En las elecciones de abril de 1931, el médico y empresario almeriense Antonio Oliveros Ruiz inició su aventura política saliendo elegido en la nueva corporación municipal para hacerse cargo del área de Hacienda.
Representaba a la Derecha Liberal Republicana y tenía, como objetivo principal, poner cordura en un ayuntamiento que por la falta de recursos y por las malas gestiones, navegaba a la deriva.
El señor Oliveros, que llegó a ocupar el cargo de teniente de alcalde, acabó dimitiendo tres meses después, aunque su nombre seguía estando presente a diario en las páginas de los periódicos y en los corrillos de los cafés, ya que un sector importante de la opinión pública lo consideraba como la persona idónea para dirigir los destinos del Ayuntamiento de Almería. El caos municipal era absoluto y se necesitaba a alguien como Antonio Oliveros, al que se le consideraba capacitado para reconducir la situación por conocer a la perfección los problemas de Almería y por disponer, además, de la independencia económica suficiente para permitirse el lujo de trabajar por Almería.
El escándalo por los chanchullos de los impuestos municipales, que salieron a la luz en el invierno de 1932, y el estado de las arcas que no permitían acometer grandes reformas en la ciudad, provocaron que el cambio en la alcaldía se produjera antes de lo previsto, y así, en la reunión de la corporación municipal del 21 de marzo de 1932, el señor Oliveros fue elegido nuevo alcalde con trece votos a favor.
Por delante tenía una labor que muchos consideraban como una tarea de locos, ya que había que poner orden en medios del caos con una situación económica que no estaba para grandes inversiones. Esta experiencia al frente la ciudad fue un calvario para el joven médico almeriense, que estaba forjado en el mundo empresarial y en el ejercicio de la Medicina, pero carecía de las cualidades que debe de tener un político para no hacer suyos cada problema que se le presentaba sobre la mesa de su despacho.
El 10 de abril de 1933, un año después de su llegada a la alcaldía, Antonio Oliveros Ruiz presentó su dimisión, alegando motivos de salud. Acompañó su decisión con un certificado del doctor Villaespesa, que justificaba su enfermedad. Dos semanas después, el 24 de abril, la corporación municipal admitió su dimisión. Ese mismo día la ciudad vivió una jornada revolucionaria que terminó con el trágico balance de un muerto y cinco heridos, después de una manifestación en la que cientos de obreros pedían ‘Pan y trabajo’ mientras recorrían las principales calles del centro bajo la vigilancia de las fuerzas del orden. Así terminó su aventura en la política.
¿Quién ere este polifacético personaje que no supo aguantar los envites de la política? Antonio Oliveros Ruiz fue el último gran patriarca que dirigió la fábrica de Oliveros, el hombre al que el destino puso en un camino que no era su verdadera vocación. Al contrario que su padre, Francisco Oliveros Jiménez, que dedicó su juventud y todas sus aspiraciones hacia los talleres que él mismo fundó en 1880, el ‘hijo pródigo’ vivió alejado del negocio desde que siendo niño orientó todos sus esfuerzos a los estudios.
Tampoco quiso seguir la senda de sus hermanos Francisco y José, que cogieron las riendas de la fábrica tras la muerte del padre en febrero de 1911. Antonio no era tan negociante como su padre y sus hermanos. Lo suyo eran los libros, las relaciones públicas, la gente. Al terminar el Bachillerato se marchó a Granada para emprender la carrera de Medicina. Tras años de nuevos éxitos académicos, Antonio Oliveros Ruiz terminó la licenciatura en Madrid, en el mes de junio de 1916 con la nota final de sobresaliente, a la vez que completaba una extensa formación militar que le permitiría alcanzar el grado de capitán.
Completó sus estudios con cursos de especialización y durante los primeros años vivió entre Madrid y Almería vinculado profesionalmente al ejército. En octubre de 1921 fue destinado a la guarnición de Larache, en el noroeste de Marruecos, con el cargo de capitán médico. Allí estuvo durante tres años hasta que en el otoño de 1924 ganó por oposiciones el puesto de médico del laboratorio de la brigada sanitaria provincial, especializado en Bacteriología, y regresó de nuevo a Almería. En esta nueva etapa de su vida, Antonio Oliveros tuvo tiempo para desarrollar su vocación profesional y para probar el sabor amargo de la política.
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