el humo a la cara mientras nos regalaban una sonrisa que nos llegaba directamente al corazón. Hablaban con los muchachos con descaro y ligaban sin diferencias de género, haciendo tambalear la moral de las vecinas de la calle Infanta, que se echaban las manos a la cabeza viendo lo ‘adelantadas’ que estaban aquellas francesas.
La Feria de 1972, que había empezado con las majorettes, nos trajo otro acontecimiento que trastocó el pulso tranquilo de la vida cotidiana de una ciudad de provincias. Festejos tuvo el atrevimiento de traer, por primera vez a Almería, al cantante que llevaba varios años arrasando entre la juventud, el gran Raphael, que hasta entonces no había actuado nunca en nuestra tierra como artista profesional.
Fue un atrevimiento porque la inversión superaba los límites en los que hasta esa fecha se movía el Ayuntamiento de Almería a la hora de organizar actuaciones. Se dijo que los gastos por actuación de Raphael superaron las 400.000 pesetas, teniendo en cuenta que el caché del artista estaba por encima de las 350.000. Ese dinero, en 1972, era un mundo: con lo que ganaba Raphael cantando dos horas te podías comprar en aquel tiempo una vivienda en la urbanización de Roquetas, que entonces estaba de moda.
Doscientos fans acudieron al aeropuerto a recibir a Raphael, que venía con una nutrida melena y con una vestimenta que no encajaba con la temperatura que hacía en Almería el 25 de agosto. Había actuado en Londres y no le había dado tiempo a quitarse la ropa de invierno. En esa indumentaria del artista andaluz destacaba una cadena de plata con la figura del Indalo que le entregó el responsable de Festejos, José García Ruiz, nada más bajar por las escaleras del avión. El regalo fue recibido con entusiasmo por el cantante, que no dudó en colgárselo del cuello y exhibirlo con orgullo, incorporándolo a su colección de amuletos inseparables.
Raphael vino acompañado de su mánager, Paco Gordillo y por sus músicos principales. El resto de la orquesta fue contratada en Almería, algo que era habitual en aquel tiempo para evitar los grandes gastos que suponía trasladar una banda musical completa de una esquina a otra del país.
Más de cinco mil espectadores llenaron las sillas del patio de la Salle, aunque la recaudación no llegó a cubrir los gastos, ya que casi la mitad de los asistentes utilizaron el viejo método del chanchullo, tan típico de esta tierra, para no tener que pasar por taquilla. El que no conocía a uno que trabajaba en Festejos era amigo de la vecina de un concejal o del alcalde.
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