Retrato de un dandi de posguerra

Luis Batiste fue uno de los grandes exportadores de uva en la Almería de los años 50

Eduardo de Vicente
01:04 • 15 sept. 2023

Dicen que las volvía locas, que las damas de la alta sociedad del Madrid de posguerra se jugaban su reputación por sentarse a su lado en las fiestas. Dicen, que hubo hombres, algunos de gran peso político y económico, que también se estremecían cuando Luis Batiste los miraba a los ojos.




Dicen que donde llegaba don Luis nunca pasaba desapercibido, que tenía un atractivo natural que nacía de una mezcla de elegancia, inteligencia y señorío que lo alejaban de la época que le tocó vivir. Era un personaje de cine que dejó huella en la sociedad almeriense de los años cuarenta y cincuenta, poco acostumbrada a ver coches, trajes, y maneras como las que exhibía el inigualable Luis Batiste Llorca (1903-1960).




Su vida fue una aventura constante, un camino entre el éxito y la tragedia en el que supo disfrutar de todos los placeres sin reservas y sin prejuicios. Viajó por el mundo, conoció el amor en todas sus vertientes y vivió siempre intensamente, como si cada instante fuera el último, como si presintiera la muerte cruel y prematura que le esperaba.  




Aún no había cumplido cuatro años, cuando ya había perdido a su padre, quedándose bajo la tutela de su madre, una mujer de fuerte personalidad que se había educado en el seno de una familia de mercantes que a mediados del siglo XIX compró fincas y se estableció en Almería. Eran propietarios de casas y solares en la zona de San Roque.  Una parte de los terrenos de su propiedad los cedieron a la iglesia para que se construyera el actual templo de San Roque. Cuatro años después de perder a su padre, el niño Luis Batiste se quedó huérfano al morir también su madre de forma repentina, víctima de un derrame cerebral. Con sólo once años de edad, Luis fue recogido por su tía Mariana Llorca, que desde ese momento se encargó de su educación.




Fueron tiempos difíciles que el niño fue superando gracias a la afectividad que encontró en sus tíos y a esa inteligencia natural que le ayudó siempre a lo largo de su vida a salir airoso de las situaciones más complicadas. Su tía Mariana puso todos los medios que tenía a su alcance para que el joven tuviera una formación completa.  A los 14 años, Luis dominaba casi a la perfección el francés, el alemán y el inglés. Su grado de madurez en los idiomas fue tan alto que el  profesor que le daba las clases a diario le dijo un día a su tutora: “Señora, en este momento dejo de darle clases al niño porque todo cuanto yo podía enseñarle ya lo sabe él”.




Además de idiomas, recibió también una esmerada instrucción musical. Aprendió a tocar el piano y poseía una voz privilegiada que le permitía convertirse en el alma de las fiestas y las reuniones sociales. Siendo aún un adolescente trabajó en la compañía Trasmediterránea. Después llegaron años de agitación social que acabaron en la guerra civil, tiempo en el que pasó por la cárcel al ser confundido con un espía extranjero. Terminada de la contienda,  Luis Batiste entró en la compañía de seguros ‘La previsión española’, de la que llegó a ser director.




Durante este tiempo no perdió el contacto con su tierra. La familia de su madre tenía fincas en Felix y la de su padre en Almería. Había en él una inclinación genética a los negocios que le empujó a reemprender la aventura de la exportación de uva que había dejado a medias el padre, tras su muerte prematura.  A mediados de los años cuarenta instaló su oficina en la plaza Virgen del Mar y en cada pueblo del valle del Andarax abrió un almacén. Unos años antes, había realizado una importante inversión al adquirir el llamado ‘Caserío del Rosario’ en Aguadulce, la finca donde después se instaló el campamento ‘Juan de Austria’. Se la compró a Rogelio Castillo, propietario del Café Colón, que la vendió para  reflotar el negocio que había quedado muy deteriorado tras la guerra.




A la finca de Luis Batiste acudía lo más granado de la sociedad almeriense. Solía organizar una gran fiesta todos los 21 de junio, festividad de San Luis. En ellas imponía su formación musical, mostrando sus dotes al  piano y la gran voz que le acompañaba. Eran nombrados los trajes que llevaba, la elegancia con la que los lucía, así como los coches de lujo que exhibía cuando regresaba de  Madrid. Cuando recorría el Paseo con su descapotable salía la gente de los cafés a verlo pasar y un enjambre de niños perseguía el vehículo corriendo hasta que desaparecía por el Parque camino de la carretera del Cañarete.


Pero su vida estaba marcada por la tragedia. Un triunfador en los negocios, un hombre de un prestigio social reconocido hasta en la capital de España, con dinero y una vitalidad arrebatadora, vio truncada su felicidad por una traicionera enfermedad. En el verano de 1958, cuando se encontraba dirigiendo la faena de la uva, empezó a perder la voz. Sufría una afonía a la que en principio no le dio importancia, pero que escondía una grave enfermedad que terminó sesgando su intensa vida a pesar de ponerse en manos de los mejores médicos de la época.


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