El Puesto de Paca en la Vega de Allá

La tienda del paraje de la Cruz de Martos fue un templo al otro lado del río Andarax

Francisco López Gálvez y su esposa, el día de su boda en 1932.
Francisco López Gálvez y su esposa, el día de su boda en 1932.
Eduardo de Vicente
01:39 • 08 sept. 2023

La carretera de la Cruz de Martos es un viejo camino que atraviesa los campos de la Vega al sur de La Cañada. Todavía conserva una parte de esa atmósfera de lugar antiguo donde la naturaleza reinaba a sus anchas en perfecta armonía con el hombre. Aún quedan en pie algunos cortijos que han sobrevivido, árboles remotos testigos de otra época, esbeltas palmeras que sobresalen entre los cañaverales como restos de un naufragio. 



Siguiendo el camino con dirección a Almería, a los pies de una boquera, aparece la cruz que durante siglos le ha dado nombre a este paraje en medio de la Vega. Es una pequeña cruz de piedra caliza que anuncia una tragedia y encierra el misterio de una leyenda.  La cruz, que está fechada en el siglo dieciocho, lleva grabado el nombre de un varón: “A Devozión de don Juan de Villalobos y Martos”. Nadie sabe con certeza  quién fue este personaje que quedó inmortalizado en la parte superior de la cruz. Los viejos del lugar hablan de que el ‘monolito’ recuerda a un terrateniente que habitó una de las fincas más prósperas de la zona, muerto en extrañas circunstancias. Se habla del crimen de la Cruz de Martos, aunque hay otra versión que asegura que el infortunado fue víctima del golpe de un rayo en una noche de tormenta.



Francisca Berenguel Berenguel (1921-2004), la última propietaria de la cruz, contaba que antiguamente estaba ubicada dentro de su cortijo, al lado de la noria, y que fue su padre, hacia 1915, el que la sacó de la finca para poder construir una balsa de regadío. Entre aquellos bancales, entramado de pequeños caminos, a unos metros al sur del cruce, existió desde los primeros años del siglo pasado, una tienda o Puesto que se convirtió en un  lugar de referencia para los habitantes de la Vega, tan conocido como la cruz del malogrado Villalobos. 



El Puesto estaba situado junto al cortijo de Albacete, conocido popularmente como el de doña Paca. Durante décadas, el Puesto estuvo regentado por el matrimonio que formaban el tío José ‘el feo’ y la tía Josefa ‘la fea’. Fueron los dueños hasta que el 19 de marzo de 1934, festividad de San José, la tienda cambió de manos y pasó a ser propiedad de Francisco López Gálvez y de su mujer, Francisca Ramón Sánchez. El Puesto unía a todos los cortijos de la Vega. Al cabo del día, era raro el veguero que no pasaba por la tienda para hacer un pedido o simplemente para echar un rato de conversación. 



En los días de la guerra civil, las  cortijás de la Cruz de Martos se llenaron con familias que llegaron desde Almería buscando el refugio y la despensa segura de la Vega. En el Puesto nunca escaseo el género y todas las semanas se mataba un marrano para responder a la demanda de alimentos que llegaba desde Almería. A primera hora de la mañana, Paca Ramón ponía una olla con todos sus avíos: rabo, huesos, tocino, patatas, y en otro fuego hacía una gigantesca sartén de migas. A la hora del almuerzo, cuando el Puesto se llenaba de caminantes que iban y venían por aquellos parajes, se sacaba la sartén con las migas y al calor de la lumbre y el vino se compartían los alimentos, los miedos y las esperanzas. 



Ni en los primeros años de la posguerra llegaron a pasar hambre.  En el Puesto de Paca nunca faltaron las patatas, los tomates, las lechugas, el maíz y la carne. Una vez a la semana, Paca preparaba la burra y el carro y lo llenaba de género. Aprovechando la oscuridad de la madrugada, cuando por aquellos caminos no existía otra luz  que la poca que regalaban las estrellas, ella llegaba a Almería para cambiar sus productos por otros que no daba la tierra. Su viaje era una aventura porque a veces tenía que saltarse los controles del fielato y burlar a las parejas de guardias civiles que custodiaban las entradas a la capital. La noche era su aliada y también el mal tiempo. En las madrugadas de lluvia el camino estaba más despejado y era más fácil internarse por las solitarias calles del centro con el carro cargado de alimentos. Su destino, en aquellas incursiones a las que obligaba el estraperlo, eran las grandes tiendas de Almería donde la conocían de toda la vida, la respetaban y le hacían un trueque justo. Llegaba con las patatas y la verdura a los almacenes de Góngora, de Escámez, de Alemán, y regresaba cargada de latas de atún, de sardinas y fardos de ropa, en un viaje de vuelta que volvía ser una odisea. 



Una tragedia inesperada vino a quebrar la vida de Paca Ramón y su familia. En 1945, cuando se encontraba en Granada haciendo negocios en las fiestas del Corpus, su marido, Francisco López Gálvez, falleció en extrañas circunstancias. Dicen que fue asesinado mientras intentaba hacer un trato con el ganado, pero sólo su mujer supo la verdad que rodeo aquella muerte.



Paca era una mujer joven, acababa de cumplir treinta y tres años, por lo que no dudó en tirar adelante para superar la desgracia que el Señor le había mandado y siguió firme al frente del Puesto.


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