En febrero de 1917, unos días después de la muerte de Eduardo Pérez Ibáñez, en el ayuntamiento se acordó que la calle del Cid llevara su nombre para inmortalizar su memoria y que los almerienses tuvieran muy presente a un ciudadano ejemplar que destacó por su labor humanitaria en el ejercicio de la medicina y en los dos años que desempeñó el cargo de alcalde.
Don Eduardo fue ante todo un prestigioso médico que llevó a cabo una labor fundamental en la beneficencia. Fue uno de los pilares del Hospital Provincial y su nombre quedó inscrito entre los profesionales que promovieron la construcción del manicomio. Estuvo al frente del grupo de médicos que se encargó de dirigir los servicios del centro del barrio de Los Molinos desde que en diciembre de 1898 empezaron a llegar los primeros internos, procedentes del Hospital Provincial.
Eduardo Pérez fue un personaje polifacético, de los que estaban presentes constantemente en la vida pública de la ciudad. Su currículum no ofrece lugar a dudas: licenciado en Medicina, fue presidente del colegio de Médicos, decano del Hospital, presidente de la Junta Tuberculosa de Almería, Caballero de la Gran Cruz de la Real Orden de Isabel la Católica, hijo predilecto de Almería, alcalde y director de Sanidad del puerto.
Como médico se caracterizó por su inquietud por las nuevas investigaciones que iban saliendo, lo que le hacía pasar largos periodos fuera de Almería asistiendo a conferencias y congresos. Fue el primer médico de Almería que contó en su consulta con un aparato de rayos X, fundamental para diagnosticar las enfermedades del pecho, sobre todo la maldita tuberculosis que tantos estragos causaba entre la población cuando no existían los antibióticos.
Su popularidad lo llevó a la política, al lado del partido Conservador. El 21 de febrero de 1907 tomó posesión del sillón de la alcaldía, tras ser nombrado por Real Orden. Un mes después de entrar en el ayuntamiento tuvo que afrontar un importante episodio de viruela. En vista del excesivo y terrible desarrollo que estaba adquiriendo la enfermedad, el alcalde citó a todos los tenientes de alcalde para que en sus distritos emprendieran una activa campaña de vacunación y revacunación del vecindario.
En reconocimiento a su efectiva intervención para atajar a tiempo la viruela, los médicos del Hospital le regalaron un bastón de mando al nuevo alcalde, que durante varios días estuvo expuesto en el escaparate de la papelería de Juan Bedmar, en el Paseo del Príncipe, para que pudieran disfrutarlo también los almerienses.
Su labor en el ayuntamiento mejoró sensiblemente la economía municipal desde los primeros meses. En honor al alcalde que con tanto entusiasmo había comenzado su andadura política, en octubre de 1907 le organizaron un banquete popular en el que participaron más de doscientos invitados. Para poder recibir a tantos comensales hubo que alquilar el teatro Variedades. Al término del banquete sucedió un hecho que no tiene precedentes en la historia de los ediles almerienses: un grupo de un centenar de vecinos lo estaba esperando en la puerta con la banda de música preparada para acompañar al señor alcalde en un paseo triunfal hasta su domicilio. En el recorrido fue vitoreado por la gente como si fuera un torero.
Otra anécdota curiosa que tuvo como protagonista a Eduardo Pérez ocurrió el 23 de abril de 1908. Cuando el alcalde y médico estaba visitando el Hospital recibió el aviso de que un caballero quería verle. Cuando lo tuvo delante se quedó con la boca abierta al comprobar que se trataba del sabio investigador Santiago Ramón y Cajal, que estaba visitando la ciudad en aquellos días.
En los dos años en los que estuvo al frente de la casa consistorial, Eduardo Pérez destacó por su gestión administrativa, que lo llevó a realizar frecuentes viajes a la capital del reino para poder realizar obras importantes en su ciudad. Cuando el 16 de noviembre de 1909 decidió dimitir del cargo, dejó las arcas municipales con una suma de más de cincuenta mil pesetas, lo que era todo un acontecimiento en una economía acostumbrada a los números rojos. Además, había mandado depositar en el Banco de España cinco mil pesetas para que la ciudad pudiera emprender el proyecto de levantar una estatua al ilustre político Carlos Navarro Rodrigo.
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