El polvo de la Caseta Popular

La cercanía del cargadero afectaba a la limpieza de la principal caseta de la feria

La Caseta Popular en la feria de 1950, cuando como telón de fondo estaban los hierros del Cable Inglés.
La Caseta Popular en la feria de 1950, cuando como telón de fondo estaban los hierros del Cable Inglés.
Eduardo de Vicente
00:15 • 15 ago. 2023

En sus comienzos, a finales de la década de los años cuarenta, la Caseta Popular se montaba en esa franja de terreno que quedaba libre entre el comienzo del espigón de Levante y el puentecillo que cruzaba el tramo final de la Rambla para desembocar en la playa de las Almadrabillas



Una semana antes del comienzo de la Feria aparecían los operarios municipales y levantaban aquel fuerte encalado de blanco coronado por una puerta artística coronada con el nombre de la caseta. Al fondo, destacaba ese paisaje tan peculiar que teníamos entonces los almerienses en nuestra playa principal: por un lado la suciedad que se acumulaba en la desembocadura, lugar frecuentado por los basureros que pasaban con sus carros a buscar objetos a los que pudieran darle algún uso, y por otro lado la presencia imponente del Cable Inglés, con los trenes que venían a descargar el mineral en los barcos que esperaban debajo. La proximidad del cargadero con su tráfico constante, obligaba a los empleados de la limpieza del ayuntamiento a tener que barrer a fondo todos los días porque el polvo del mineral se posaba en todos los rincones de la caseta.



El primer indicio de que la Feria estaba a la vuelta de la esquina lo descubríamos aquella tarde que de camino a la playa nos encontrábamos con el grupo de obreros que estaban empezando a levantar la fachada de la Caseta Popular. Era la portada más importante cuando apenas existían las casetas particulares, era el auditorio oficial, el recinto sagrado donde iba la gente a bailar y donde los responsables de la comisión de Festejos traían cada año a los artistas más destacados del panorama nacional.



Por la Caseta Popular pasó Massiel cuando estaba en su apogeo años después de haber ganado el Festival de Eurovisión, y Julio Iglesias cuando ya era un artista de renombre en España y estaba empezando a dar el salto al otro lado del Atlántico. Julio vino a la caseta en la feria de 1973 y repitió dos años después cuando también pasaron por ese escenario Rumba 3, que estaba pegando fuerte, Mocedades, que era uno de los grupos de moda, Georgie Dann, que era el rey de las canciones del verano y Los Puntos, que habían alcanzado los primeros puestos en la lista de éxitos.



La Caseta Popular era una de las grandes atracciones de la noche, el lugar por donde todo el mundo pasaba, que además arrastraba la tradición de los años. Se creó en la posguerra y sobrevivió durante todo el Franquismo, la Transición y la democracia. Se puede decir que la Caseta Popular vino a contrarrestar los bailes de gala del Casino en una época en la que la gente necesitaba divertirse para olvidar las penas. 



La primera vez que la montó el ayuntamiento fue en agosto de 1948 y tuvo tal éxito que al año siguiente se convirtió en la principal atracción del Real de la Feria.  La instalaban cerca del espigón de Levante, enfrente de las escalinatas del puerto. Una semana antes de que empezara  la feria ya estaban los obreros montando la gran caseta para recibir a toda clase de públicos. 



Allí tocaban todas las noches dos orquestas con sus vocalistas correspondientes. Fueron muy célebres la orquesta del maestro Barco y la del maestro Orozco, con las que actuaba la cantante almeriense Mary Ortiz, una joven del barrio de San Roque que unos meses antes había cosechado un importante éxito en el Corpus de Granada.



En la feria del 49 la comisión de festejos invirtió para hacer de la caseta el lugar de referencia de los almerienses, haciendo especial hincapié en la iluminación, en llenar el recinto de farolillos y bombillas y que la luz no fallara como había ocurrido un año antes, cuando cada media hora había que parar el baile por culpa de un apagón. Para aprovechar aquella infraestructura de hierros y madera, la caseta seguía en pie hasta el mes de octubre, reconvertida en escenario de veladas de boxeo.


Para los adolescentes de varias generaciones, la Feria significaba vivir la madrugada, un espacio negado a los jóvenes en una ciudad sin vida nocturna. En feria los padres se volvían más flexibles y las muchachas podían llegar de madrugada, siempre que fueran debidamente acompañadas. Aquella atmósfera de opresión que rodeaba a la sociedad de la época, se relajaba cuando llegaban las fiestas y la gente se permitía ciertas licencias tan atrevidas como bailar con cualquiera en la Caseta Popular o asistir a una de las funciones del Teatro Chino, que era una mezcla entre números de circo y variedades. 


La Caseta Popular empezó a cambiar de rumbo y a perder importancia en la década de los años ochenta, cuando se pusieron de moda las casetas particulares y las que montaban los partidos políticos. 


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