Siempre hemos oido hablar de que cuando cerraban los comercios, Almería se convertía en una ciudad fantasma porque carecía de vida nocturna. Cerraban las tiendas del centro y a las nueve de la noche la ciudad se ponía el pijama y se iba a dormir. Así fue durante décadas, antes de que llegaran las discotecas y con ellas una nueva forma de entender el ocio y la propia vida.
A pesar de esa fama de ciudad muerta que tenía la Almería de los años cuarenta y cincuenta, decir que no había vida nocturna era una verdad a medias. Lo que no existía era una vida nocturna oficial, pero sí sobrevivía esa vida de tapadillo que tomaba las horas prohibidas de la madrugada en los reservados de Casa Berrinche y la Venta Eritaña.
Era la otra ciudad, la de los juerguistas, la de las mujeres de la vida y los coches de caballos, la de los tocaores que ponían su arte al servicio del señorito con la cartera llena que dilapidaba su fortuna entre botellas de vino, platos de gambas y labios manchados de carmín.
Los tocaores de la posguerra se ganaban la vida animando las fiestas prohibidas. Poco importaba el talento ni la creatividad. Había que comer todos los días y como el oficio no daba para sacar una familia adelante, no tenían otra salida que echar horas extras trabajando de noche. Muchos de aquellos tocaores vivían en una guardia permanente, durmiendo con un ojo cerrado y otro abierto, sabiendo que cualquier noche, a cualquiera hora, podían tocarle a la puerta para decirles: “Vamos que tenemos fiesta”.
Tener fiesta significaba dejarlo todo, coger la guitarra o la bandurria y presentarse en alguno de los bares que rodeaban la Plaza Vieja, foro del vicio nocturno de aquel tiempo.
Las juergas empezaban casi siempre en una bodega. Se juntaba un grupo de amigos y lo que parecía una inocente tertulia entre vinos y tapas, se le iba yendo de las manos hasta que se les hacía de noche y perdían la noción del tiempo y hasta la memoria. Embriagados de alcohol y testosterona, iban de botella en botella al compás de la música que ejecutaban con maestría los tocaores. Cuando la fiesta se desbocaba, cuando ya no había marcha atrás, llegaba el momento de ir a buscar a las mujeres , que se unían a la comitiva atraídas por la comilona y por la posibilidad de ganarse un sueldo esa madrugada.
Muchas de aquellas aventuras que empezaban en Casa Berrinche, junto a la Plaza Marín, continuaban hasta el alba en los reservados de la Venta Eritaña, hasta donde llegaban los coches de caballos cargados de fiesta. Allí tenían el mejor marisco, las mejores vistas de la costa y los mejores escondites donde cambiar los besos por monedas.
Los tocaores de aquel tiempo se fueron a la tumba con todas aquellas historias que nunca pudieron contar. Cuántas familias hubieran destrozado si se hubieran dedicado a hablar, pero ellos se limitaban a cumplir con su trabajo: tocaban como autómatas y de vez en cuando hacían relevos para tomarse unas copas, llenar el estómago y seguir tocando mientras quedara dinero en los bolsillos.
De las juergas nocturnas no solo vivían los dueños de los bares ni los tocaores. También sacaban tajada los cocheros, que entonces eran los taxistas de la ciudad. Los cocheros se conocían todos los antros de la mala vida. Estaban tan habituados al trayecto que hasta los caballos se sabían de memoria el camino hacia las ventas. Los cocheros tenían por costumbre darse una vuelta por el Berrinche cada vez que pasaban cerca por si se les presentaba un servicio a la Venta Eritaña, a la venta Ramírez o a la Cepa, que eran los locales más frecuentados de noche cuando tocaba comer y beber a buen precio.
Una escena muy repetida era la del coche cargado con los clientes, las prostitutas y los guitarristas, atravesando los desiertos y oscuros callejones de la ciudad camino de Pescadería. En los años cincuenta la carrera costaba seis pesetas y siete cincuenta el alquiler del coche durante una hora. Había que echar muchas horas para llevarse un sueldo decente, ya que de la recaudación del día el propietario del coche hacía tres partes, y sólo una iba a parar a los bolsillos del cochero.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/260545/los-juergas-nocturnas-con-tocaores