El temor a que Dios nos castigara

Los niños vivíamos entre el cielo y el infierno, siempre al borde del abismo

Procesión de los niños del colegio del Amor de Dios del barrio de Pescadería, por la calle Rosario. La religiosidad del colegio contrastaba despu
Procesión de los niños del colegio del Amor de Dios del barrio de Pescadería, por la calle Rosario. La religiosidad del colegio contrastaba despu La Voz
Eduardo de Vicente
19:09 • 01 ago. 2023

“Te va a castigar el Señor”, nos decían los mayores cuando querían corregir esa rebeldía natural que teníamos los niños y que continuamente proyectábamos sobre la realidad en forma de travesuras.



El temor a que Dios nos castigara lo teníamos tan digerido que no nos quitaba el sueño, sabiendo que tal vez por su bondad infinita, la pena que nos pudiera imponer no podría compararse nunca con los palmetazos que nos daba el maestro o con las sanciones que recibíamos en nuestras propias casas cuando nos dejaban sin salir a la calle a jugar o nas daban un par de guantazos en la mejilla.



Había una frase muy popular entonces que decía: “Dios castiga y no es con palos”, que nos invitaba a reflexionar y a pensar en esa hoguera maldita de la que hablaban los curas para asustar a sus parroquianos cuando se les acababa el discurso dentro del confesionario. 



Nos acostumbramos a vivir entre Dios y el demonio, con un pie en el cielo y otro en el infierno y esa dicotomía nos causaba cierta inquietud porque éramos conscientes de que cada vez que salíamos a la calle a jugar con los otros niños hasta los bolsillos se nos llenaban de pecados. Recuerdo un día que cuando los amigos del barrio estábamos tendidos en la acera de la Plaza Castaño, colocados estratégicamente para ver pasar a las niñas del colegio del Milagro con sus faldas a la altura de las rodillas, el mítico sacerdote don Juan López, que era el intermediario entre Dios y nosotros, nos dijo aquello de: “No veis que el Señor os está viendo desde arriba”. Aquella frase se me quedó tan grabada en la conciencia que había noches que me iba a la cama pensando cuál sería la represalia que el Todopoderoso tendría preparada para nosotros. Finalmente mi decisión fue la más lógica posible: si era verdad que Dios nos miraba continuamente mi condena ya estaba firmada, así que de nada me valía pasarme ahora al lado de la virtud absoluta.



La solución para llevar de la mejor forma posible el temor a Dios era respetarlo en sus territorios, que eran los templos, la escuela y la casa, y no tenerlo demasiado en cuenta cuando estuviéramos jugando en la calle. En el colegio lo teníamos tan presente que el crucifijo y la imagen de la Virgen formaban parte del decorado tanto en las clases de los pequeños como en las de los mayores.



Fuimos la generación de las flores a María en las tardes de mayo, de las huchas del Domund con las que había que salir a pedir por las calles, porque la caridad nos unía a Dios según nos decía el maestro de religión y los curas que de vez en cuando aparecían por el colegio para poner a prueba nuestros conocimientos de teología. “¿Dónde se encuentran las principales verdades que debemos creer?”, nos preguntaba el sacerdote. Y la clase, a coro, contestaba. “Las principales verdades que debemos creer se contienen en el Credo”, y a continuación recitábamos de memoria la oración sin saber muy bien que querían decir todas aquellas frases  que íbamos cantando.



Lo más importante es que tuviéramos a Jesús muy presente en todos nuestros actos: “Vaya usted con Dios” o “Dios le guarde”, le teníamos que decir a los maestros si los veíamos por la calle; cuando por la tarde acababa la jornada y la maestra nos decía “hasta mañana”, había que responderle “si Dios quiere”; hasta detrás de un simple estornudo nos enseñaron a repetir el nombre de Jesús. 



Todas aquellas normas celestiales que cumplíamos entre los mayores, se evaporaban cuando en la calle nos mezclábamos los buenos y malos y lo mismo escuchabas a uno darle mil gracias a Dios por haber parado un penalti que a otro blasfemar contra todo el santoral bendito tras haber pisado las heces de un perro.


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