El Master del bar de las ‘perdices’

El bar Las Garrafas pasó a la historia por sus papas son sal y pimienta, llamadas ‘perdices’

Eduardo de Vicente
21:55 • 26 jul. 2023

Cada bar ha tenido su tapa característica que lo ha distinguido del resto como una bandera única e irrepetible. Los Claveles era el bar de las jibias, sin discusión. Casa Juan, en la calle de la Almedina, era el gran templo de las gambas con tomate y Casa Puga de los riñones y las gambas rebozadas. Casa Tebas era el bar de los calamares, mientras que la Charca y el Pedra Forca destacaban por las patatas a la brava. La sangre encebollada de la bodeguilla La Contraviesa y las patatas con huevo del Quinto Toro siguen siendo dos grandes alicientes para clientes y forasteros, como la pota y la inigualable ensaladilla rusa de Casa Joaquín.



En esta lista de bares con tapas históricas hay un rincón que le pertenece solo al bar Las Garrafas, hoy desaparecido, que en sus tiempos de esplendor, allá por los años setenta y ochenta, desató la locura por las perdices, que no eran de las que volaban ni las que traían los cazadores, sino un plato tan simple como unas patatas asadas con sal y pimienta, de las que te invitaban a seguir bebiendo cerveza. Sus perdices competían mano a mano con los platos de migas que servía, tan suculentos que entonces se decía que con un par de tapas ya habías almorzado.






La variedad de su pizarra le permitió a su propietario, Emilio de Amo, hacerse con una extensa clientela y que inscribieran su nombre en la lista de los Master de Popularidad, unos famosos premios que se pusieron de moda a finales de los años setenta para darle vida al comercio local en unos años complicados por el cambio de época y la llegada de las grandes superficies comerciales.






Las Garrafas ocupaba un lugar estratégico en el centro de Almería. Cuando lo abrieron compartió protagonismo con el cine Reyes Católicos, que estaba a la vuelta de la esquina y daba mucha vida a la zona, sobre todo los fines de semana, cuando la sala se llenaba de público. Muchos bares de los alrededores aprovecharon el tirón de salas cinematográficas como el Cervantes y el Reyes Católicos para rentabilizar su negocio.






Emilio de Amo contaba que a comienzos de los años sesenta, cuando él empezaba con su padre en el mostrador, la especialidad de la casa eran los vasos de vino y los medios libros que entonces se servían en las botellas que iban quedando vacías del Licor 43. Las tapas eran secundarias y no variaban de un trozo de melocotón, garbanzos, habas, tostones. Como la mayoría de las bodegas de la época, eran lugares casi exclusivos para hombres y era muy raro ver a una mujer entrar sola en un bar. Eran los tiempos de los rodajes de las películas, que también daban mucha vida a los establecimientos del centro, pero el bar de la familia de Amo no sacó tajada de las películas. 


Emilio comentaba siempre como anécdota, que una tarde se le llenó el bar de gitanos. No había visto tantos gitanos juntos en su vida. Empezaron a ocupar las mesas y la barra con el fin de apuntarse a una película. Alguien los había citado en ‘Las Garrafas’, sin decirle nada al dueño. Viendo que ninguno consumía ni un refresco, tuvo que ponerlos en la calle. Al final, terminaron apuntándose a la película en la puerta del instituto Celia Viñas.


Fue a comienzos de los años setenta cuando Las Garrafas dio el salto de calidad que necesitaba para adaptarse a los nuevos tiempos. La rivalidad era fuerte; en la misma acera, el empresario Valverde, dueño de la Cervecería 2000, había abierto el Mini-Bar, y había que mejorar mucho la oferta para ser competitivos. 

Además de una profunda reforma del local, Emilio de Amo mejoró y amplió su repertorio de tapas, poniendo de moda una que bautizó con el nombre de perdices, aunque se tratara de unas simples patatas asadas con sal y pimienta. 


Dice que el nombre y la idea fueron exclusiva de un cliente granadino que estaba destinado en Almería como profesor de la Escuela de Artes. Un día le comentó que en su tierra era costumbre, sobre todo en invierno, vender patatas asadas por las calles. Emiliorecogió la sugerencia y la puso en practica con tanto éxito que en unos meses, las ‘perdices’ se convirtieron en la tapa de referencia del bar Las Garrafas.


En esos años de apogeo puso también de moda las migas, que entonces se consideraban como una comida y no se servían como tapas. Los setenta fueron los mejores momentos del negocio, que se vio favorecido también por la puesta en funcionamiento de los estudios de Bachillerato nocturnos en el instituto Celia Viñas. Bares como Las Garrafas y el Mini-Bar experimentaron un empujón vertiginoso gracias al aluvión de estudiantes que por las noches llenaban las horas en las que menos venta se hacía.






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